El pianista

Al silenciar la terrible biografía del capitán nazi Wilm Hosenfeld, la película acaba por blanquear el nazismo. Hay nazis buenos. Una maravillosa pieza musical de Chopin conmueve al secuestrador y perdona la vida a Wladyslaw Szpilaman. ¡Qué grande es la música que hermana al captor con su víctima!

El Pianista

“El pianista” es una película de 2002 que obtuvo tres Oscar: al mejor director (Roman Polanski), al mejor actor (Adrien Brody) y al mejor guión (Ronald Harwood). Fue también premiada con la Palma de Oro en el Festival de Cannes. La cinta relata una historia real sin héroes, contada por el músico polaco Wladyslaw Szpilaman, sobreviviente a la ocupación de la ciudad de Varsovia, capital de Polonia, por el ejército nazi en 1939.

El protagonista central del relato es el pianista y compositor citado en cuyas memorias describe las atrocidades de los invasores, con una detallada descripción del gueto de Varsovia, las penosas condiciones de vida de los judíos y la violencia extrema de la que son víctimas, con un final controvertido, que con una puesta en escena aderezada de la autobiografía de Szpilaman, ofrece una estampa edulcorada de un alto jerarca militar nazi que se conmueve escuchando la balada nº 1 op nº 23 del genial compositor y virtuoso pianista polaco Frédéric Chopin. Una pieza musical que expresa la desolación que siente cuando vivía solo en Viena mientras sus amigos y su familia luchaban en Polonia contra la opresión del imperio ruso en 1830.

Comienza el film con la interpretación por Szpilaman, el pianista, en los locales de la Radio de Varsovia, del famoso nocturno nº 20 del mismo compositor.

Protagonista destacado es sin duda el actor premiado Adrien Brody, que con menos de treinta años logra un Oscar por su memorable actuación. Para interpretar el papel protagonista, hubo de adelgazar quince kilos, estudiar piano para abordar frente al preciado instrumento musical las escenas en las que interpreta determinados fragmentos de partituras de Chopin y, durante un tiempo, vivir solo con escasos medios materiales para integrarse más tarde, con la mayor naturalidad posible, a las enormes exigencias del guión.

La primera parte de la cinta nos describe con minuciosidad el gueto de Varsovia. Invadida Polonia, los nazis lo levantan en octubre de 1940, recluyendo en una superficie del 2,4% del casco urbano de la ciudad, unas 400 hectáreas, una población judía de más de 400.000 miembros. En el siguiente mes, los nazis construyen un muro de unos tres metros de altura que sella el perímetro de la zona. Varsovia contaba entonces con 1.300.000 habitantes. En los tres años aproximadamente de su existencia, la población encarcelada descendió a unas 50.000 personas.

Desde el 1 de septiembre de 1939 en que se produce la invasión de Polonia, los nazis comienzan a imponer medidas discriminatorias, por la fuerza, a la población judía de Varsovia. Prohibición de entrada en cafeterías (9 m.) y en los parques de la ciudad; veto a usar el transporte público; obligación de portar en el brazo derecho (10 m.) un brazalete blanco con la estrella de David en azul para los mayores de doce años y drástica limitación de moneda que obliga a la familia de Szpilaman, para poder comer, a malvender el piano de cola, la joya de la corona familiar, por 2.000 zlotis (13 m. 53s.).

El 1 de octubre siguiente los judíos son recluidos en el gueto. El pianista y su familia son alojados en una inmunda vivienda desde la que pueden ver la construcción del muro (16 m. 30s.) que alcanzó una longitud de 18 kilómetros. A partir de entonces el maltrato se incrementa contra los judíos del gueto. Los nazis se divierten obligando a bailar a los ancianos (19 m.), incluidos los discapacitados para mofarse de todos ellos. Desde el ruinoso aposento la familia contempla la dantesca escena en la que los criminales nazis lanzan por el balcón a un inválido en silla de ruedas, expulsan a los vecinos del inmueble (29 m.), y una vez en la calle les aplican la particular ley de fugas, habitual en la España de la posguerra, una ejecución extrajudicial que promueve la previa evasión de los presos para luego asesinarlos por la espalda.

