¿Hacia una nueva División Azul?

En una nueva guerra todos perderíamos. Perderían los ricos, que verían volatilizarse sus bienes; perderían los pobres, cuyos trabajos desaparecerían; perdería toda la humanidad, los jóvenes, obligados a inmolarse sin saber por qué; la población civil, que ya estamos viendo cómo sufre en las guerras; sólo se beneficiarían los mercaderes de armas, los políticos corruptos, y tal vez quienes, como el imperialismo, están empujando continuadamente hacia el conflicto para beneficiar sus intereses estratégicos y económicos.

«Si busco una fórmula práctica para definir la época de antes de la Primera Guerra Mundial…confío en haber encontrado la más concisa al decir que fue la época de la seguridad. Todo en nuestra monarquía austriaca , casi milenaria, parecía asentarse sobre el fundamento de la duración, y el propio Estado parecía la garantía suprema de esta estabilidad. Nuestra moneda, la corona austríaca, circulaba en relucientes piezas de oro y garantizaba así su invariabilidad

«Quien tenía una casa la consideraba un hogar seguro para sus hijos y nietos…nadie creía en las guerras…todo lo radical y violento parecía imposible en aquella era de la razónDicho sentimiento de seguridad era la posesión más deseable de millones de personas…solo con esta seguridad valía la pena vivir…»

«En esta conmovedora confianza en poder empalizar la vida hasta la última brecha, contra cualquier irrupción del destino, se escondía a pesar de toda la solidez y modestia de tal concepto de la vida, una gran y peligrosa arrogancia… se miraba con desprecio las épocas anteriores, con sus guerras, sus hambrunas y revueltas… en efecto, hacia finales de aquel siglo pacífico, (el 19), el progreso general se fue haciendo cada vez más visible…de noche, en vez de luces mortecinas, alumbraban las calles lámparas eléctricas, las tiendas de las capitales llevaban su nuevo brillo seductor hasta los suburbios, uno podía hablar a distancia con quien quisiera, gracias al teléfono, el hombre podía recorrer grandes trechos a nuevas velocidades y volaba por los aires… ya no hacía falta buscar agua a las fuentes o a los pozos, la higiene se extendía…»

«¿Es de extrañar pues que aquel siglo se deleitara con sus propias conquistas y considerara cada década terminada como un mero peldaño hacia otra mejor?… Se creía tan tampoco poco en recaídas en la barbarie – por ejemplo, guerras entre los pueblos de Europa- como en brujas y fantasmas… Hoy, cuando hace ya tiempo que la gran tempestad lo aniquiló, sabemos a ciencia cierta que aquel mundo de seguridad fue un castillo de naipes…»

Precisamente el Mundo de la Seguridad se llama el primer capítulo de las memorias del escritor Stefan Zweig, “El Mundo de ayer”, del que hemos extraído los anteriores párrafos,  que sufrió las dos guerras mundiales, y se suicidó en 1942 antes de que acabara la segunda, convencido de que los nazis la terminarían ganando.

Su muerte la impidió ver algunos de los todavía más trágicos sucesos que estaban por venir, como el lanzamiento por parte de los EEUU de dos bombas atómicas en territorio japonés, sobre Hiroshima y Nagasaki.

Son muchos quienes han visto un paralelismo entre aquella época optimista, anterior a la Primera Guerra Mundial, y la actual, siempre que en ambos casos seamos conscientes de que estamos refiriéndonos al ámbito principalmente de Europa occidental.

Grandes masas de personas se desplazan en viajes baratos, de avión o barco, visitando lugares que sus padres nunca hubieran soñado ver, las playas de los países soleados se pueblan de turistas que se hacinan durante los meses calurosos, las discotecas están llenas de jóvenes que bailan al son de los nuevos ritmos, con la sensación colectiva de que las cosas van funcionando, recibiendo el mensaje de que si te esfuerzas, podrás prosperar en este mundo de oportunidades, donde las ideologías habrían desaparecido y solo se presenta el horizonte de un capitalismo cuyos mecanismos de control social, recepción de la información más íntima de las personas y capacidad de propaganda a medida proyectan la imagen de un mundo feliz.

