Cuál fue el rol de Lenin en la revolución rusa
- La historia no es una acera recta de la avenida Nevski
- Cuál fue el rol de Lenin en la revolución rusa
- Así pues, ¿qué hacer hoy con Lenin?
Segunda parte de la intervención de Joan Tafalla en la sede del PC de Canarias.
Las Palmas de Gran Canaria, 2 de febrero de 2024.
Una vez llegados aquí, ya podemos acercarnos brevemente al rol de Lenin en la revolución rusa.
La enorme virtud de Lenin fue:
- tratar de analizar y comprender la complejidad de lo concreto en cada fase de la revolución,
- estar permanentemente atento a las novedades que surgían como producto de una complejísima lucha,
- tratar de captar las diversas dinámicas en presencia y sus desencajes,
- ser capaz de descifrar los anudamientos de contradicciones en presencia,
- tratar de determinar el eslabón más débil de la cadena con el fin de localizar el punto que permitiría romperla centrando el ataque en ese punto,
- proyectar las políticas adecuadas para cada uno de estos fenómenos y para cada una de las fases de la revolución,
Además de esto, Lenin demostró ser un maestro de la concisión y de la claridad, capaz de traducir la política de cada fase a consignas extremadamente claras y breves que condensaban la tarea principal de cada fase.
En realidad, fue ser el único o uno de los pocos bolcheviques que tenía una concepción clara de la hegemonía. Ya en 1911 había escrito:
«Desde el punto de vista del marxismo, la clase que niega o no comprende la idea de la hegemonía no es una clase – o no es todavía una clase-, sino un gremio o una suma de varios gremios» (Lenin, 1911, OC 20:117).
No en vano, Lenin, fue definido por Gramsci como el estratega de la hegemonía del proletariado. Sin esta concepción de la hegemonía, la revolución rusa no habría ido más allá de ser un inmenso solevamiento producto de la crisis del régimen zarista producida por la guerra. Un solevamiento que finalmente habría sido derrotado o absorbido por la burguesía rusa y, por tanto, por el imperialismo británico y/o francés. Tras esa derrotada, Rusia habría sido reintegrada a la cadena de poder mundial del imperialismo.
Así pues, Lenin comprendió el carácter insólito y único de la revolución rusa. Lo empezó a intuir cuando analizando la revolución de 1905, escribía en 1907 su obra Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática (Lenin 1905, OC 11:1-138), donde ya tomó nota de que la revolución de 1905 era algo más que un levantamiento obrero y una revolución liberal. La revolución también había sido una inmensa insurrección campesina. Y tuvo que revisar el programa agrario del partido (Tafalla, 2017: 39-89).
Diez años más tarde y profundizando en el camino emprendido comprendió el carácter compuesto de la revolución iniciada en Rusia en febrero de 1917 cuando, en las llamadas Tesis de Abril, propone un viraje radical de la política del partido. Las Tesis de Abril son el momento decisivo de la ruptura práctica de Lenin con el marxismo ortodoxo de la Segunda Internacional. El trabajo desarrollado en Suiza entre septiembre de 1914 y finales de 1916 le permitió sentar las bases teóricas y estratégicas de esta ruptura.
En Suiza (septiembre 1914-marzo 1917) Lenin realizó una revolución teórica de inmensas consecuencias históricas en cinco campos:
- la cuestión de la guerra imperialista y la posición del movimiento obrero ante ésta,
- la cuestión nacional,
- la cuestión del imperialismo,
- la cuestión del estado
- la cuestión de la dialéctica,
Esta ruptura radical con Kautsky y, en general, con el marxismo de la segunda internacional tuvo un carácter orgánico fundacional. Digamos que fue la forma como Lenin se reencontró con Marx, revolucionando el marxismo imperante hasta la primera guerra mundial. Fue una crítica viva y operante del fatalismo, del determinismo y del positivismo imperantes en el marxismo de la segunda internacional. Conmemorar Lenin hoy no se puede hacer sin considerar esta quíntuple ruptura, a la que hay que añadir la reconsideración del rol de los campesinos que Lenin había iniciado, aunque no culminado en 1905.