La película registra la figura de los colaboracionistas (33 m. 34 s.) que golpean a sus compatriotas en funciones de policía al servicio de los nazis. Entre otras felonías, participan coadyuvando a la organización de las deportaciones hacia los campos de exterminio de todos aquellos que por edad o mala salud no pueden trabajar como esclavos (42 m. 30 s.). En la misma escena, la cámara nos ofrece una madre que llora desesperadamente por la muerte de su bebé, al que intentó callar durante una redada y sin querer le asfixia, ¡¡porqué lo hice!!,  ¡¡porqué lo hice!! solloza la pobre mujer.

La resistencia judía en el interior del gueto cuenta con dos organizaciones: la “Organización Judía de Lucha” y la “Unión Militar Judía” que combaten a los nazis y a sus colaboradores.

No menos terroríficos son los asesinatos por entretenimiento de los verdugos nazis. Colocan en formación a las víctimas (57 m.), y de manera aleatoria seleccionan a los que luego les darán muerte con un tiro en la cabeza.

Fuera del gueto, la vida parece transcurrir con normalidad (55 m.) cuando la cámara nos muestra un concurrido mercado de puestos ambulantes que ofrecen alimentos a clientes bien vestidos.

Sin embargo, con escasa atención, el film  aborda los hechos heroicos de la resistencia judía de abril a mayo de 1941 en la que pierden la vida 13.000 de sus combatientes. La rebelión finalmente es aplastada. Igual ocurre con el levantamiento civil contra la ocupación nazi de Varsovia entre el 1 de agosto y el 2 de octubre de 1944.

Como ya indicábamos con anterioridad, el final de la película resulta refutable. Al silenciar la terrible biografía del capitán nazi Wilm Hosenfeld, la historia del pianista acaba por blanquear el nazismo. Hay nazis buenos. Una maravillosa pieza musical de Chopin conmueve al secuestrador y perdona la vida a Wladyslaw Szpilaman, a quien protege y le entrega alimentos durante unos días. ¡Qué grande es la música que hermana al captor con su víctima!

Wilm Hosenfeld no es ningún héroe. Nace el 2 de mayo de 1895 en el seno de una familia acaudalada en la región de Hesse. Participa en la I Guerra Mundial enrolado en el ejército alemán y herido en dos ocasiones de gravedad. Se afilia en la madurez de la vida, con esposa e hijos, a las fuerzas parapoliciales de las SA,una organización voluntaria (camisas pardas) vinculada al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán a cuyos congresos de Núremberg asiste en dos ocasiones.

Al tiempo de la invasión de Polonia, Hosenfeld dice: «Ahora, todas las diferencias políticas e ideológicas han de relegarse a un segundo plano. Todos tenemos que ser alemanes y dar la cara por nuestro pueblo». Forma parte del ejército invasor y asciende al puesto relevante de capitán, asumiendo responsabilidades en la dirección de los  campos de prisioneros en la Polonia ocupada. En ningún momento sufre represalia de sus superiores por comportamientos contrarios a la barbarie de la que es partícipe.

"Szpilaman y el capitán nazi Wilm Hosenfeld". Fuente: Filmaffinity
“Szpilaman y el capitán nazi Wilm Hosenfeld”. Fuente: Filmaffinity

La indulgente actitud con Szpilaman se produce el 17 de noviembre de 1944 en la Avenida Niepoleglosci 223 de Varsovia. En ese momento, el capitán nazi Wilm Hosenfeld es consciente de la inminente derrota nazi y del negro futuro que le espera. En el libro de memorias el pianista lo detalla. El texto señala:

«—¿Dónde están las tropas soviéticas?

—Están ya en Varsovia, en Praga, al otro lado del Vístula. Sólo tendrás que aguantar unas pocas semanas más: la guerra habrá terminado para la primavera, como muy tarde…

El 12 de diciembre fue a verme por última vez el oficial.  Me dijo que se iba de Varsovia con su destacamento y que yo no debía desanimarme en absoluto, porque se esperaba una ofensiva soviética en cualquier momento.