En nuestro país, la libertad se conquista tomando cervezas, según la líder de la más rica de nuestras comunidades autónomas, que obtiene unos óptimos resultados electorales con tales teorías, y sin ir más lejos, muchísimos españoles, como se ve en estos días, han encontrado un nuevo modo de vivir y disfrutar,  participando u observando la actuación de las Cofradías, óperas callejeras las ha llamado algún entusiasta de nuestra Semana Santa.

Bien es cierto que en la parte oriental de Europa, las tropas rusas habían penetrado en Ucrania el 24 de febrero del 22, constituyendo como proclama la propia Wikipedia una «escalada de la guerra ruso-ucraniana que comenzó tras los sucesos del Euromaidán de 2014», que provocaron el golpe de estado propiciado por los sectores más reaccionarios de aquel país con el apoyo fundamentalmente de los Estados Unidos, y la participación ya entonces destacadísima de un Joe  Biden cuyo hijo Hunter trabajaba en una multinacional gasística ucraniana.  

No vamos a extendernos en los conocidos y reiterados intentos norteamericanos de dificultar y a ser posible impedir las relaciones comerciales entre Europa y Rusia, que se concretaron de las maneras más zafias posibles con actuaciones tales como sancionar a las empresas alemanas que participaban en la construcción del Gaseoducto North Stream 2, entidades que acabaron abandonando sus trabajos presionados abrumadoramente por la administración norteamericana. Ahora conocemos adonde llegó la presión imperialista, con la propia voladura del conducto submarino.

Años antes había caído la Unión Soviética, había desaparecido el Pacto de Varsovia, y lejos de propiciar la prometida paz con la creación  de una extensa zona de desarme como  se hizo creer a Gorbachov, la OTAN fue sembrando aquellos países, antes en la órbita soviética, de bases militares a lo largo de más de tres mil kilómetros, y de norte a sur, con una extensión y ordenación muy parecida a la que siguieron los ejércitos alemanes pocas semanas antes de la invasión de la Unión Soviética en la segunda guerra mundial.

Conoce el lector la serie de acontecimientos que se han ido sucediendo, pero lo que tal vez haya olvidado  es que el 29 de marzo del 22, en Estambul, y bajo patrocinio del presidente turco  Erdogan, Rusia y Ucrania estuvieron a punto de alcanzar un acuerdo de paz, con la redacción y firma de un convenio internacional, que consistiría en garantizar la neutralidad de Ucrania, y su no adhesión a la OTAN, así como que no se establecieran bases extranjeras en su territorio, y por su parte Ucrania aceptaría esas condiciones requiriendo en contraprestación que once países le ofrecieran garantías de seguridad en caso de ataque ruso, entre los cuales estuvieran los otros miembros del consejo de seguridad de la ONU, según informó France 24.

Diversos medios de comunicación se hicieron eco en su día de que Boris Johnson, delegado “occidental” en estos acuerdos, conminó con éxito a los ucranianos para que no los firmaran. [1]Véase en este sentido Sonia Combe, “Guerre en Ukraine, dissonances”, en Le Monde Diplomatique, marzo del 23, comentando el libro de Daniela Dahn (22), En la guerra hasta los vencedores pierden. … Seguir leyendo.

Y cuando han transcurrido ya más de dos años de la confrontación abierta en territorio ucraniano, aquella guerra que parecía lejana está adquiriendo un súbito protagonismo, pues los países de la OTAN han ido involucrándose en ella cada vez más, y se está creando un clima que lejos de ayudar a la búsqueda de soluciones pacíficas y negociadas que pongan fin a la misma, hacen todo lo contrario, atizar insensatamente la belicosidad, utilizando la propaganda de manera masiva y descarada para generar una opinión pública que consienta el incremento de gastos militares que se está llevando a cabo, y la cada vez mayor participación de los países europeos encuadrados en la OTAN en una ofensiva que acarrea enorme  peligro de que, como ocurrió en la primera guerra mundial, acabe desencadenando un conflicto de consecuencias devastadoras.