Así pues, Lenin llegó a la estación Finlandia con los deberes hechos.
Pero había un inconveniente: a principios de abril de 1917 Lenin era en su partido, una minoría casi de uno. He escrito sobre este tema en el monográfico de la revista comunista catalana Realitat dedicado a Lenin (Tafalla, 2024). Con las llamadas Tesis de abril logró convencer a su partido sobre el nuevo rumbo a seguir.
En la lectura de las se puede encontrar el método y el estilo de trabajo de Lenin a la hora de analizar la nueva coyuntura. La exposición parte del reconocimiento de que su posición es minoritaria entre sus camaradas para pasar después a exponer de manera concisa y pedagógica su análisis de la fase de la revolución y la exigencia de rechazar algunos de los esquemas usados de lo que él llamaba el “viejo bolchevismo”. Se trataba, en primer lugar, de huir del dogmatismo:
«El marxismo exige de nosotros el análisis más exacto, objetivamente comprobable, de la correlación de clases y peculiaridades concretas de cada momento histórico. Nosotros, los bolcheviques, hemos procurado siempre ser fieles a esta exigencia, indiscutiblemente obligatoria desde el punto de vista de toda fundamentación científica, de la política.
«Nuestra doctrina no es un dogma, sino una guía para la acción; así decían siempre Marx y Engels, quienes se burlaban, con razón, del aprendizaje mecánico y de la simple repetición de “fórmulas” que, en el mejor de los casos, sólo sirven para trazar las tareas generales, que cambian necesariamente de acuerdo con las condiciones económicas y políticas concretas de cada ase del proceso histórico». (Lenin, abril de 1917, OC 31: 139)
La táctica surgida de las tesis de Abril llevó a los bolcheviques a conseguir la mayoría, primero en los soviets de Petrogrado y de Moscú (septiembre) y después en el Segundo Congreso de los Soviets (octubre), aunque fuera a costa de adoptar el programa agrario de las masas campesinas y del partido socialista revolucionario. He hablado ampliamente de esto en otra publicación (Tafalla, 2017: 39-89).
“El genio creador de las masas”
El 25 de octubre (7 de noviembre) el segundo congreso de los soviets disolvió el gobierno provisional y eligió un Consejo de Comisarios del Pueblo compuesto por bolcheviques y por social-revolucionarios de izquierdas. Al día siguiente Lenin presentó a la aprobación del congreso un decreto sobre la tierra que incluía la abolición sin indemnización de la gran propiedad agraria, poniendo la tierra bajo el control de los comités agrarios de distrito y que trataba de ordenar la toma de la tierra y de proteger los instrumentos de trabajo y las instalaciones. En el decreto se aplazaba hasta la Asamblea Constituyente la elaboración de la nueva legislación agraria, a la vez que se adoptaba provisionalmente el mandato campesino elaborado por los redactores eseristas de derecha del diario Noticias del Soviet de Diputados Campesinos de toda Rusia. Este mandato campesino recogía las propuestas de 242 mandatos de órganos campesinos locales y había sido publicado en el número 88 de este diario el día 19 de agosto. De hecho, el decreto sobre la tierra asumía el mandato campesino y dejaba de lado el programa bolchevique. Esto causó sorpresa en propios y extraños por lo que, en el debate Lenin afirmó:
«Se dice aquí́ que el decreto y el mandato han sido redactados por los socialistas revolucionarios. Sea así́. No importa quien los haya redactado; mas como gobierno democrático no podemos dar de lado la decisión de las masas populares, aun en el caso de que no estemos de acuerdo con ella. En el crisol de la vida, en su aplicación práctica, al hacerla realidad en cada lugar, los propios campesinos verán dónde está la verdad. E incluso si los campesinos siguen marchando tras los socialistas revolucionarios, incluso si dan a este partido la mayoría en la: Asamblea Constituyente, volveremos a decir: Sea así́. La vida es el mejor maestro y mostrará quien tiene razón. Que los campesinos resuelvan este problema por un extremo y nosotros por el otro. La vida nos obligará a acercarnos en el torrente común de la iniciativa revolucionaria, en la concepción de nuevas formas del Estado. Debemos marchar al paso con la vida; debemos conceder plena libertad al genio creador de las masas populares. El antiguo gobierno, derribado por la insurrección armada, pretendía resolver el problema agrario con el concurso de la vieja burocracia zarista mantenida en sus puestos. Pero, en lugar de resolver el problema, la burocracia no hizo más que luchar contra los campesinos. Los campesinos han aprendido algo en estos ocho meses de nuestra revolución y quieren resolver por sí mismos todos los problemas relativos a la tierra. Por eso nos pronunciamos contra toda enmienda a este proyecto de ley. No queremos entrar en detalles, porque redactamos un decreto, y no un programa de acción. Rusia es grande, y las condiciones locales en ella son diversas. Confiamos en que los propios campesinos sabrán mejor resolver el problema con acierto, como es debido. Lo esencial no es que lo hagan de acuerdo con nuestro programa o con el de los eseristas. Lo esencial es que el campesinado tenga la firme seguridad de que han dejado de existir los terratenientes, que los campesinos resuelvan ellos mismos todos los problemas y organicen su propia vida». (Lenin, 25 de octubre- 7 de noviembre de 1917, OC 35:27-28).