—¿En Varsovia?

—Sí.

Cuando ya nos habíamos despedido y él estaba a punto de irse, se me ocurrió una idea en el último momento. Había estado estrujándome el cerebro para encontrar alguna forma de mostrarle mi gratitud y él se había negado en redondo a aceptar mi único tesoro, mi reloj.

—¡Oye! —Tomé su mano y comencé a hablar de forma atropellada—.

Nunca te he dicho mi nombre; no me lo has preguntado, pero me gustaría que lo recordaras. ¿Quién sabe lo que puede ocurrir? Te queda un largo camino hasta tu casa. Si sobrevivo, es seguro que volveré a trabajar en la radio oficial polaca. Allí estaba antes de la guerra. Si te ocurre algo, si puedo ayudarte de la forma que sea, recuerda mi nombre: Szpilman, radio oficial polaca.

Esbozó su sonrisa habitual, mitad reprobatoria, mitad tímida y azorada, pero noté que lo había complacido mi deseo, ingenuo en esa situación, de ayudarlo.»

En efecto, en noviembre de 1944 los nazis ya habían capitulado en Stalingrado; se había producido el desembarco aliado a Sicilia y el sur de Italia; meses antes tiene lugar el desembarco de Normandía; Roma es liberada en junio de 1944, y en ese mismo mes los soviéticos lanzan una ofensiva masiva en el este de Bielorrusia y destruyen el Centro del Grupo del Ejército Alemán, avanzando hacia el oeste rumbo al río Vístula frente a Varsovia, en el centro de Polonia, el 1 de agosto. En este mismo mes, los aliados liberan Paris.

Es claro entonces que Wilm Hosenfeld era consciente de la inminente debacle  alemana. Su actitud con el pianista ¿no fue acaso interesada? ¿por qué no lo hizo a principios de 1941 con alguna de las víctimas del holocausto, cuando los nazis arrasaban Polonia?

Szpilaman pudo haber sido víctima de un trastorno psicológico por la horrenda violencia sufrida de manera ininterrumpida durante cuatro años y que hoy conocemos con el nombre de síndrome de estocolmo, un padecimiento psíquico que sufre la persona que durante un largo periodo permanece secuestrada y que fatalmente evoluciona hasta acabar por mostrarse comprensivo con su carcelero, ya sea durante el secuestro o tras ser liberado.

Al terminar la guerra, Wilm Hosenfeld, fue condenado a 25 años de prisión por crímenes de guerra. Si le hubieran aplicado el vigente Código Penal español la pena podría haber sido la de prisión permanente revisable. Con el Código Penal Militar anterior a noviembre de 1995 tal vez hubiera sido condenado a la pena capital.

La condescendencia que mostró con Szpilaman, y en su caso con otras víctimas del gueto referidas por algunas fuentes, constituirían una circunstancia atenuante de su responsabilidad, pero en modo alguno una eximente. Desde luego, la conmovedora audición de una pieza musical por muy elevada que sea, y la de Chopin lo es, no libera de responsabilidad al autor de crímenes de guerra.

A diferencia de Wilm Hosenfeld, en “El general de la Rovere” este sí fue un héroe. Un estafador con grandes dotes teatrales acaba transformándose en un implacable luchador de la resistencia italiana. Como también lo fue Alí La Pointe,  en “La batalla de Argel” un joven argelino, analfabeto, jornalero en paro y bruto,  con un largo historial de reformatorios y cárceles por delitos menores que toma conciencia, y con el tiempo pasa a ocupar   puestos de máxima responsabilidad en el Frente de Liberación Nacional. Muere en un bombardeo por los paracaidistas franceses tras su negativa a rendirse.

La película de Roman Polanski concluye con la interpretación orquestal de la Polonesa Brillante en Mi Mayor op. 22 de Chopin con Szpilaman como solista.

El pianista nos invita a reflexionar sobre las consecuencias drásticas de la guerra en la que la bondad y la maldad de los seres humanos adquieren perfiles extremos.

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