Sesgos, tergiversaciones y omisiones rigurosamente selectivos

Esta entrada es la parte 1 de 2 en la serie Desinformación: las otras armas de una política de guerra.

Entre el rechazo occidental de dos resoluciones de la ONU condenando el nazismo y el racismo, el pasado mes de noviembre, y los tambores de guerra actuales, un común denominador: el frente atlántico contra Rusia.

La fabricación política y mediática, en “Occidente”, de una atmósfera de permanente hostilidad hacia una serie de países no es ninguna novedad. El Mal absoluto que acechaba tras el “telón de acero” hasta 1990-91, dio paso al “Eje del Mal” proclamado por George W. Bush en 2002, que tampoco agotaba la lista de los malvados señalados. Rusia y China constituyen desde hace años los demonios favoritos. Merece la pena releer los términos de una oferta de empleo del New York Times para un puesto de corresponsal en Moscú, a finales de 2020.

Un año después, los tambores mediáticos que apuntan a Rusia se han hecho estruendosos en Estados Unidos, Reino Unido y países de la UE. Cada día, en todos los medios convencionales y en todas partes, los mismos propósitos, los mismos silencios, la misma parcialidad y beligerancia en la presentación de las posiciones de unos y de otros y de sus razones, la misma proclividad a la tergiversación interesada. Rusia se prepara para invadir Ucrania; Rusia agresora; desafío ruso; Rusia amenaza la seguridad de Europa: estos y otros titulares parecidos se repiten una y otra vez, a pesar de que las autoridades rusas hayan asegurado reiteradamente que no tienen ninguna intención de atacar a Ucrania, y de que hayan expuesto los fundados motivos que tiene la Federación Rusa para inquietarse seriamente por su seguridad. La de ella.

A pesar, también, de que su gobierno presentara el 15 de diciembre pasado al estadounidense una proposición clara y detallada de acuerdo para dar plenas garantías de paz y seguridad a todas las partes. Y a pesar, igualmente, del largo y muy conocido historial de “falsas banderas” que tiene Estados Unidos: provocaciones para desencadenar operaciones de su conveniencia. Incluidas las famosas (y evaporadas) “armas de destrucción masiva” esgrimidas en 2003 para ocupar Irak.

El silencio o la timidez de las reacciones de las formaciones políticas que, en Europa, se afirman “a la izquierda” de la socialdemocracia favorecen peligrosamente, por omisión, la matriz mediática dominante. Lamentablemente, España no es una excepción a este respecto.

A finales de noviembre de 2021, la representación española en la ONU rechazó dos proyectos de resolución condenando el nazismo, el neonazismo y el racismo, ambos aprobados por una amplia mayoría de países. Estados Unidos y Ucrania emitieron los dos únicos votos contrarios al titulado “Combatir la glorificación del nazismo, el neonazismo y otras prácticas que contribuyen a exacerbar las formas contemporáneas de racismo…”. La representación oficial española se abstuvo, como las de los otros miembros de la UE. En la segunda resolución, “Llamamiento mundial para la adopción de medidas concretas para la eliminación del racismo, la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia…”, España votó en contra, haciendo causa común con Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Francia e Israel, entre otros.

Quizás una lectura apresurada pase más o menos por alto la relación entre aquellas votaciones en la ONU y la agravación de las tensiones en las que ahora estamos, entre Estados Unidos y los gobiernos alineados con ellos, de un lado, y Rusia, de otro. Sin dejarnos llevar por atajos o amalgamas, una comparación mínimamente atenta de unas y otras suscita observaciones interesantes.

Entre la discreción de los grandes medios occidentales ante el episodio vivido en noviembre en la ONU y su excitación frenética al enfrentamiento con Rusia, el contraste es diáfano. Al contrario, la coincidencia es total en lo que respecta al campo en el que cada parte se alinea: el frente atlántico de rechazo a Rusia se manifiesta en ambos casos. Esa convergencia no es nueva en la historia

Cuando el rearme de la Alemania nazi y sus propósitos constituían una realidad absolutamente evidente, las potencias occidentales optaron por desoír los reiterados llamamientos de los dirigentes de la Unión Soviética a una alianza para hacer frente al peligro. Para los dirigentes occidentales no había peligro mayor que el de la llama de revolución socialista que encarnaba la URSS. Confiaban en que la Alemania nazi le pondría fin. De ahí la “política de apaciguamiento” con Hitler.

A finales de 1937, Halifax, todavía líder de la Cámara de los Lores, fue recibido cordialmente por los principales dirigentes nazis y visitó al propio Hitler en Berghof. Al entonces primer ministro británico, Stanley Baldwin, escribió: “El nacionalismo y el racismo son fuerzas poderosas, ¡pero no las considero ni contra natura ni inmorales! (…) No me cabe ninguna duda de que estas personas odian verdaderamente a los comunistas. Y le aseguro que si nosotros estuviésemos en su lugar, nos pasaría lo mismo”[1]Éric Vuillard, El orden del día, Barcelona, Tusquets, 2018. El anticomunismo fue mucho más fuerte en los gobernantes de las potencias occidentales que su desconfianza hacia Alemania.

