Las hipotecas del pasado sobre nuestra tan consolidada democracia
- Algunos episodios de nuestro pasado histórico que no hemos podido superar
- Las hipotecas del pasado sobre nuestra tan consolidada democracia
- La destrucción de los factores de progreso en España
Un proceso de ruptura democrática nos podrá liberar de estos penosos gravámenes.
En el artículo anterior titulado Algunos episodios de nuestro pasado histórico que no hemos podido superar, hemos esbozado la hipoteca gravísima que sobre nuestra historia supusieron, vinculados, la Inquisición y los Estatutos de limpieza de sangre, y como incluso en la guerra de las Comunidades hubo un importante papel de los conversos, siendo aplastados los intentos democratizadores que los comuneros pretendían.
En este artículo esbozaremos algunas consecuencias que aquel pasado arroja sobre nuestro presente.
Se eliminó con los conversos el sector profesional de la incipiente, pero nada desdeñable, burguesía a la que ellos pertenecían, concentrada en las ciudades que en gran parte conformaban. En sus manos estaba la transformación de las materias primas y la distribución de las mercancías aptas para el consumo; la producción intelectual y científica; la organización administrativa y empresarial cada vez más necesaria y compleja para aquel mundo que estaba cambiando vertiginosamente.
Así, pese a la negativa oficial prolongada tozudamente a lo largo de los siglos, finalmente se ha tenido que reconocer que casi la totalidad de las grandes figuras de la literatura y el pensamiento españoles eran conversos, y que aquella gran obra que proponían, con su brutal represión, dejó de producirse. Desde Cervantes a Góngora, de Santa Teresa a San Juan de la Cruz, de Mateo Alemán a Fernando de Rojas, de Luis Vives al propio de Montaigne, nieto de judíos aragoneses quemados por la Inquisición, de Spinoza a Gracián, del padre Vitoria y Arias Montano a Nebrija y Bartolomé de las Casas y tantos otros por no citar sino a algunas de las primerísimas figuras del pensamiento español de más impacto incluso internacional, por no referirnos a los médicos, científicos, astrónomos, traductores, entre las otras figuras de gran relevancia cuya enumeración haría interminable este artículo.
Todas las profesiones burguesas estaban en sus manos: las finanzas, por empezar con la de más relumbrón, pero también las relativas al comercio, los boticarios, tejedores, sastres, administradores, empleados municipales encargados de la contabilidad…
Creo que no puede en modo alguno desdeñarse el golpe mortal que esta persecución dio al desarrollo capitalista de nuestro país, a la constitución como principal sujeto político de la nueva clase social burguesa, explicando, junto con otras causas, la debilidad de la evolución capitalista y la prolongación bárbara del Antiguo Régimen en España, con las enormes pervivencias culturales, económicas, políticas y sociales que aún padecemos.
Si a ello le sumamos el varapalo que fue para la agricultura la expulsión de los moriscos, creo que se puede tomar una mayor conciencia del panorama.
Los libros fueron férreamente censurados; se impidió la importación de los mismos, así como que los estudiantes españoles pudieran acceder a universidades extranjeras.
En un país que desde la época del Califato había dado infinidad de grandes médicos, resulta realmente significativo la enorme y posterior decadencia padecida, como la que señala el profesor norteamericano Gilman… «emblema de la derrota de la razón en España son las escenas horribles del exorcismo en el lecho de muerte de Carlos II en 1699. Doscientos años después de la presentación irónica que hace La Celestina de la magia de su protagonista, la más extraña superstición se había apoderado de la vida nacional. Los brujos habían sustituido a los médicos…» [1]La España de Fernando de Rojas, pág. 339, edición Taurus, 1978.
Y fueron en aquellos tiempos cuando se fraguaron conceptos tales como los de la existencia de unos españoles “auténticos”, los cristianos viejos, y unos “ilegítimos”, bautizados al poco como la anti España.
Desde el punto de vista puramente religioso, muy otra pudo ser la evolución. Marcel Bataillon ha demostrado en su extraordinario libro Erasmo y España la enorme influencia que tuvo en nuestro país el erudito de Rotterdam, paralela al resto de los países europeos, con su planteamiento de la búsqueda de otra forma de entender la religión, más atenta a sus principios, a la caridad, al amor, a la fraternidad, a la tolerancia, lejos de la sujeción formularia y ritual, menos dependiente de la institución eclesial, cuyo influjo suscitó el odio del fanatismo clerical hispano, que no cejó hasta anular su influencia y perseguir a los erasmistas a sangre y fuego.
Saltando en el tiempo, creo que nadie negará que muchos de estos usos fueron debidamente actualizados por el franquismo: la terrible represión, la dictadura brutal, la censura, la prohibición de la libertad de pensamiento, de cátedra, la negación de todo derecho político, entre ellos el de defensa, el absoluto predominio de la Iglesia Católica en todos los aspectos de la vida, la resurrección del concepto mismo de la anti España, bajo el que se englobaban todos los no cristiano viejos entendidos al modo actual.