Seguía diciéndonos Zweig… «Tal vez resulte difícil describir a la generación de hoy…el optimismo y la confianza en el mundo que nos animaba a los jóvenes desde el cambio de siglo. Cuarenta años de paz habían fortalecido el organismo económico de los países, la técnica había acelerado el ritmo  de vida y los descubrimientos científicos habían enorgullecido el espíritu de aquella generación; había empezado un período de prosperidad que se hacía notar en todos los países de nuestra Europa…Las ciudades se volvían más bellas y populosas de año en año… las calles eran más anchas, más suntuosas… comodidades como el cuarto de baño, o el teléfono que antes habían sido privilegio de unos pocos, llegaban a los círculos pequeñoburgueses… una prodigiosa despreocupación había descendido al mundo, porque  ¿Quién podía parar este avance, frenar ese ímpetu…?… la gente sentía curiosidad por ver el mundo… la generación entera decidió hacerse más juvenil… Las mujeres tiraron a la basura los corsés que les apretaban los pechos, renunciaron a las sombrillas y velos, porque ya no temían al aire ni al sol, se acortaron las faldas para poder mover mejor las piernas …y que no se avergonzaban de dejarlas al descubierto… Por primera vez vi a muchachas saliendo de excursión con chicos sin institutriz y practicando deportes en una franca y confiada camaradería…»

«Pero todo los que nos llenaba de júbilo a la vez, sin que lo sospecháramos, constituía un peligro. Francia rebosaba riqueza, pero aún quería más, quería otra colonia, a pesar de que no contaba con gente suficiente para poblar la primera… Italia quería la Cirenaica, Austria se anexionó Bosnia. Serbios y búlgaros, a su vez, atacaron a Turquía y Alemania, excluida por el momento, extendía las garras para asestar su furioso golpe… si hoy reflexionamos sobre la guerra de 1914, no hallaremos ni un solo fundamento razonable, ni un solo motivo… y lo peor fue que nos engañó precisamente la sensación que más valorábamos todos; nuestro optimismo común, porque todo el mundo creía que en el »último momento el otro se asustaría y se echaría atrás…»

Una trinchera alemana ocupada por soldados británicos durante la batalla del Somme de 1916.

Ahora ya sabemos lo que pasó. Se calcula que murieron 10 millones de personas y más de 20 millones resultaron heridas. Las calamidades fueron infinitas, y se abonó el camino para la segunda, que fue aún más destructiva.

Hoy día, mientras que los ciudadanos europeos seguimos disfrutando, en mayor o menor medida, de nuestras comodidades, o intentando mejorar nuestra situación, inmersos en nuestras preocupaciones, hay quienes, llevados de su inmensa codicia, de su maldad, de su ambición y de su estupidez, quieren llevarnos a otra guerra. Desde los gobiernos europeos, lejos de promover la negociación y la actividad diplomática, se acuerda aumentar los gastos militares, sembrar de alarmismo a la opinión pública, repitiendo hasta la saciedad el inmenso peligro de un inminente e imposible ataque desde Rusia, país al que le está costando Dios y ayuda simplemente someter a Ucrania, pero eso sí, provocando un incremento de la tensión que podría llevar a desastrosas consecuencias.

En una nueva guerra todos perderíamos. Perderían los ricos, que verían volatilizarse sus bienes; perderían los pobres, cuyos trabajos desaparecerían; perdería toda la humanidad, los jóvenes, obligados a inmolarse sin saber por qué; la población civil, que ya estamos viendo cómo sufre en las guerras; sólo se beneficiarían los mercaderes de armas, los políticos corruptos, y tal vez quienes, como el imperialismo, están empujando continuadamente hacia el conflicto para beneficiar sus intereses estratégicos y económicos.

Por eso es imprescindible que seamos conscientes de lo que se está provocando, y nos opongamos con todas nuestras fuerzas al desastre al que nos quieren conducir.

Gritemos con fuerza ¡no a la guerra!, advirtamos a nuestros conciudadanos del peligro al que nos están arrastrando, exijamos a los políticos que paren su ardor guerrero, y busquen caminos de paz y de negociación para ponerle fin, y que reflexionen sobre el desastre al que nos conduce la supeditación a la estrategia de los Estados Unidos de América.

Notas

Notas
1 Véase en este sentido Sonia Combe, “Guerre en Ukraine, dissonances”, en Le Monde Diplomatique, marzo del 23, comentando el libro de Daniela Dahn (22), En la guerra hasta los vencedores pierden. Solo se puede ganar la paz
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