Remarquemos de nuevo que Lenin había entendido el verdadero carácter de la revolución cuando, ante los partidarios de la frase revolucionaria, defendió la firma del tratado de Brest-Litovsk. Dio otra muestra genial de su comprensión de la verdadera naturaleza de la revolución en curso cuando, una vez acabada la guerra civil y agotado el comunismo de guerra, impulsó la implantación de la NEP.
No tengo tiempo para tratar todas estas cuestiones en detalle, aunque fuera a base de citas. Dejémoslos para otra ocasiónc
Los últimos combates de Lenin
Gramsci llamó a la revolución rusa como “La revolución contra el capital” (Gramsci, 2019: 77-81). Era un juego de palabras que servía para resumir el carácter insólito e imprevisto de aquella revolución. Lenin había decidido que, a pesar de todos los inconvenientes, había que dar la razón a las masas y hacer la revolución.
Pero la revolución chocó con lo que, para resumir, llamaremos las circunstancias. Estas plantearon enormes dificultades para el proyecto de construir el socialismo en Rusia. La toma de conciencia de este desafío por parte de Lenin adquiere un tono especialmente dramático en sus últimos escritos e intervenciones. Los podemos encontrar en el tomo 45 de las Obras Completas: los Siete discursos en el XI congreso del partido; Hemos pagado demasiado caro; Sobre la formación de la URSS; Sobre la Lucha contra el chovinismo de gran potencia; sus dos Discursos en el IV Congreso de la IC; su Carta al congreso; Su contribución al problema de las naciones o sobre la “autonomización”; sus notas sobre la obra de Sujanov tituladas Nuestra revolución; Sobre las cooperativas; Más vale poco pero bueno; Cómo debemos reorganizar la Inspección Obrera y campesina, o las Páginas del diario. El conjunto de todos estos textos incluidos en el tomo 45 de las OC constituyen una especie de testamento político trágico y al mismo tiempo expresan el enorme nivel de conciencia histórica.
Estoy convencido de que no se puede pensar sobre qué es una revolución sin haber leído y reflexionado sobre estos textos y de su contexto. Una parte de estos escritos fue ocultada al partido y a los ciudadanos soviéticos hasta 1956. No aparecieron en las Obras Completas hasta su quinta edición.
Lenin y Stalin
Durante décadas predominó en el conjunto del movimiento comunista una visión del proceso que trajo de Lenin a Stalin como si fuera el fruto ineludible de las circunstancias. Se trata de un determinismo que no supera el examen y análisis de lo que realmente sucedió. La historiografía disponible nos muestra que esta no era la única opción ni el único camino posible. Otra vía hacía el socialismo era posible (Lewin, 2017: 35-63).