Esa política condujo a los acuerdos de Múnich, firmados el 30 de septiembre de 1938 por los jefes de gobierno del Reino Unido y Francia con los de la Alemania nazi y la Italia fascista. El pacto germano-soviético de no agresión se produjo casi un año después (23 de agosto de 1939), cuando no podía caber duda alguna a los responsables soviéticos de que las potencias occidentales les dejaban solos. La URSS ganó tiempo para preparar su defensa, hacer frente a la invasión a partir de junio de 1941 y realizar una contribución absolutamente decisiva a la derrota de la Alemania nazi, pagada con 27 millones de vidas: la que una gigantesca ingeniería de la falsificación lleva décadas aplicándose a ocultar, tergiversar y extirpar de la memoria de los pueblos de Europa.

¿Cómo hay que calificar el que, 80 años después, un noticiario de la televisión pública española calificara, el pasado 2 de enero de 2022, al dirigente filonazi ucraniano Stepan Bandera, activo colaborador en el genocidio nazi, como “líder del movimiento de liberación de Ucrania [que] luchó con los nazis en contra de la invasión soviética durante la Segunda Guerra Mundial” ? ¡Los criminales convertidos en “liberadores” y los invadidos en invasores! Una inversión de papeles que recuerda la del delito de “rebelión militar” imputado por el franquismo a los defensores de la legalidad republicana y, durante décadas, a los luchadores por las libertades democráticas en España.

Las concesiones de las potencias occidentales en 1938 dejaron las manos libres a la Alemania nazi para ocupar Checoslovaquia… y sellaron el destino de una República española que ya sufría “la reacción de clase en los cuerpos dirigentes de los Estados parlamentarios (incluyendo a los del Frente Popular en Francia)”. Esa reacción les hacía “admitir espontáneamente que: 1) un gobierno privado del apoyo de las clases superiores de su país y de su ejército no tiene ninguna probabilidad de supervivencia; 2) la victoria popular lleva a la revolución social, cosa que es peor que el fascismo; 3) hay que evitar que el “avispero español” proporcione a los dos dictadores europeos nuevos pretextos para lanzar amenazas” [2]Pierre Vilar, La Guerra Civil Española, Barcelona, Crítica, 1986, págs. 67-68..

Apaciguamiento occidental con la Alemania nazi y anticomunismo abiertamente compartido con ella. ¿Dónde queda España en este juego? La de la República, abandonada a su desgracia; la de quienes se alzaron contra la legalidad, umbilicalmente vinculada, primero, al polo nazi-fascista y, después de 1945, implorante beneficiaria de “un primer acto de ‘guerra fría'” [3]Pierre Vilar, id., p. 174., que permitió que un dictador superviviente del fascismo como Franco se presentara como precursor, con la bendición de Estados Unidos, ratificada por los acuerdos de Madrid de 1953.

¿Hace falta indicar con cuál de esas dos Españas encajaría la actuación del gobierno español en las diferencias que oponen hoy a Rusia y Estados Unidos y sus aliados? Entre el rechazo de la representación española en la ONU a la condena del nazismo y el racismo, y el “a mandar” del “aliado serio” que pregona hoy la ministra Robles  ̶ y que define la posición del ejecutivo español en la actual escalada de Estados Unidos y la OTAN con Rusia, como bien se nos ha recordado por la autoridad competente ̶  no hay contradicción.

Dentro de este juego de alineamientos con repetición de papeles de los distintos actores, hay una diferencia entre la situación actual y la de los años 30 del siglo XX. ¡Y no menor! La Federación Rusa de hoy es un Estado capitalista; no es la Unión Soviética de entonces. Las tensiones de ahora no nacen del antagonismo entre dos sistemas socio-económico-políticos. Lo que no reduce los peligros. ¡Todo lo contrario! ¿Acaso la explosión bélica de 1914-18 en Europa no nació del imperialismo y de las contradicciones inter-imperialistas, antes del triunfo de la Revolución Socialista en Rusia?

Hoy, este mismo sistema, y en primer lugar Estados Unidos, la potencia dominante en declive y que no renuncia a ningún recurso para contrarrestar la tendencia del mundo hacia la multipolaridad, vuelve a empujarnos hacia el disparadero, en el contexto de una crisis aguda y multifacética del capitalismo.

La hostilidad hacia Rusia de Estados Unidos y de las potencias de la UE que, aun con contradicciones, actúan como sus subordinadas, ha ido creciendo en la medida en que los dirigentes del país euroasiático reaccionaron contra el papel permanente de comparsa internacional y colonia al que había relegado a su país el entreguismo de sus predecesores desde la disolución de la URSS. Sobre todo desde 2013-14: Oriente Medio (Siria) y Ucrania (precisamente) expresan la inflexión.

A partir de ahí la descalificación, las “sanciones” (en realidad una guerra económica en la que Rusia, hasta hoy, demuestra defenderse con bastante solvencia), el espantajo rusófobo agitado por los medios hasta la histeria y la intensificación de toda clase de amenazas. El cerco militar a Rusia a través de la OTAN había empezado bastante antes y no ha dejado de estrecharse.

