La historia no es una acera recta de la avenida Nevski

Esta entrada es la parte 1 de 3 en la serie La historia no es una acera recta de la avenida Nevski

Aquellos que hacen revoluciones se parecen al primer navegante, que fue instruido tan solo por su audacia”. Saint-Just, 3 de marzo de 1794.

Primera parte de la intervención de Joan Tafalla en la sede del PC de Canarias. 

Las Palmas de Gran Canaria, 2 de febrero de 2024.

Las conmemoraciones rituales, fetichistas o embalsamadoras, suelen homenajear al fallecido por negar su obra en la práctica. 

Pongamos un ejemplo: la figura de Jesús torturado y asesinado por los ocupantes imperialistas romanos y por los fariseos está presente en todas las iglesias. En cambio, las jerarquías de las diversas iglesias cristianas han negado durante dos milenios el mensaje liberador del sermón de la Montaña. 

El propio Lenin denunciaba este fenómeno tan habitual cuando en su obra el Estado y la Revolución, escribía hablando de cómo los inventores del marxismo trataban a Marx decía:

«Con la doctrina de Marx acaece hoy lo que ha ocurrido repetidas veces en la historia con las doctrinas de los pensadores revolucionarios y de los lideres de las clases oprimidas en su lucha por la emancipación. En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les sometían a constantes persecuciones, acogían sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso y. las campañas más desenfrenadas de mentiras y calumnias. Después de su muerte se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así́, rodear sus nombres de cierta aureola de gloria para “consolar” y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de la doctrina revolucionaria, mellando el filo revolucionario de ésta y envileciéndola. En semejante “corrección” del marxismo se dan hoy. la mano la burguesía y los oportunistas dentro del movimiento obrero.»(Lenin, 1986, OC, 33, 6).

Hoy y aquí no haremos una conmemoración ritual, ni fetichista ni embalsamadora de Lenin. Aún menos pretendemos castrar el contenido de su doctrina revolucionaria, ni mellar su filo revolucionario, ni envilecerla. Todo lo contrario. Lo que queremos hacer es averiguar aquello que sigue siendo actual y vigente en la vida y en la obra de aquel revolucionario y, siguiendo su ejemplo, qué aspectos debemos actualizar. Este será el leit motiv de nuestro acto.

En mi modesta contribución trataré de hacer una breve valoración de la obra de Lenin en su contexto, intentando examinarla con una mirada histórica de la larga duración. Un siglo después de su muerte y, sobre todo, después de sus últimos textos del invierno de 1922-23, es hora de trazar un balance y de fijar perspectivas.

Advierto en este texto utilizo fragmentos y resúmenes del libro sobre Lenin que estoy cerrando estos días y que, espero que verá la luz en breves semanas.

El árbol eternamente verde de la vida

El día 22 de agosto de 1918 el diario Pravda publicaba “Una carta abierta de Lenin a los obreros norteamericanos”. En esta carta, les explicaba los virajes, las marradas, los avances y retrocesos que el desarrollo históricamente concreto de la revolución rusa les estaban obligando a hacer a los bolcheviques. Recordemos la fecha: agosto de 1918. La guerra civil contra la revolución y la intervención de las 14 potencias extranjeras habían comenzado. La guerra civil duraría tres años y tendría consecuencias desastrosas. Centenares de miles de muertos y heridos, el hambre, la desorganización del aparato productivo. Nada bastó al imperialismo y a la reacción zarista para tratar de ahogar en sangre al recién nacido dentro de la cuna. La revolución alemana no había empezado todavía. Tardaría tres meses en sacar la cabeza y cinco en ser ahogada en sangre. Desde la cárcel, Rosa Luxemburgo escribía unas notas injustas sobre la revolución rusa que, cuando fue liberada no quiso publicar [1]Con el compañero Joaquín Miras escribimos una crítica de aquel libreto tan elogiado y manipulado por eurocomunistas y liberales de todo tipo (Miras y Tafalla, 2006). . De todas formas, en aquel texto Rosa calificaba a Lenin y sus compañeros justamente así:

«Los bolcheviques son los herederos históricos de los niveladores ingleses y de los jacobinos franceses». (Luxemburgo, 1918: 42).

La complejidad de la revolución aparecía con toda su crudeza. Lenin explicaba todo esto a los obreros americanos con ejemplos concretos de la realidad concreta: la revolución no es un acto puntual, la revolución es un proceso. Más allá de los elementos coyunturales, Lenin les hablaba de la importancia de la política en el desarrollo histórico. Frente al determinismo, el evolucionismo y el fatalismo de la segunda internacional oponía la política, es decir, la construcción de la voluntad colectiva. Frente al moralismo incapacitante que tanto gusta a los teóricos “a la violeta”, la política, con todos sus giros, marradas y con todos los sapos que haya que tragar. 

