El poder de la música como instrumento para combatir el nazismo y el fascismo

Sinfonía nº 7 “Leningrado” de Dmitri Shostakovich, estrenada en Samara en diciembre de 1941 e interpretada en Leningrado en situación extrema el 9 de agosto de 1941 bajo el asedio del ejército nazi.

El 22 de junio de 1941, Alemania invade la Unión Soviética, rompiendo de manera unilateral el pacto de no agresión firmado entre Hitler y Stalin, dando comienzo a la «Gran Guerra Patria».

El asedio nazi a Leningrado duró 29 meses en los que la ciudad padeció bombardeos sistemáticos y en la que perdieron la vida más de un millón de ciudadanos, un tercio de su población, muchos por hambre y frio. Bajo estas terribles circunstancias Dmitri Shostakovich compuso esta sinfonía en Leningrado y el final de la partitura, por razones de seguridad, en el extrarradio. Constituye un extraordinario alegato contra el nazismo y el fascismo y en apoyo a la resistencia heroica de sus habitantes. La partitura fue interpretada en la misma fecha en la que los nazis pensaban entrar en Leningrado para celebrar la conquista de la ciudad. No es un dato casual. Solo pudo transmitirse con muy pocos presentes en condiciones de clandestinidad, pero por altavoces localizados en diferentes lugares de la ciudad sus defensores la pudieron escuchar. El director de orquesta Karl Eliasberg solo había podido celebrar el primer ensayo completo tres días antes. Pero a las seis de la tarde habló por la radio y dijo a sus compatriotas:

«Camaradas, está a punto de tener lugar un gran acontecimiento en la historia cultural de nuestra ciudad. Dentro de unos minutos oiréis, por primera vez, la séptima sinfonía de nuestro conciudadano Dmitri Shostakovich. Comenzó esta soberbia composición en Leningrado cuando el enemigo, loco de odio, intentó entrar en nuestra ciudad por primera vez. Cuando los cerdos fascistas nos bombardean con cañones y aviones, todos creyeron que los tiempos de Leningrado tocaban a su fin. Pero su composición es una prueba de nuestro espíritu, nuestra valentía y nuestra determinación por continuar existiendo».

Distintas oleadas de emoción recorrieron la sala de conciertos. Durante el primer movimiento fue furia; durante la segunda tristeza. Al final hubo una ovación atronadora. Subió al escenario una niña que le entregó un ramo de flores a Eliasberg. «La gente estaba de pie llorando», recordó el director. «Sabían que aquello no era un episodio más, sino el principio de algo. Lo oímos en la música los presentes en la sala, la gente en sus casas y los soldados en el frente. Toda la ciudad reencontró su humanidad. Y en aquel momento triunfamos sobre la desalmada máquina de guerra nazi».

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