La mujer del cuadro

El protagonista de la película es un profesor de criminología que se adentra en la madurez de la vida, asentado en los placeres burgueses de una existencia sin sobresaltos, hasta que atiende la invitación de la modelo de la mujer del cuadro.

La mujer del cuadro

Fritz Lang, director de esta interesantísima película, recibió del jerarca nazi Joseph Goebbels,  ministro de “Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich”, la propuesta de hacerse cargo de la dirección de la Universum Film AG, más conocida como Ufa o UFA.  Esta envenenada oferta, unida a la promulgación de la Ley para la Restauración de la Fundación Pública que expulsaba del ámbito de la cultura a todos los no arios, impulsó al director, cuya madre era judía, por huir inmediatamente de Alemania hacía Paris, y más tarde a EEUU como refugiado político, en la noche del mismo día del peligroso ofrecimiento profesional.

Precisamente, la huida es una de las directrices clave en la historia de esta gran película. En la animada conversación (4.43) que sostienen el profesor Wanley (Edward G. Robinson), el fiscal del distrito Frank Reynolds (Raymond Massey) y el doctor Michael Barkstane (Edmund Breon), el segundo de ellos expone a los contertulios: «A nuestra edad no debemos embarcarnos en aventuras que no seríamos capaces de soportar… la vida acaba a los 40… Cuando las personas maduras actúan como los chicos, en el momento menos pensado, pueden surgir verdaderas tragedias de cualquier descuido, de cualquier minucia, un impulso casual, una aventurilla, una copa de más… Los problemas empiezan por tonterías que brotan de una tendencia latente». La carne es fuerte, responde el profesor, «pero el espíritu se debilita por momentos… aunque el espíritu de aventura resucitase ante mí, incluso en la forma de esa atractiva joven, me temo que todo lo que haría sería balbucear una excusa y correr como un demonio». Pero habiéndole pedido su teléfono ¿no?, le indica el doctor. Bueno, pues sí, responde Wanley.

El profesor de criminología es un hombre que se adentra en la madurez de la vida, asentado en los placeres burgueses de una existencia sin sobresaltos (4.35): «me revienta esta solidez, esta firmeza que empiezo a sentir, para mí ha llegado el fin de lo bello de la vida, el fin del espíritu de aventura».

Sus amigos se despiden del profesor y este acude a la biblioteca del salón en donde escoge (7.43)  el sugestivo texto de el “Cantar de los Cantares” uno de los libros del Antiguo Testamento en el que los amantes se afanan en demostrar aquello de que el amor siempre triunfa.

Los tertulianos se obsesionan con el retrato de una bella mujer expuesto en un escaparate junto al club donde se reúnen de forma habitual. En una extraordinaria escena, Wanley contempla a la joven del cuadro desde una sexualidad reprimida que le impulsa el deseo irresistible de poseerla. La cámara nos lo ofrece solitario, en una  calle vacía, de noche, en un insuperable blanco y negro (Milton Krasner) y a una cierta distancia (9.52). El magnífico fotograma, es en realidad  un enorme cuadro que acoge a su vez al de la atractiva doncella, como si se tratase de un lienzo del famoso pintor Edward Hopper.

Un fotograma que en realidad es un enorme cuadro que acoge a su vez al de la atractiva doncella, como si se tratase de un lienzo del famoso pintor Edward Hopper. Fuente Cinema esencial, Nov 2013
Un fotograma que en realidad es un enorme cuadro que acoge a su vez al de la atractiva doncella, como si se tratase de un lienzo del famoso pintor Edward Hopper. Fuente Cinema esencial, Nov 2013

De manera completamente inesperada, el cristal del escaparate refleja la imagen de la modelo del cuadro, Alice Reed,  que el profesor observa alucinado. En lugar de hacer caso a lo que poco antes le había dicho el fiscal del distrito con no poca sabiduría y huir de la tentadora y sugestiva joven (Joan Bennet), la sigue hasta finalmente un lujoso apartamento. Una estancia idílica con numerosas lámparas de mesa que ofrecen distintas alternativas de luminosidad (13.51) y una cama de matrimonio sobredimensionada en lugar destacado, cubierta con una espectacular colcha de seda de irreprochable color blanco (14.51). El sentimiento de culpabilidad es otro de los ejes de esta excelente obra cinematográfica.

