Henry Kissinger: ¿psicópata criminal?

Henry Kissinger no fue procesado ni juzgado por la Corte Penal Internacional para responder por presuntos crímenes de guerra. Al contrario, recibió el premio Nobel de la Paz el 10 de diciembre de 1973, que compartió con el vietnamita Le Duc Tho quien, por cierto, rechazó el galardón.

Henry Kissinger ha muerto y los medios han recogido la noticia y nos han refrescado la memoria del personaje, sin ocultar las más impresionantes facetas de su personalidad y las consecuencias de su actividad pública.  

El personaje nace el 27 de mayo de 1923 en Fürth, Alemania y fallece en Kent, Connecticut, el pasado 29 de noviembre. Siendo adolescente huye de la Alemania nazi con 15 años, llega a un país extranjero del que apenas habla la lengua y acaba convirtiéndose en uno de los protagonistas más importantes de EE.UU., mezclando inteligencia y falta de escrúpulos, y ejerciendo una fuerte influencia en los presidentes de EEUU, Richard Nixon y Gerald Ford, durante los años de 1969 a 1977. Y eso sin perder nunca su fortísimo acento alemán. Un ejemplo de que a veces sí existe el “sueño americano”.

El poder es el gran excitante, decía Kissinger. También proporciona los beneficios de la impunidad y la amnesia, señala Muñoz Molina. Él llegó a centenario protegido por el caparazón de una celebridad reverencial y una frialdad moral absoluta.

Fue el único alto funcionario en ejercer a la vez como secretario de Estado (Exteriores) y titular de Seguridad Nacional, un doble papel que ilustra su concepción de gobierno: la política exterior y la seguridad nacional constituyen un único interés al servicio del aparato económico, político y militar de EEUU por encima de los derechos humanos, y de la vida de la población civil. Él lo llamaba pragmatismo. 

Yale Greg Grandin, autor de la biografía Kissinger’s Shadow, estima que las acciones de Kissinger de 1969 a 1976, un período de ocho años breves en el que hizo la política exterior de Richard Nixon y luego con Gerald Ford como asesor de seguridad nacional y secretario de Estado, provocaron la muerte de entre tres y cuatro millones de personas, principalmente en Camboya, Vietnam, Indonesia, Paquistán, Timor Oriental, Laos y Chile. Ofreció, además, respaldo a la dictadura en Argentina entre 1976 y 1983 y con anterioridad a la de Pinochet en Chile. Participó  en la Operación Cóndor para reprimir y aniquilar a opositores latinoamericanos de izquierda [1]La batalla de Chile, la insurrección de la burguesía, la lucha de un pueblo sin armas y el poder popular.

No ensució sus manos tan solo en defensa de los intereses del imperialismo, sino que convirtió sus habilidades y su prestigio en un próspero negocio de consultoría política que le llevó a ser contratado por todo tipo de regímenes durante los últimos 40 años, obteniendo cuantiosos réditos. 

Henry Kissinger con Jorge Videla.

¿Fue Henry Kissinger un psicópata criminal? Todo apunta a que su comportamiento fue el propio no solo de alguien que podría ser calificado como criminal de guerra, sino también como psicópata criminal. 

No todos los psicópatas son criminales. El comportamiento criminal del psicópata tiene un carácter depredador: los psicópatas ven a los demás como “objetos” de los cuales aprovecharse física, económica o emocionalmente, señala Jorge Sobral. Estamos frente a unos delincuentes cuyos crímenes tienen características muy distintivas. Suelen ser actos impregnados de una violencia muy peculiar: fría y devastadora. 

Indica este catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela que «durante mucho tiempo se ha venido discutiendo sobre la imputabilidad de psicópatas, y en muchas ocasiones debido a la atrocidad de sus crímenes, inconcebibles desde un punto de vista de una persona “mentalmente equilibrada”. Lo cierto es que, en el caso de los psicópatas, sus actos son enteramente imputables, porque sus comportamientos están fundamentados por el pleno uso y disfrute de sus facultades cognoscitivas y volitivas. El psicópata es una persona que tiene pleno conocimiento y comprensión de la ilicitud de sus actos. Planifica meticulosamente sus acciones, no se inmuta ante el dolor de las víctimas e incluso se siente orgulloso de hacer daño.» 

Henry Kissinger no fue procesado ni juzgado por la Corte Penal Internacional para responder por presuntos crímenes de guerra. Al contrario, recibió el premio Nobel de la Paz el 10 de diciembre de 1973, que compartió conel vietnamitaLe Duc Tho, quien, por cierto, rechazó el galardón.

Ahora su fallecimiento no debe hacernos creer que su puesto está vacante. Por desgracia para todos los que padecemos la pax americana, nuevos psicópatas criminales están dispuestos a competir con el maestro en cuanto a practicar actuaciones basadas en el aplastamiento de los Derechos Humanos. Hay unos cuantos en la actualidad que están “haciendo méritos” para ser juzgados como presuntos criminales de guerra y cuyos perfiles psíquicos corresponden a los de los psicópatas criminales: son los responsables del genocidio de Palestina.

Unos y otros no son ni locos ni andan sueltos. Son individuos que, siendo imputables penalmente, sirven con fidelidad los designios que les marcan los planes que elabora el gran capital internacional. Por ejemplo, detrás del genocidio del pueblo palestino reaparece la posibilidad de construir una ruta alternativa al canal de Suez, concebida hace años en el llamado proyecto Ben Gurion. Este plan, según Hispantv, «fue una propuesta de Israel en la década de 1960 para conectar el mar Rojo con el mar Mediterráneo a través del extremo sur del golfo de Áqaba. La ruta se planificó a través de la ciudad portuaria de Eilat y la frontera con Jordania, a través del valle de Aravá, a unos 100 kilómetros entre las montañas del Néguev y las tierras altas de Jordania que gira hacia el oeste antes de la cuenca del mar Muerto, y se dirige a través de un valle en la cordillera del Néguev. Luego, avanzaría nuevamente hacia el norte para rodear la Franja de Gaza y conectarse con el mar Mediterráneo.» 

En el Discurso sobre la Nación que pronunció Cánovas en la inauguración del curso del Ateneo de Madrid en noviembre de 1882, señalaba: «(…) aun el homicidio, de ordinario, bárbaro, repugnante y criminal, con justicia merece altos premios, cuando, desplegados al viento los patrios colores, se afronta en el campo al poder extranjero». No será otro, indicaba el historiador Pierre Vilar, el lenguaje deKlaus Barbie Altmann, alto oficial de las SS y de la Gestapo durante el régimen nazi en su defensa personal en el juicio que le condenó a cadena perpetua en Francia en 1987: «He cumplido con mi deber de soldado». Entiéndase, explicaba Vilar: “deber de matar, por lo tanto, derecho de matar. Aunque esto no se suele decir. Cánovas es una excepción. En cierto sentido, es satisfactorio para nuestra sensibilidad que «morir por la Patria» sea glorioso y «matar por la Patria» generalmente inconfesable. Pero lo uno implica lo otro. Peligrosamente”. 

Los crímenes de guerra que cometen estos psicópatas asesinos al servicio del imperialismo alcanzan a producirles un sentimiento reconfortante por el deber cumplido. El que sintió, sin duda, Henry Kissinger al recibir el premio Nobel de la Paz y sus monedas manchadas de sangre.

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