Para explicar todo esto, Lenin recurría a un revolucionario ruso de la generación anterior, su admirado Nicolai Chernyshevski. En su carta a los obreros americanos afirmaba:

«La obra de la historia no es una acera de la Avenida Nevski, decía el gran revolucionario ruso Chernyshevski. Quien “admite” la revolución proletaria sólo “a condición” de que transcurra lisa y llanamente, de que actúen de consuno los proletarios de distintos países, de que exista una garantía contra las derrotas, de que el camino de la revolución sea ancho, recto y despejado, de que para vencer no haya necesidad de pasar a veces por los más penosos sacrificios, de “permanecer en una fortaleza sitiada” o abrirse camino por las más tortuosas, angostas, impracticables y peligrosas veredas montañosas, ése ni es revolucionario ni se ha despojado de la pedantería de la intelectualidad burguesa y, de hecho, se deslizará siempre al campo de la burguesía contrarrevolucionaria, como les ocurre a nuestros eseristas de derecha, a nuestros mencheviques e incluso (aunque con menos frecuencia) a nuestros eseristas de izquierda.» (Lenin, 1918, OC 37:58).

Este es el leit-motiv que presidió la vida y la obra de Lenin: considerar lo abstracto como algo pobre, estéril. La certeza de la complejidad real y la riqueza de determinaciones radica en lo concreto. El intento permanente de captar los nudos de contradicciones que condensa una determinada coyuntura. Todo ello al servicio de la práctica revolucionaria.

Un año y medio antes, en las tesis de abril de 1917 había escrito: 

«La teoría, amigo mío, es gris, pero el árbol de la vida es eternamente verde». (Lenin, abril de 1917, OC 31:142).

La revolución rusa, un acontecimiento que rompió todos los esquemas

Para hablar de Lenin, primero debemos hablar de la revolución rusa. Empecemos por el principio, pues.

La revolución rusa de 1917 fue la madre de todas las revoluciones del siglo XX. Fue un acontecimiento insólito y complejísimo que no respetó ningún esquema ni pronóstico. En eso se pareció a todas las revoluciones que en el mundo han sido. Me refiero a la inglesa (s. XVII), a la francesa y la norteamericana (s. XVIII). También me refiero al conjunto de las revoluciones socialistas o de liberación nacional del siglo pasado. Ninguna de ellas respetó ningún esquema ni pronóstico derivados del marxismo de la segunda internacional.

Así pues, la revolución rusa de 1917 sigue presentándose ante nosotros como un misterio: ¿cómo y por qué se produjo precisamente en Rusia una revolución de tan inmensas consecuencias no sólo para el conglomerado de pueblos y naciones oprimidos por el imperio zarista, sino también para el conjunto de la humanidad?

La derecha suele etiquetar la gran revolución francesa como “revolución jacobina”. También suele etiquetar la gran revolución rusa como “revolución bolchevique”. Mucha gente de izquierdas, incluso muchos comunistas caen en la trampa de la derecha cuando adoptan esta etiqueta. ¿En qué consiste la trampa? Consiste en reducir la revolución a un golpe de estado realizado por una minoría. Se suele llamar a esto blanquismo. 

Esta reducción es el primer paso para equipararla el bolchevismo al fascismo y al nazismo y, por tanto, para reducir los dos fenómenos a uno solo que llaman “totalitarismo”. Es algo más que un simple error de etiquetado. Es una manipulación grosera que por desgracia suele ser comprada por sectores de la izquierda. Además, se no corresponde con la realidad.

En Francia la revolución no la “hicieron” los jacobinos. En Rusia la revolución no la “hicieron” los bolcheviques. Ambas revoluciones fueron la obra de millones y millones de seres anónimos, de las grandes masas, del pueblo. 

¿Qué pensaba Lenin sobre la toma del poder por parte de una minoría? argumentando su propuesta de reivindicar todo el poder para los soviets, decía:

«Quien quiera meditar y estudiar deberá́ comprender que el blanquismo significa la conquista del poder por una minoría, mientras que los Soviets de diputados obre ros, etc., constituyen evidentemente una organización directa e inmediata de la mayoría del pueblo. El trabajo consistente en la lucha por la influencia dentro de tales Soviets no pue de, sencillamente no puede, desviarse a la charca del blanquismo». (Lenin, abril de 1917, OC 31:148).

