Una breve descripción del marco general de la producción alimentaria

En la actual fase del capitalismo, la producción en el sector primario ha alcanzado tan alto nivel productivo que bloquea el suministro alimentario a la humanidad, esclaviza a los países pobres, y arrastra a la miseria a los países desarrollados. Las relaciones de producción chocan con las fuerzas productivas, como nunca jamás se hizo.

Solo la necesidad de beneficios impide acabar con el hambre en el mundo.

«Una productividad del trabajo agrícola que sobrepase las necesidades individuales del trabajador es la base de toda la sociedad. …».  [1]Carlos Marx, El Capital. Se entiende aquí por trabajo agrícola al conjunto del sector primario (agricultura, pesca, ganadería, minería y toda extracción de materias primas de la naturaleza, incluido petróleo bruto).

En los países desarrollados, no se suele tener en cuenta este comentario de Marx, porque la agricultura, ganadería, y pesca aportan al Producto Interior Bruto (PIB) un porcentaje ínfimo. En España es aproximadamente el 2% y en Alemania, Francia y otros países de la UE es aún menor. Esta subestimación del campo se acrecienta cuando se compara el número tan pequeño de ocupados que hay en el sector primario en relación al de la industria y los servicios. En España, los trabajos agrícolas emplean solo en torno al 4% de la población activa, y en los países más desarrollados de Europa el porcentaje es todavía inferior. En EEUU el sector agropecuario proporciona el 2% de los empleos y aporta al PIB estadounidense el 1,1%. En los países atrasados donde la población empleada en el sector primario es mayoritaria, ocurre exactamente lo mismo: el porcentaje de personas que trabajan en el campo es siempre mayor que, el del valor medido que dinero que aportan a la riqueza nacional. Si miramos, por ejemplo, Senegal, nos encontramos con que el sector primario emplea al 72% de la población activa y solo aporta a su PIB el 12%.

Si nos guiamos por el número de personas que emplea la agricultura, parecería que la mayoría de productos agrícolas destinados al consumo mundial se producen en los países menos desarrollados, pero en realidad los países pobres son importadores netos de los productos agropecuarios. África es un gran receptor de productos agrícolas para consumo humano provenientes de los países industrializados. 

 En primer lugar, hay que llamar la atención sobre la extraordinaria productividad mundial alcanzada en el sector primario en los últimos siglos. Entendiendo aquí por productividad no a su valor expresado en moneda, sino a la cantidad de unidades producidas con menor trabajo. Eso se ha producido gracias a la investigación, introducción de nuevos sistemas de cultivo, recolección, mecanización, robotización, estudios de las tierras, uso de métodos artificiales de crecimiento rápido de especies animales y vegetales, e introducción de fertilizantes. A su lado se ha desarrollado una potente industria de conservación, tratamiento y aprovechamiento máximo de las propiedades de los productos agrícolas y ganaderos. Baste pensar que, en el año 1900, el 65% de la población española trabajaba en el campo y actualmente con tan solo el 4% de la población activa, se pueden cubrir las necesidades básicas en España, y además se exportan más productos del campo que se importan. 

La abundancia hace bajar el valor de cada uno de los productos agrícolas y ganaderos, pero al aumentar el número de unidades producidas disminuye el valor de mercado (medido en moneda) de la producción del sector primario. De ello su poca aportación al PIB de cada país, y la consecuencia de que, en la Unión Europea y EEUU, la agricultura necesite estar subvencionada para -en teoría- ayudar a mantener un ingreso suficiente a los productores agrícolas, ganaderos, lecheros etc.

Eso es lo que ha hecho que, dada una economía internacionalizada, tanto en los países más adelantados como en los más retrasados, el porcentaje del total de personas activas empleadas en el sector primario sea superior al porcentaje que dicho sector aporta al PIB de cada país. En el año 2022 trabajaban en Francia, aproximadamente, el 1,9 % de la población activa, pero aportaba a su PIB solo el 1,5%; en España laboraba en el campo el 4% de las personas activas, y aportaban el 2% al PIB. Aunque con diferencias en función del grado de productividad de cada país, este desequilibrio entre personas ocupadas en tareas agrícolas y el valor medido en términos monetarios, se repite en todos los países. Por ejemplo: Marruecos, tiene una población del 40% empleada en el campo y aportaba el 14% al PIB; en Camerún el 64 % de población activa trabajaba en el campo y tenía un 15% de aportación al PIB; en Ghana 60% de población activa era empleada en el campo y aportaba al PIB el 30% y así sucesivamente a nivel mundial, como se puede ver con solo consultar cualquier tabla estadística sobre el tema. 

