“El jefe de los espías”

Un demoledor libro escrito por los periodistas Juan Javier Fernández-Miranda y Javier Chicote, colaboradores en ABC,  titulado «El Jefe de los Espías», Roca Editorial.

La Guerra de Ucrania le ha venido a algunos muy bien, por motivos muy diversos. No se habla ya de los escándalos de Boris Johnson, con sus fiestas durante  la pandemia. Tampoco de la súbita evaporación de aquel aguerrido Pablo Casado que insultaba continuamente al gobierno con aires de guerrero, y que no ha durado ni un asalto cuando se le ocurrió, por los motivos que fuere, denunciar la presunta  corrupción del hermano de Díaz Ayuso que la comprometía, con esas concesiones tan sospechosas de adquisición de material sanitario para la comunidad de Madrid durante los peores días de la pandemia. Una deshonesta actividad que ha tenido legión de seguidores  emparentados con el poder en aquella Comunidad Autónoma. 

Los barones del PP y la prensa conservadora, lejos de agradecer la denuncia, se les echaron encima, y forzaron su desaparición de la escena pública de manera penosa y deshonrosa para tan acrisolado y españolísimo valentón.

También las andanzas del emérito se han puesto bajo sordina, pese a estar en un momento álgido por  el proceso seguido en Londres a instancia de Corinna Larsen  contra su antiguo amante, cuya inviolabilidad, tan protegida en España,  ha quedado destrozada en cuanto ha tenido que confrontar con una legislación procesal y penal y con una judicatura que no ha dudado en calificar como grotesca la supuesta inmunidad de Juan Carlos I. Por el contrario, en España, conocidos jurisconsultos continúan apelando a la impunidad regia, aunque robe todos los días en una joyería, según el ejemplo que ha puesto el juez inglés en su sentencia para desvirtuar esta coraza protectora contra todo tipo de delitos que en España lo ampara.

En este orden de cosas y con la atención absorbida casi por completo por la guerra de Ucrania, no ha recibido suficiente atención el demoledor libro escrito por los periodistas Juan Javier Fernández-Miranda y Javier Chicote,   titulado “El Jefe de los Espías“, Roca Editorial. Un texto que glosa las notas y diarios del que fuera Director del Centro Superior de Información de la Defensa (CESID), general Emilio Alonso Manglano, que estuvo en este cargo desde su nombramiento por el gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo tras el golpe del 23-F, y que permaneció en el mismo durante 14 años, abarcando prácticamente todo el periodo del felipismo.

Los autores del libro son conservadores, escriben en el periódico  ABC, y pese a que pretenden edulcorar la fetidez que surge de los diarios de Manglano sobre el periodo aludido, no pueden evitar que constatemos con la lectura del mismo, no solo algunos de los aspectos más sórdidos de ese tiempo, sino también los de la intrahistoria de la transición política y de los gobiernos de Felipe González, que lo convierten en un texto muy recomendable.

Vemos por ejemplo, cómo la monarquía parlamentaria es un eufemismo. El Jefe de los Servicios Secretos, que no era precisamente un militar del sector más conservador de la milicia, despacha continuamente con el Rey, quien recibe la información más detallada de lo que ocurre tanto en el interior del país como fuera del mismo. Las órdenes que Manglano sigue a pie juntillas son las que recibe del Monarca, sin perjuicio de que navegue en sintonía con el gobierno felipista…

El entonces director del CESID consideraba que su Jefe no era el Presidente del Gobierno, ni el Ministro de Defensa -del que dependía entonces funcional y administrativamente el Centro-, ni muchísimo menos el parlamento, sino el Monarca, con el que despachaba de manera continua y al que suministra la más preciosa información. El Rey incluso le dice cómo tiene que presentar los hechos que se le relatan al gobierno.

La situación llega a los extravagantes extremos de que nada menos que este teniente general del ejército tiene que dedicar su tiempo, y parte de los recursos del erario público, a buscarle un picadero al Monarca, para que no se repitieran los presuntos chantajes del que fue víctima el estado por parte de Bárbara Rey, que tenía grabados sus encuentros amorosos con el fogoso Juan Carlos I.

Esta actividad cortesana no era la única seguida por los servicios secretos. También ocupaba parte del tiempo y dinero de los españoles la vigilancia de alguna de las amistades poco recomendables como la de Marta Gayá, otra de las amantes, por si pudiere tener repercusión sobre la política española.

Nos enteramos de cómo era perfectamente conocido el asunto de las comisiones que percibía el hoy emérito, tanto del comercio con el petróleo, como presumiblemente del tráfico de armas, actividades que los gobiernos felipistas toleraban, y que tal vez expliquen la enorme simpatía que aquel sentía por González, según explica una y otra vez Manglano, señalando que el Rey lo prefería a Aznar, teniendo en cuenta la inaudita patente de corso con que lo había blindado, y la sumisión total a sus directrices que seguía el entonces líder socialista.

En las páginas 56 y 57 de este interesante libro aparecen las referencias a los importes que el  Rey de Arabia Saudí entregaba al monarca español: «el rey saudí le dio 36 millones de dólares para la Transición.»

No creamos, sin embargo, que tal control por parte del Jefe del Estado sobre nada menos que la principal institución de inteligencia del país es cosa del pasado. Toda la información que hemos podido conocer, aun parcialmente, del mandato reciente en el mismo cargo del también general Félix Sanz Roldán, bajo el que se han producido las vigilancias y las presiones presuntas, pero tan verosímiles sobre Corinna, la  visita del mismo a Londres tan bien glosada por Pérez Royo en su artículo titulado Una demanda civil que va a desnudar a la monarquía parlamentaria española, ponen de manifiesto que la vergonzosa e inconstitucional dependencia del Jefe de los Servicios Secretos respecto del monarca continua. La sumisión a este, la recepción y cumplimiento de sus órdenes, no son, insisto, comportamientos pretéritos, sino también actuales e incompatibles con una monarquía realmente constitucional, y nos revelan más que muchas disquisiciones, el protagonismo antidemocrático y tan propio del antiguo régimen que se sigue conservando en la “democracia plena” hispana.

