Saga borbónica VIII: El padrino

Esta entrada es la parte 9 de 9 en la serie Saga borbónica

Ángeles y demonios

Cuando dios se le apareció en Las Vegas le dijo que podía utilizar al ángel Marcelo de aparcacoches. Y, como es natural, Jorge Fernández Díaz viajó al Vaticano para agradecer al representante de Cristo la gracia concedida y llevarle un detallito. Pero Benedicto XVI le sorprendió con una revelación estremecedora: ”El diablo quiere destruir España”, le comunicó el Papa (sí, el diablo, ¿qué pasa?). Trémulo y atónito, Fernández Díaz pestañeaba sin cesar.

Habló con María Dolores de Cospedal, entonces Ministra de Defensa y hermana mayor de la cofradía católica de La Real, Franciscana y Castrense Hermandad del Santísimo Cristo de la Defensión, la Santa Cruz, María Santísima de la O, San Bruno y Santa Juana de Lestonnac, y le dijo: “Loli, querida, Pablo Iglesias quiere destruir España. Me lo ha confirmado el Papa”.

Horrorizada, Dolores buscó la mantilla en su fondo de armario. Jorge besó el crucifijo y llamó a Marcelo. Y se fueron en el coche oficial a ver al comisario Villarejo para ordenarle que montara la Operación ‘Kitchen’ (‘Cocina’ para los que no habléis extranjero), con unos cuantos polis de confianza, a fin de salvar a España de las garras del Maligno. Había que evitar que cierta documentación “sensible” cayera en poder del demonio.

No obstante las nobles intenciones del buenazo de Jorge y de su banda, la Fiscalía Anticorrupción acaba de desvelar, en un informe de 52 páginas, que existen indicios de delito en la Operación ‘Kitchen’, diseñada para arrebatar al extesorero, Luis Bárcenas, la información que guardaba sobre las relaciones del PP con la trama Gürtel, el dinero negro, las mordidas y la financiación ilegal del partido. La Operación ‘Kitchen’, resume la Fiscalía, consistió en “captar al chófer de la mujer de Bárcenas, Sergio Ríos, para obtener de él información concreta sobre el lugar en el que Luis Bárcenas y su esposa ocultaban material documental comprometedor para el PP y para altos dirigentes del mismo, a cambio de una retribución mensual con cargo a gastos reservados”.

El informe de la Fiscalía recoge los apelativos con que los agentes que intervinieron en la ‘Kitchen’ apodaban a los líderes del PP, con objeto de despistar a Satanás. Bautizaron como ‘Barbas’ al entonces presidente Mariano Rajoy, y como ‘Pequeñita’ a su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría. A Cospedal la apodaron con el enigmático pseudónimo de ‘Cospe’ para encubrir cierta información “muy comprometida” para ella. Y más explícitos fueron al referirse a su marido, Ignacio López del Hierro, al que denominaron ‘Polla’. No aclara el informe si la denominación hacía referencia al tamaño o al volumen.

Sergio Ríos, el chófer, pasó a ser “el Cocinero” y le adjudicaron una asignación mensual de 2.000 euros de dinero público para que sacara la documentación comprometedora de la casa de Bárcenas, designada “el zulo”. Pero como no tuvo éxito en su sagrada misión, al final contrataron a un delincuente común para que se disfrazara de cura y secuestrara a punta de pistola a la familia de Bárcenas, al grito de “¿dónde está el puto pen drive?”.  Y al número dos de Fernández Díaz, Francisco Martínez, que era el Secretario de Estado de Seguridad y, por tanto, encargado de ordenar los pagos, le apodaron ‘Chocho’. Los miembros de las cloacas del Ministerio del Interior siempre han tenido a Freud como referente intelectual.

Tras conocer su probable imputación, ‘Chocho’ ha enviado un mensaje al Jefe superior de la Policía, en el que dice: “Si tengo que declarar [ante el juez ] porque me implican, irán también Fernández Díaz y probablemente Rajoy”. Y ha escrito una carta al presidente de la Audiencia Nacional, José Ramón Navarro, reconociendo que su “grandísimo error fue ser leal a miserables como Jorge [Fernández Díaz], Rajoy o Cospedal”. Le prometieron que iría en las listas del PP, de diputado o senador, y después lo dejaron tirado. Unos miserables, y no como él que lo hizo todo por lealtad. “Lo sé, lo sé”, se ha limitado a responder el magistrado, haciendo gala de una profesionalidad admirable.

La conexión entre estos antiguos altos cargos de Interior no hubiera sido posible sin la mediación del padre Silverio Nieto, Don Silverio, confesor personal de Fernández Díaz y director jurídico de la Conferencia Episcopal. Su paso por la Brigada de Información de la Policía, cuando era uno de sus agentes en los años setenta (la época dura de la sede franquista de la Puerta del Sol), le proporcionó suficiente experiencia como para moverse con soltura en el proceloso mundo de las cloacas del Estado. En la Policía lo consideran como el fontanero de los servicios secretos del Vaticano en España.

El informe de la Fiscalía pinta feo. Habla de prevaricación, malversación de fondos públicos, revelación de secretos y no sé cuántas cosas más. Pero no es fácil que la acusación prospere: Jorge es supernumerario del Opus Dei, y la mayoría de sus distinguidos secuaces también son miembros de la Santa Mafia. Cuentan con el apoyo de la Conferencia Episcopal, a través de don Silverio, y del propio Vaticano que destapó la liebre sobre el peligro del Maligno. Y, a Loli de Cospedal la hemos visto tararear “soy el novio de la muerte” en diferido. Así que probablemente el asunto quede en nada.

Además, el encargado de instruir el caso es Manuel García-Castellón, un juez a la medida del PP que impidió el procesamiento de Pinochet, y al que Rajoy se trajo de su retiro dorado en Roma para que sacase de la cárcel a Ignacio González y evitara que la Audiencia Nacional investigue a su muy corrupta Majestad. Y, bastante trabajo tiene el pobre García-Castellón con perseguir a Pablo Iglesias, tratando de probar como sea que raspó la tarjeta del móvil de su asistenta Dina con una lima de rayos láser enriquecidos con isótopos de uranio 235 U.

Con tanta gente de comunión diaria remando a favor de la Operación ‘Kitchen’ ¿qué podría salir mal? El diablo lo tiene crudo.

Juan Ignacio Ruiz Huerta

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