Por el contrario, para Lenin, las revoluciones las hacen los millones y millones de personas:

«Toda revolución significa un brusco viraje en la vida de las grandes masas populares. Si este viraje no ha madurado, es imposible una verdadera revolución. Y de la misma manera que todo viraje en la vida de un individuo le enseña y le hace conocer y sentir muchas cosas, la revolución brinda al pueblo entero, en poco tiempo, las más profundas y preciosas enseñanzas. Durante la revolución, millones y millones de hombres aprenden en una semana más que en un año de vida rutinaria y monótona. Pues en un brusco viraje de la vida de todo un pueblo se ve con especial claridad qué fines persiguen las diferentes clases sociales, de qué fuerzas disponen y con qué medios actúan». (Lenin, 6 de septiembre de 1917, OC 34: 58)

Las citas de este estilo se pueden encontrar a todo a lo largo de la obra de Lenin. Por esta intervención he escogido tan solo dos. Leamos ahora la segunda:

«Sabemos que a una gran revolución la levanta la muchedumbre desde lo más hondo de su seno, que para eso se necesitan meses y años … Sabemos que la revolución es algo que se aprende con la experiencia y la práctica, y que una revolución llega a ser verdadera sólo cuando decenas de millones de personas se alzan unánimes como un solo hombre. Esta gran lucha, que nos eleva a una nueva vida, la han comenzado ciento quince millones de personas, por tanto, hay que fijarse en ella con la mayor seriedad». (Lenin, 5 de julio de 1918, OC 36: 512-513).

No, para Lenin, la revolución no es obra de minorías; la revolución no es un golpe de estado ni un acto puntual. Las revoluciones las hacen las decenas de millones de personas cuya aspiración no es hacer la revolución, si no, simplemente, sobrevivir. 

Aquí emerge el viejo dilema entre reforma y revolución. Usemos conceptos caros a Lenin y a Gramsci: Mientras la dinámica del desarrollo capitalista permita satisfacer de alguna manera las necesidades radicales de las clases subalternas, el pueblo trabajador permanecerá en el marco de la fase económico-corporativa, y su movimiento será cooptable, resubalternizado, subsumido por el bloque en el poder. En este caso, la emergencia de demandas y la exigencia de cambios, deja de ser un problema para el sistema: incluso puede transformarse en el motor de una nueva etapa de la acumulación de capital. En la inmensa mayoría de los casos, el motín, la rebelión, el movimiento social no llega a producir una revolución. Son condición necesaria, pero absolutamente insuficiente de la revolución.

Sólo cuando las clases dominantes de una determinada formación social no pueden satisfacer las necesidades radicales del pueblo trabajador; cuando estas demandas van a contrapelo de la dinámica y de las necesidades de la acumulación capitalista; sólo cuando la voluntad colectiva construida y elaborada largamente en base a la experiencia deliberada en órganos democráticos de contrapoder, alcanza un nivel de radicalidad suficiente, entonces y sólo entonces, el movimiento de las clases subalternas puede superar, en palabras de Gramsci la fase económico-corporativa y alcanzar la fase ético-política. 

En el caso de la revolución rusa de 1917, los millones y millones que hicieron la revolución tenían necesidades simples, reformistas: paz, pan y libertad. Pero las circunstancias transformaron aquellas necesidades en revolucionarias. 

Por otra parte, para que se produzca una revolución se debe haber creado previamente un nuevo orden moral e intelectual que, ocupe de manera molecular los intersticios capilares del viejo orden. Como dijo Antonio Gramsci, antes se debe haber creado una hegemonía:

«Un grupo social es dominante de los grupos adversarios que tiende a ‘liquidar’ o a someter, incluso por la fuerza armada; y es dirigente de los grupos afines y aliados. Un grupo social puede y de hecho debe ser dirigente aún antes de conquistar el poder gubernamental (esta es una de las condiciones principales para la conquista del poder); después, cuando ejerce el poder, y aunque lo aferre con fuerza, es dominante, pero también debe seguir siendo ‘dirigente‘». (Gramsci, 1934, QP 19 § 44: 106-120). 

Lo que Gramsci llamará la fase ético-política solo puede ser alcanzada por las clases subalternas tras una larga guerra de posiciones desarrollada durante un período históricamente largo por millones de personas y no por una minoría ni por ninguna vanguardia autoproclamada. Esta fase ético-política es siempre provisional y está sometida al asedio permanente de las clases dominantes. Gramsci, aplicando una visión claramente leninista, considera que tan solo conquistando el poder del estado pueden las clases subalternas tratar de abandonar su carácter provisional y conseguir una cierta continuidad histórica. Pero Antonio Gramsci nos advirtió que: 

«Los grupos subalternos siempre están sujetos a la iniciativa de los grupos dominantes, incluso cuando se rebelan y organizan una insurgencia; solamente la victoria ‘permanente’ rompe la subordinación, pero no lo hace inmediatamente. De hecho, incluso cuando parecen haber triunfado, los grupos subalternos solo están en estado de alarma defensiva». (Gramsci, 1934, QP 25 § 5: 726). 