Cronología de la expansión de la OTAN por el Este de Europa. Fuente: Wikipedia

El 9 de febrero de 1990, en Moscú, el secretario de Estado estadounidense James Baker, aseguraba a Eduard Chevardnadze, ministro de Asuntos Exteriores de Gorbachov, que la OTAN no se extendería “ni un centímetro hacia el Este”. Un día después, el visitante que repetía la misma promesa era el canciller de la República Federal de Alemania, Helmut Kohl. De nuevo en Moscú, el 18 de mayo de 1990 Baker anuncia a Gorbachov que “la OTAN evolucionará para convertirse en una organización eminentemente política” no dirigida contra lo que seguía siendo la Unión Soviética. Tomándole la palabra, Gorbachov le adelantó el propósito de adherirse a ella. Pocos días después, es el presidente francés Mitterrand quien se entrevista con Gorbachov en Moscú y le asegura que es “favorable al desmantelamiento progresivo de los bloques militares”.

La disolución del Pacto de Varsovia, creado en 1955 (6 años después que la OTAN), fue acordada en febrero de 1991 y proclamada el 1 de julio de ese año. El mismo en que se produjo la disolución de la URSS (en diciembre)…

Por lo visto, a Gorbachov le bastaron las promesas repetidas de palabra por los dirigentes occidentales. ¿Un “error”, como ha afirmado el presidente Putin, o algo más? Los deudos de millones de víctimas en países destrozados por las intervenciones armadas de Estados Unidos con la colaboración, en su caso, de la OTAN y otros aliados (Yugoslavia, Afganistán, Irak, Libia, Siria, Yemen, Somalia), y las decenas de millones de rusos reducidos a la miseria estarán muy reconocidos a Gorbachov.

Pero ¿falta a la verdad Putin cuando dice que les “engañaron”? ¿Carece de razones para exigir garantías de seguridad para Rusia cuando está sobre la mesa un nuevo despliegue militar de la OTAN a sus puertas, en Ucrania? ¿Únicamente Ucrania puede sentirse amenazada y de dónde nacería realmente esta amenaza? Por expresar públicamente su comprensión y “respeto” hacia la posición de los dirigentes rusos, ha tenido que renunciar a su cargo el almirante jefe de la armada alemana.

En febrero de 2014, un golpe de Estado, con activa participación de grupos paramilitares neonazis, depuso al presidente electo de Ucrania, Viktor Yanukovich, favorable a una relación amistosa con Rusia. El apoyo a los golpistas por parte de la Administración estadounidense parece algo más que una probabilidad: la actuación durante los disturbios de la (entonces, con Obama, y ahora, con Biden) subsecretaria de Estado, Victoria Nuland, no hizo precisamente por desmentirla.

Importantes secuelas de esos acontecimientos se sucedieron en los meses siguientes: secesión de la región rusófona del Dombás, en el Este de Ucrania; guerra de los nuevos poderes ucranianos contra los secesionistas y retorno de la península de Crimea al seno de la Federación Rusa. En 1954, Crimea había pasado de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia a la de Ucrania, en virtud de una decisión de la dirección de la época de la Unión Soviética, de la que ambas repúblicas formaban parte. Connotados colaboracionistas con las matanzas nazis de los años 40 son celebrados hoy como héroes en Ucrania. Sumergidas por el consenso mediático dominante en Occidente, algunas voces advierten de un “polvorín neonazi en Ucrania” .

Entre tanto, la política de “sanciones” de Estados Unidos y la UE se hace extensiva a otras antiguas repúblicas soviéticas que han permanecido aliadas a Rusia o son juzgadas desde Occidente como no suficientemente despegadas de Moscú. Todas las ocasiones de desestabilización son válidas (Bielorrusia y Kazajistán son solo los ejemplos más recientes).

El escándalo en torno al opositor ruso Navalny y su envenenamiento contrasta con el silencio (cuando no es complacencia) sobre la persecución incesante a la que es sometido Assange por habernos mostrado los crímenes masivos cometidos por sus persecutores. Y qué decir de la preocupación por los migrantes detenidos en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, en una UE que sostiene los campos administrados por bandas armadas en la Libia rota que quiso la OTAN; instalaciones en las que miles de migrantes sufren de manera sistemática los más degradantes abusos

Ahora, al New York Times (23 de noviembre de 2021) le parece que el presidente bielorruso Lukachenko pudiera no ser “el único responsable” de la llegada de varios miles de migrantes iraquíes a la frontera polaca: cabe interrogarse (como hace el Monde diplomatique) si las contrarias y muy “virales” afirmaciones anteriores del poderoso diario neoyorkino (entre tantos otros) no merecerían la consideración de fake news…   

(Próximo capítulo: ¡NO a la guerra es NO!)

Notas

Notas
1 Éric Vuillard, El orden del día, Barcelona, Tusquets, 2018.
2 Pierre Vilar, La Guerra Civil Española, Barcelona, Crítica, 1986, págs. 67-68.
3 Pierre Vilar, id., p. 174.
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