A partir de aquí, Fritz Lang nos introduce en una historia in crescendo que nos convierte en partícipes de la angustia que apodera a los protagonistas: muerte violenta de Cloud Mazard, un importante financiero, en legítima defensa, ocultación de su cadáver para evitar un escandaloso suceso, chantaje posterior de un guardaespaldas con antecedentes penales (Dan Duryea), intento de asesinato y un suicidio que no aparece consumado en un final de película verdaderamente sorprendente y genial.  En menos de un minuto, toda la tensión acumulada por el espectador, cómplice de las desventuras de un profesor que estima inocente, y que ha de hacer frente sobre la marcha a un chantajista, a una mujer fatal y a los policías que poco a poco lo conducen hacia él, con la colaboración involuntaria de sus continuos errores, se desvanece por completo, liberándolo del agobio al que se ha visto sometido.

Un final diferente al del guión de Nunnally Johnson, tema sobre el que han recaído numerosos comentarios de cualificados cinéfilos. El escogido por Fritz Lang ¿es un final moralizante impuesto por el contexto socio-político de la época? Tal vez.

Con la presencia multiplicada de relojes (3.59; 8.53; 13.33; 15.29; 1h.15m.; 1h.18m.), Fritz Lang nos advierte que el tiempo se acaba y que los comportamientos a destiempo son peligrosos.

Memorable resulta la escena en la que el maduro profesor pasea por la calle con la chica del cuadro, tras un enrejado que los muestra como cautivos de una coacción,  mientras aquél le dice: «Sólo hay tres maneras de tratar con un chantajista. Le puedes pagar y pagar y le pagas hasta que estés sin un centavo. O puedes llamar a la policía y dejar que tu secreto sea conocido en el mundo. O se le puede matar.» Más tarde, por teléfono (1 h. 30 m.),  Wanley, apesadumbrado, le confiesa a ella mientras contempla las fotos de su esposa y de sus dos hijos: «decididamente nosotros no valemos para estas cosas.» Igual de magnífica es la del beso completamente falso y teatral de Alice Reed al chantajista desparramado en el sillón, apoyando su rodilla en uno de sus reposabrazos (1h. 25) mientras maquina envenenarle.

La cinta propone un debate psicológico sobre un hecho en el que puede verse involucrado cualquier persona integrada socialmente e incluso en profesionales de prestigio: actuar de forma racional dentro de la legalidad (hacer lo correcto) o lo instintivo (hacer lo que se desea pagando el peaje de las posibles consecuencias adversas para salvar el estatu quo). En este sentido la película introduce una serie de factores que finalmente hacen inclinar la balanza a uno de estos lados (16.00). Pone de manifiesto, además, el racismo existente en la policía americana (26.40) cuando ordena al profesor parar el vehículo por no llevar las luces encendidas. Le pide la documentación y al comprobar que el conductor es polaco, no le vale el carnet de conducir, requiriéndole más documentación.

El guión de la película se apoya en la novela Off Guard, escrita por J. H. Wallis (1942). Producida por International Pictures, fue distribuida por la RKO. Comparte con “Jennie”, “Laura” y “El retrato de Dorian Gray” la fascinación producida por un cuadro. El film tiene muchos elementos comunes con “Perversidad”, otra gran obra posterior del mismo director protagonizada por los mismos actores.

Una obra emblemática de la etapa dorada del cine negro americano que les invitamos a ver detenidamente.

Comparte este artículo

One thought on “La mujer del cuadro

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *