Muñoz Machado y Cervantes

En su libro “Cervantes” el Director de la Real Academia se suma, de forma sutil, a esa gigantesca operación de propaganda, de impulso y “aggiornamento” de la visión de nuestra historia acorde a los puntos de vista de la “derecha eterna” española.

Es frecuente que personajes que en un pasado proceloso, tal vez oscuro, han realizado actividades poco recomendables, que normalmente les han servido para enriquecerse, una vez conseguido su objetivo busquen un ennoblecimiento, algo que les sirva para ganar prestigio, arrastrar los posos del ayer y, en definitiva, presentarse ante la sociedad con una nueva luz de tanta mayor respetabilidad cuantos mayores sean los triunfos obtenidos, mejor que la imagen que a posteriori puedan aparentar.

Algunos de estos han sido muy famosos, próceres de ámbito internacional, crearon dinastías, como Rockefeller, que tras hacerse con una enorme  fortuna aprovechándose de los más oscuros negocios, montó museos o construyó  emblemáticos edificios,  se volvió muy fino y se exhibe habitualmente con las mejores compañías.  Sin movernos de España, resulta emblemático el caso de la familia March, cuyo patriarca era conocido como el mayor pirata del Mediterráneo con actividades que lo hicieron multimillonario. Sus descendientes han hecho olvidar aquellos inicios montando nada menos que una de las instituciones con más brillo del país, como es su Fundación.

Tengo que reconocer que todo esto me pasó por la cabeza ante la sorprendente  elección de un señor escasamente relacionado con el ámbito literario o de las letras en sentido amplio, como Santiago Muñoz Machado, catedrático de derecho, abogado en ejercicio durante muchos años y nada menos que Director de la Real Academia Española (RAE) en la actualidad.

Conocía de sus actividades por la prensa, por ejemplo, que había sido acusado de “violar la ley de la televisión privada y la ley tributaria, y provocar un fraude de 90 millones de euros”, como indicaba La Vanguardia, cuando informaba de la querella y el juicio que se le había seguido a él y a Miguel Durán, en relación con diversas operaciones de la ONCE, Telecinco, y otras compañías, que según el Abogado del Estado y la Fiscalía habrían consistido en “elaborar un entramado jurídico negocial  ficticio para encubrir la violación de la Ley de Televisión Privada y violar la ley tributaria, defraudando a Hacienda más de noventa millones de euros”. Un asunto en el que podría haberse visto beneficiado Silvio Berlusconi, pero lógicamente había acabado olvidándome del personaje, hasta que años después lo vi encaramarse a la dirección de la Real Academia Española, éxito que me pareció sorprendente y que expliqué parcialmente por el deseo de los restantes académicos de impedir a cualquier precio que resultara designado su único oponente, que era nada menos que el entonces factótum del grupo Prisa Juan Luis Cebrián.

Nuestro personaje fue finalmente absuelto de aquel proceso, con lo que, entre esta sentencia favorable y su ulterior nombramiento, podría pensarse que había olvidado aquellos malos momentos, y que se encontraría confortado en su estupenda posición social, por lo que sin duda su última actividad relevante habría que considerarla realizada exclusivamente por espíritu científico, ajena a toda ansia de relumbrón. Una tarea que ha consistido nada menos que en lanzarse, supongo que solo, sin más colaboración que la de su caletre, a elaborar una biografía de Cervantes, de 1031 páginas, que ya ha obtenido los elogios de El País, de La Vanguardia, y nada menos que de Vargas Llosa que la glosaba hace poco en términos favorables, como continuarán sin duda pronunciándose los restantes medios respetables de nuestro país sobre obra de tan esclarecido autor.

Por mi parte,  tengo que reconocer que no comparto tales elogiosos juicios.

El Quijote: “Con la Iglesia hemos dado, Sancho”.

La obra realiza un enorme compendio de muchos de los escritos que a lo largo de los siglos han tratado tanto sobre el autor del Quijote como sobre sus obras, sistematizándolos en los diversos capítulos que lo compone, y sintetizando las diversas opiniones y críticas  destacadas emitidas sobre el considerado más egregio escritor en castellano de la historia, sin desarrollar ninguna labor de investigación, ni aportar nada no conocido tanto sobre las vicisitudes del autor, como sobre los entresijos de sus escritos. Tampoco parece haberse llevado a cabo una búsqueda de algún dato, documento nuevo o no publicado, o circunstancia significativa que aporte luz, o mayor conocimiento, sobre los mismos.

Sin embargo, aparte de un ejercicio de autobombo con esa compilación que nada nuevo aporta, lo que hace el Director de la Real Academia es sumarse, de forma sutil, a esa gigantesca operación de propaganda, de impulso y “aggiornamento” de la visión de nuestra historia acorde a los puntos de vista de la “derecha eterna” española. Como ocurre con el publicitadísimo libro “Imperiofobia y leyenda negra” de Elvira Roca Sastre y con el de José Varela Ortega titulado “España. Un relato de grandeza y odio”, así como otros más, que frente a las corrientes liberales y progresistas que a partir del siglo XVIII, con gran dificultad, han ido cuestionando muchas de las vicisitudes pretendidamente heroicas protagonizadas por las clases dominantes hispanas desde antiguo, cuestionando su relato sobre temas como la llamada Reconquista, los gobiernos imperialistas de los Austrias, el descubrimiento de América, el papel del nacionalcatolicismo, entre otros, vuelven con Marcelino Menéndez  Pelayo a fustigar a los heterodoxos, y reivindicar todas aquellas proezas, incluso las inquisitoriales.

Y es que las batallas culturales son profundamente políticas.

En el caso del libro que estamos comentando, Muñoz Machado castra a Cervantes de la defensa de los oprimidos y del análisis de la sociedad que contempla, de la enigmática profundidad de su crítica, de aquellos elementos  subversivos que  hicieron del Quijote el libro preferido, por ejemplo, de Carlos Marx, de Daniel Defoe, de Lord Byron, de Dickens, del propio Jefferson, de Faulkner, que confesaba leerlo cada año, de Thomas Mann…

En alguna de las entrevistas que ha llevado a cabo, Muñoz Machado califica a Cervantes como un integrista religioso, seguidor de Trento y afirma, además,  que no fue erasmista. En el análisis que efectúa para contextualizar la obra cervantina, omite, desactiva, oculta, algunos de los aspectos más relevantes de aquella sociedad que han de tenerse especialmente en cuenta para saber de qué estamos hablando al leer a Cervantes.

Entre los múltiples autores que cita o utiliza en su trabajo, el que sale peor parado es Américo Castro, nuestro heterodoxo historiador por excelencia, lo que no resulta nada extraño, dado el cariz de la obra que estamos comentando.

En definitiva, Muñoz Machado va expurgando sobre las diversas biografías que se han hecho sobre Cervantes, recorre las diversas opiniones que se han ido emitiendo a lo largo del tiempo, de comentarios sobre la obra, espigando, y de manera sesgada elimina aquello que puede resultar de mayor carga progresista, de crítica más profunda sobre la España que le tocó vivir al alcalaíno, de los problemas gravísimos de represión y persecución de la época, soslayando las cuestiones esenciales que han de tenerse en cuenta para evaluar la grave situación que se vivía en el periodo del llamado Siglo de Oro.

Dado que no es posible acometer una crítica detallada de tan extensa obra, parece de especial interés detenerse al menos sobre un asunto que creo trascendental: el supuesto integrismo religioso de Cervantes según Santiago Muñoz, en relación contradictoria con ciertas influencias erasmistas que algunos críticos le habían atribuido.

Erasmo de Róterdam (1466-1536)

En el capítulo octavo de su libro, Muñoz Machado analiza la cuestión del pensamiento religioso de Cervantes, criticando las posiciones que lo encuadran próximo al erasmismo, simplificando el contenido del pensamiento del estudioso de Rotterdam, y señalando que no existe rastro sustancial de las proposiciones de Erasmo en su obra.

Debemos resaltar que la cuestión del erasmismo ha sido crucial en nuestra historia, pues estuvo implicado en la apuesta por la modernidad o por el integrismo.  Erasmo de Rotterdam ejerció en su tiempo una extraordinaria influencia, y en relación con el tema de la religión, al que dedica gran parte de su obra, su decidida apuesta es por  la “Philosophia Christi” en abierto desafío a la escolástica.

Erasmo insiste en la simplicidad de la Ley de Cristo y en la libertad cristiana:  «el hombre es el animal que ha inventado las armas, que ha inventado el cañón», «los frailes menores y los del púlpito propagan la guerra», «los príncipes deben hacer callar la ambición, deben expulsarse a las personas apasionadas e interesadas en la guerra». Radical pacifismo.

Su oposición a “los hombres oscuros”, al ceremonial, a las órdenes religiosas y su protagonismo, son el eje de toda la obra de Erasmo, por lo que no  puede Cervantes abrazar y exhibir un cuerpo doctrinal dogmático (que no existe), más allá de la continua proclamación de los valores primigenios cristianos, tomados del Evangelio, que han sido desnaturalizados por esos “hombres oscuros”.

Por ello, malamente puede Cervantes abrazar una dogmática erasmiana que nunca existió. Bastante tenía, además, con su esforzado sobrevivir, y además, escribir.

En cuanto al periodo histórico en que se inscribe el Quijote, Muñoz Machado omite el elemento que el “apestado” Américo Castro pone en primer lugar, para consternación de la historiografía oficial, la de la España eterna, a saber, el problema de los judeoconversos, el de la brutal persecución inquisitorial que impide que se pueda respirar en aquella España, máxime si, como es el caso de Cervantes, eres del linaje de los impuros, extremo sobre el que el autor de tan voluminoso tratado no dice ni una palabra.

Pretender que en un contexto en el que la ley impide a los castellanos estudiar en el extranjero (1559), en el que se hacía muy difícil importar libros a España (1558) y que en estas y en otras circunstancias semejantes nuestro egregio autor, para ser considerado erasmista, tuviera que hacer una profesión expresa de fe en este sentido, o hubiera de maldecir las reliquias o enfrentarse abiertamente a la Iglesia Católica, es como mínimo de una tendenciosidad  inconcebible. Hacía todavía pocos años que los erasmistas habían sido detenidos, torturados, encarcelados, quemados, y se estaba en pleno proceso de persecución contra aquellos que la Inquisición consideraba sus próximos, es decir, los luteranos. Pensar que Cervantes va a explicitar sus opiniones críticas en este contexto, es verdaderamente delirante.

El autor del Quijote, pese a su éxito popular, no alcanzó en vida el reconocimiento oficial que merecía su obra. Pasaron los años, y su estimación como gran figura tuvo que llevarse a cabo en Inglaterra, a instancia de John Carteret, que encarga incluso la primera biografía de Cervantes en 1738, y posteriormente la edición comentada de John Bowle, y es desde la recuperación en el extranjero de su obra, cuando finalmente en España, en el siglo XVIII, comienza a reconocerse como merece.

Y es que los poderes españoles no simpatizaban con Cervantes, o cuando no lo pueden ignorar lo tergiversan.

De extraordinario interés me parece la reflexión que efectúa al respecto el catedrático y crítico literario protofascista Manuel de  Montoliu, en 1939, cuando indica: «Este pleito de la representación suprema del alma nacional en nuestra literatura se ventila en la actualidad  exclusivamente entre Lope y Cervantes… La fama universal del Quijote fue póstuma y la labraron principalmente los escritores y los hombres de letras extranjeros, que vieron en el gran libro una trascendencia de la que ninguna sospecha habían tenido sus colegas en España… Por el contrario, la fama de Lope fue inmediata y popular… El de Lope es un teatro hecho para un pueblo de caballeros… Cervantes en su obra nos pinta  también hombres de alto linaje, aunque deja ver constantemente su predilección por los desheredados y menesterosos, y su simpatía va espontáneamente hacia esos arrieros y licenciados con ribetes de locura, hacia esos pícaros y buhoneros, mesoneros y titiriteros, galeotes y maritornes, zagales y bandoleros, hacia todas esas gentes humildes que pululan por sus obras viviendo a la buena de Dios, exentos de la mortal congoja de la humana previsión… El Quijote no es el libro de la actual realidad española, su protagonista no nos ofrece la ejemplaridad oportuna en estos momentos trascendentales de la historia de España. El Caballero de la Triste  Figura, encarnación suprema de la filosofía del desengaño, es el heraldo de la inminente debilidad de la unidad espiritual del Imperio».

¡Qué bien captó el dirigente cultural franquista la esencia de Cervantes!

Y como ahora no es cosa de ningunearlo, se le trasquila, se minimiza su carga subversiva,  se le reduce al escritor “de abogados y secretarios” que él rechazaba, y sin duda, Muñoz Machado, con  su ortodoxa biografía cervantina,  conseguirá mantener las simpatías de la “España Eterna”, que considerará a lo sumo algún posible pecadillo anterior suyo, si es que lo ha cometido, como venial.

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