Pero es que transcurridos más de 40 años de la consolidada democracia en la que nos encontramos, resultado de un pacto que mantuvo íntegra la estructura del estado franquista y la continuidad de muchos de sus usos, según los exégetas de la misma podemos observar rasgos que señalan lo indeleblemente que quedaron inscritos en la constitución política de nuestro país aquellas temibles lacras.
Si Bildu desempeña una impecable actividad democrática, integrándose en las Instituciones, formando parte del Parlamento, gracias a los votos que le proporcionan sus seguidores, al igual que se hacía con los llamados conversos, no se le juzga su presente, su actuación concreta, sino que se echa mano de su pasado (al que precisamente supo contribuir a superar): ETA, bilduetarras, lobos disfrazados, con una terminología que recuerda de manera que incluso da miedo la utilizada por los inquisidores para justificar su persecución de los recientemente bautizados.
Como hacían los miembros del Santo Oficio, en lugar de alegrarse por el incremento de cristianos, y juzgarlos solo por sus actos y no por la pertenencia a un grupo, se echa mano de la insidia, la acusación, de la especulación mal intencionada.
Resulta curioso observar otro de los planteamientos, este más internacional, de los nuevos ultraderechistas, y compararlo con el pasado: me refiero al odio anti elitista.
Los pobres labradores cristiano viejos de la Castilla profunda, que se veían deslomados de trabajar, que veían como morían sus hijos desnutridos a consecuencia de los impuestos, la ausencia de mínima labor asistencial estatal, del enorme dinero dedicado a las guerras, acusaban, llevados por la propaganda de los sectores más fanáticos del clero, a los conversos como causantes de sus males, porque eran “los ruanos”, los hombres de la ciudad, de la rúa, que administraban los municipios, prestaban dinero, cobraban impuestos, en lugar de identificar acertadamente a sus enemigos que eran los verdaderamente poderosos que se servían de unos y otros para la consecución de sus fines. Muchos de estos a su vez menospreciaban por su incultura a los rústicos, y cualquier intento de intercambiar ideas y razonamientos acababa fatalmente en la denuncia y la Intervención del Santo Oficio.
De parecida manera actúan ahora los ultras emboscados en las redes sociales: la culpa de todo la tienen unas confusas élites, que no identifican; también los emigrantes, y contra ellos lanzan el resquemor popular, pero nunca frente a los grandes oligarcas del capital, de los que colocan su patrimonio en paraísos fiscales, de los responsables de la evasión a Hacienda.
Al igual que contra los conversos, se inventan continuas teorías conspirativas, realizadas por personajes más o menos grotescos, pero nunca señalan a los grandes monopolios capitalistas como los realmente causantes de la situación catastrófica en que se encuentra el mundo.
Los ultras españoles siguen imitando a aquellos incluso en sus términos, de henchida exageración, llamando a sus adversarios traidores, gobernantes ilegítimos, felones, personajes sin honor, en un lenguaje vacío de contenido como el de entonces, parodia hueca tan llena de hipocresía como falta de entendimiento .
Antes como ahora, una minoría clerical fanática desempeñaba el principal papel en la máquina expendedora del odio, del fanatismo, de la exclusión, de la persecución del disidente, de la manipulación cerca del poder; muchos frailes dominicos y franciscanos y determinados obispos se destacaron en tal nefasto papel en la época de la Inquisición, como por ejemplo, el cardenal primado de Toledo, Juan Martínez Silíceo, principal impulsor de los Estatutos, o el franciscano Alonso de Espina, inventor de bulos y constante agitador de la opinión en contra de los judíos, bautizados o no, y hoy día continúan con enorme influencia en la propagación de supercherías e ideologías reaccionarias los miembros de varias sectas religiosas alguna semisecreta que utilizan todos los medios a su alcance para combatir las ideas progresistas, utilizando además Colegios e Instituciones Universitarias que el Estado ha puesto en sus manos.
Y como colofón, en uno y otro momento, echando mano del instrumento preferido para reprimir de los poderosos españoles: los Tribunales de Justicia, llámese del Santo Oficio, del Tribunal de Orden Público, de los Consejos de Guerra, y que ahora hemos bautizado descubriendo la pólvora como oficiantes del Law Fare.
Precisamente estamos viviendo estos días una evidencia más de lo que perdura en España el antiguo régimen, actualizado que fue por los 40 años de franquismo: muchos jueces y fiscales que se niegan, pura y simplemente, a cumplir la ley de amnistía aprobada por el Parlamento. Siguen en definitiva ignorando el principio básico democrático, a saber, que la soberanía reside en el pueblo y se expresa a través de la ley.
Las hipotecas del pasado no tienen por qué ser indefinidas. Un proceso de ruptura democrática nos podrá liberar de estos penosos gravámenes.
Notas
⇧1 | La España de Fernando de Rojas, pág. 339, edición Taurus, 1978. |
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