Puestos a conocer aspectos chuscos de las irregularidades que se cometían, nos enteramos de que los dirigentes socialistas, entre ellos  Margarita Robles, según los diarios de Manglano, entregaban dinero  en el Palacio de la Zarzuela con destino al Rey procedentes de los fondos reservados. En una conversación entre el exministro Antoni Asunción y Manglano, el primero le dice a este: «… en el sumario de Roldán aparecen uno o dos talones para la Casa Real, de fondos reservados… esto es lo que a mí me preocupaba… es una cantada fea, ¿qué se puede hacer aquí? –se pregunta preocupado Asunción por las entregas de fondos reservados a la Casa del Rey durante su etapa como ministro del Interior, antes de que Belloch y Margarita Robles pasaran a hacerlo en metálico-.» [1]páginas 309 a 311, El Jefe de los Espías“, Roca Editorial.

Conocemos que se pagaba dinero mensualmente a varios jueces y fiscales, de forma opaca, a través de los mismos  fondos reservados. Según le confiesa Asunción a Manglano «… Rafael Vera había entregado sobresueldos opacos de medio millón de pesetas mensuales a jueces como Clemente Auger, entonces presidente de la Audiencia Nacional y antes del Tribunal Superior de Justicia de Madrid»  [2]página 315, “El Jefe de los Espías“, Roca Editorial. De igual forma, se constata la inexistencia de independencia judicial al conectarse con “jueces afines” cada vez que hay algún procedimiento que puede perjudicar al poder político o económico… incluso como el que se relata una vez que se condena al propio Manglano, que no puede impedir que un juez de la integridad de Perfecto Andrés Ibáñez le imponga una pena de seis meses y ocho de inhabilitación desde el Tribunal Supremo. Los autores del libro señalan: «el 2 de octubre de 2003 el exdirector del CESID aborda el asunto con la magistrada Margarita Robles, que tras su primer paso por la política ha recuperado su carrera judicial, y le marca el camino para solucionar su gran problema… Emilio, habla con el rey para que hable con Jiménez de Parga y resuelva lo de las escuchas… cinco meses después, el Tribunal Constitucional anula la sentencia de la Audiencia de Madrid que había ratificado el Tribunal Supremo» [3]páginas 425 y 426, “El Jefe de los Espías“, Roca Editorial.

El Rey cuenta a Manglano, según este nos dice,  que como Suárez no quería dejar el gobierno, le ha tenido que dar un millón de dólares como gratificación para convencerlo, -cantidad de dinero enorme en aquella época-  además de otorgarle la condición de duque: «cuando se marchó Adolfo Suarez, le dio un millón para él» [4]páginas 56 y 57, “El Jefe de los Espías“, Roca Editorial

Previamente informa a Manglano de que Suárez, a medida que ganaba más elecciones, le hacía menos caso. Al parecer, el Presidente del Gobierno tenía que actuar como una suerte de valido, según la interpretación borbónica de la Constitución Española.

Por las hojas del libro desfila con frecuencia el testaferro del monarca, Manuel de Prado y Colón de Carvajal, receptor de muchos millones por comisiones del petróleo, [5]páginas 317, 330, 331, entre otras, “El Jefe de los Espías“, Roca Editorial. Y también, cómo no, Mario Conde, comprando los secretos del estado al coronel Juan Alberto Perote, segundo de Manglano en aquellos servicios de información, con el objetivo de chantajear al Estado. De igual manera,  nos encontramos con Vera, Barrionuevo, Roldán  y otros, con los Gal, con el manejo oscuro de los fondos reservados… aparte de otros aspectos muy graves, como el manejo del ingreso de España en la OTAN, la dependencia a los servicios secretos norteamericanos, los distintos intentos de golpe de estado que se preparaban en la época, y la preocupación del Jefe de la Casa del Rey, Sabino Fernández Campo, por las andanzas del Rey y su temor a que antes o después estallaran y fueran conocidas.

El panorama que se observa de la lectura del citado libro  coincide con los peores temores que los demócratas españoles han confirmado de cómo funcionó la transición, de las terribles lacras que la actuación del Rey Juan Carlos I infundía en la política española, con la complicidad de amplios sectores dominantes del país, y del felipismo en particular, y flota sobre todo ello la certidumbre de que los servicios secretos, más que proteger al Estado de sus enemigos, se utilizaban por parte del Rey, de los gobiernos de turno, y de los sectores de poder, para vigilar, espiar, y ser utilizados contra aquellos  que de una manera más o menos firme disentían de esos objetivos oligárquicos  y de las políticas y prioridades que defendían, hábitos que posiblemente continúan siendo los rectores de su actuación en la actualidad.

En definitiva, un libro interesante, útil para los que quieran profundizar en la trastienda de la realidad política española.

Notas

Notas
1 páginas 309 a 311, El Jefe de los Espías“, Roca Editorial.
2 página 315, “El Jefe de los Espías“, Roca Editorial
3 páginas 425 y 426, “El Jefe de los Espías“, Roca Editorial
4 páginas 56 y 57, “El Jefe de los Espías“, Roca Editorial
5 páginas 317, 330, 331, entre otras, “El Jefe de los Espías“, Roca Editorial
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