Gramsci, de nuevo, profético. Hoy, un siglo después de la muerte de Lenin, 33 años después de la implosión del “socialismo real”, hemos aprendido duramente que esta continuidad no está nunca asegurada. 

Jacobinos y bolcheviques

Todo lo dicho hasta ahora no pretende quitar ninguna importancia al papel de los jacobinos en la gran revolución francesa ni al rol de los bolcheviques en la revolución rusa de 1917. Acerquémonos con brevedad lo realmente sucedido en ambas revoluciones. 

Vamos por partes:

La revolución francesa la hicieron las siete grandes insurrecciones campesinas que se sucedieron entre 1789 y 1794 (Ado,1996; Castells & Tafalla, 2013: 44-50). Fue el elemento principal. La hicieron las grandes luchas de las masas populares urbanas, de los sans culottes (Soboul, 1958; Castells & Tafalla, 2013: 75-84) que hicieron avanzar a la burguesía a base patadas en el culo (Gramsci, CC, 19, <24>). El club de los jacobinos, las sociedades de correspondencia y la red de clubes que se extendía a todo a lo largo y ancho de Francia, jugaron un papel muy importante en la elaboración de la experiencia colectiva de las amplias masas campesinas y urbanas. Los jacobinos ayudaron a las grandes masas a pasar del sentido común de las clases subalternas al buen sentido revolucionario (Tafalla, 2014: 187-194). Esta red de sociedades permitió fundir la economía moral de la multitud con la filosofía del derecho natural, oponiendo a la economía política tiránica de la fisiocracia una economía política popular (Gauthier, 1988:111-144). En este sentido, las siete insurrecciones campesinas, las grandes jornadas protagonizadas por las masas populares urbanas, el trabajo de los intelectuales revolucionarios trató de frenar la implantación del capitalismo, oponiendo la libertad de los antiguos a la libertad de los modernos.  

La revolución se produjo en Oriente y no en Occidente, como estaba previsto en los esquemas “marxistas” vigentes. Además, y contra el mito construido a posteriori, fue mucho más que una revolución proletaria. Además de una revolución obrera, fue una revolución campesina (Tafalla, 2017: 39-79), también una revolución de las mujeres (Benítez, 2018: 239-298), y una revolución de las naciones y pueblos oprimidos por el imperio zarista(Lewin, 2017; Tafalla, 2017: 87-132).. Estas cuatro revoluciones coincidieron en el momento crítico de la crisis de la autocracia, pero sus objetivos y sus ritmos no siempre eran coincidentes y, en ocasiones eran francamente contradictorios. Los cuatro sujetos revolucionarios, además eran sujetos francamente complejos y a menudo con contradicciones en su interior. El anudamiento de contradicciones era formidablemente complejo.

En resumen, las dos grandes revoluciones de la contemporaneidad fueron revoluciones compuestas, obra de las grandes masas que ya no podían ni querían seguir viviendo en el régimen social anterior. Fueron obra de los millones de personas que se pusieron en movimiento buscando soluciones a sus necesidades básicas que se habían convertido en radicales por mor de las circunstancias. Como señaló Albert Mathiez: 

«Jacobinos y bolcheviques fueron arrastrados por una corriente más fuerte que ellos mismos. Estos dictadores obedecían a sus tropas para poder comandarlas» (Mathiez, 1920:18-19).

Resumo este apartado: A menudo decimos irreflexivamente: “la revolución rusa la hicieron los bolcheviques”. Incluso decimos: “la revolución rusa la hizo Lenin”. La consecuencia de esta visión de las cosas podría ser: esperemos que aparezca un nuevo Lenin que venga a quitarnos las castañas del fuego. Si entre nosotros prevaleciera esta concepción, estaríamos ante un mito mesiánico, nostálgico, y atentista. Es decir, estaríamos instalados en la espera pasiva del “gran acontecimiento”, o en la espera de la llegada de un mesías. Todo lo contrario del talante de Lenin y del comportamiento de los bolcheviques. 

Notas

Notas
1 Con el compañero Joaquín Miras escribimos una crítica de aquel libreto tan elogiado y manipulado por eurocomunistas y liberales de todo tipo (Miras y Tafalla, 2006).
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