En realidad, este desarrollo fue un conjunto de decisiones políticas que llevaron a la URSS del régimen de la NEP a la industrialización rápida y desde arriba, basada en una brutal acumulación primitiva basada en la expropiación del campesinado y a la llamada “colectivización” de las tierras. Hoy sabemos que Lenin no estaba de acuerdo con esta colectivización rápida. Que pensaba que para transitar al socialismo hacía falta un largo periodo de revolución cultural. Que confiaba en la experiencia de la cooperación para modificar la mentalidad campesina en el sentido del socialismo. Que llamó a este largo proceso “revolución cultural”. Por supuesto, poco que ver con la revolución cultural de Mao.
Gramsci tampoco estaba de acuerdo en la colectivización/estatización de la tierra. Pensaba que rompería la necesaria alianza-obrero campesina (Gramsci 1926: 182-188). Sabemos que Bujarin se opuso a esta política anti-leniniana, que perdió la batalla en el partido y en el estado durante los años 1928-1933 y, finalmente fue asesinado en un juicio vergonzoso (Löwy, 1973 y Cohen, 1976). También sabemos que, a la larga, la productividad de la agricultura soviética colectivizada no era suficiente para poder alimentar a la población soviética, lo que durante los años 70 obligaba a la URSS a importar cereales de Argentina.
El estalinismo no era el único camino posible. Las circunstancias explican muchas de las decisiones que fueron tomadas, pero explicar no es justificar. El estalinismo no estaba escrito en el ¿Qué hacer? de Lenin, ni en Marx, ni, aún mucho menos en el Contrato social de Rousseau, como pretenden quienes reducen la revolución rusa a un totalitarismo paralelo o comparable al nazismo.
Una simple comparación entre los textos de Marx y de Lenin sobre el estado y la revolución y sobre la democracia con los textos de Stalin que tratan de estos mismos temas muestra la veracidad de lo que acabo de afirmar (Stalin: 1924 y CC del PC(b)US, 1938).
Una economía totalmente estatizada, es decir no socializada, unida al burocratismo y a la ausencia de democracia obrera perdió la carrera de armamentos impuesta por el imperialismo USA durante la guerra fría. La perdieron doblemente. Mientras el capitalismo era capaz de transformar los avances técnico-espaciales y espaciales en una palanca para su acumulación, para el sistema social soviético la carrera de armamentos se transformó en un terrible obstáculo para satisfacer las necesidades de consumo a las que aspiraba su población.
Tan solo un pensamiento dialéctico puede tratar de comprender esta contradicción: la intensa urbanización, la alfabetización universal, el crecimiento exponencial de la cultura producto de la revolución habían creado necesidades sociales que este mismo régimen, apresado por sus mecanismos de planificación burocrática, no era capaz satisfacer (Nove, 1987; Tafalla, 1991).
Con todo y a pesar de las luces y sombras, a pesar de los errores y los crímenes cometidos, la URSS desempeñó un rol extraordinariamente positivo durante el siglo XX. Fue un mito movilizador que ejerció una gran influencia en la opinión pública mundial, que veía en ella la plasmación real de sus ancestrales aspiraciones de igualdad. El rol decisivo del pueblo soviético en la victoria sobre el fascismo internacional reforzó este rol innegable. También en el proceso de descolonización y de emancipación de los países del llamado Tercer Mundo.
Por desgracia, todos los intentos de salir del estalinismo después de 1953 fueron ocasiones perdidas. Enumeremos algunas: el XXº Congreso del PCUS y Hungría en 1956, Polonia el mismo año, Checoslovaquia en 1968 fueron testigos de este fracaso. Fue Georg Luckács quien denunció el freno que supuso la cultura heredada del período estaliniano con la que se condujo la desestalinización después de 1956 (Lukács, 1989: 152-208).
Parecía que socialismo y democracia no se podían reconciliar, que no podían retomar sus orígenes comunes. Veinte años después, llegó el tiempo de las consecuencias: la implosión del sistema.
El intento de reforma desde arriba, planteado en el 27 congreso del PCUS (al que asistí como director de Avant, junto al camarada Armando López Salinas que entonces era el director de Nuevo Rumbo) fue una operación realizada “in extremis”. Como diríamos en modo irónico: la operación fue un éxito, pero se llevó al enfermo por delante. Comenzaba una terrible revolución pasiva a nivel mundial.