Considerando lo imprescindibles que resultan los productos procedentes del sector primario y su escasa apreciación monetaria actual, podemos reflexionar sobre los conceptos valor de uso y valor de cambio tratados por Marx, y de cómo el desarrollo de la ciencia, la técnica y el conocimiento, nos sitúan a las puertas de una futura sociedad en la que el logro de beneficios empresariales (valor de cambio o simplemente valor), no sea el motor de la producción. Y podemos sacar también otra conclusión de carácter económico-político, y es que en una sociedad atrasada es un error la socialización -que no la planificación- de la producción y desaparición de la propiedad sobre la tierra. Y al revés, en una sociedad desarrollada y con gran abundancia de productos del campo, solo se consigue un equilibrio racional socializando el sector primario.                 

En bruto o procesados, todos los productos que consumimos y se emplean en la industria proceden de la agricultura, ganadería y de las actividades pesqueras, mineras y forestales, cuyo precio tendería a bajar a medida que aumentan las unidades producidas. En los países adelantados, la extraordinaria productividad de los productos del campo hace bajar los precios a pie de cultivo. Sin embargo, no disminuyen en los puntos de venta al consumidor final, en la misma proporción. Eso es debido a que la gran distribución y comercialización está controlada en régimen de monopolio u oligopolio por unas cuantas empresas multinacionales que establecen los precios para garantizarse una tasa de beneficios. Cuatro de estas empresas dominan el 70% del comercio internacional de cereales, granos semillas, abonos y fertilizantes; lo que les permite condicionar los precios de todos los productos alimenticios destinados al consumo humano o animal. Además, tienen sus propias redes de distribución, transporte y almacenamiento en numerosos países del mundo, son propietarias o arrendatarias de tierras, participan activamente en los mercados financieros de derivados, practican profusamente la compra de cosechas y cultivos antes de la siembra. El mercado de la soja, el trigo o maíz cae bajo su control; también participan en la producción ganadera y avícola. Estas cuatro empresas son: Archer Daniels Midland (EEUU), Bunge, (Holanda), Cargill (EEUU) y Louis Dreyfus, (Países Bajos).

En los países atrasados, donde la producción agrícola, ganadera, y lechera propia, no es abundante, o es más bien insuficiente, el problema de la escasez se agrava por control monopolista de los mercados.  La causa de la persistencia eterna en esa situación no se encuentra solo en su bajo nivel productivo, sino y, sobre todo, en que, al derrumbarse las fronteras nacionales, al imponerse un mercado mundial en el que prima el librecambio, se desequilibra el mercado interno.

En efecto, el bajo precio de los productos agrícolas producidos con una exigua mano de obra en los países industrializados, obliga a bajar los precios de los artículos producidos en los lugares en los que se emplea mucha fuerza de trabajo. El resultado dentro de países atrasados opera en dos direcciones: por una parte, en la desaparición de la pequeña producción local diversificada existente, por otra, en la dependencia de las importaciones de alimentos provenientes de los países adelantados. Todo ello crea las condiciones propicias para el acaparamiento de tierras por parte de grandes capitales, que pueden introducir monocultivos tecnificados en función del peso concreto de los salarios en cada lugar. Este fenómeno se vive especialmente en África, Latinoamérica y parte de Asia, pero también en el interior de la misma UE-27 cuando compiten productos de países con una alta productividad agrícola, como Francia, con otros de baja productividad y mucho empleo en el campo, como Rumania o Bulgaria.  

En cualquier caso, el efecto visible es el mismo en los países adelantados que en los atrasados: siempre el porcentaje de ocupados en las producciones del campo es inferior a su aportación al PIB de cada país. En los países industrializados por el aumento de la productividad, y en los retrasados por la desvalorización de su producción propia gracias a la existencia de un mercado mundial. En los países muy atrasados se llega a un estado de endeudamiento económico y dependencia permanente, ya que jamás consiguen que el valor de sus exportaciones equilibre al de sus importaciones. El 60% de los países africanos gastan más en pagar la deuda que en atender sus propias necesidades elementales, y una tercera parte se encuentran en situación de impago o solo pueden atender los intereses para poder seguir suministrándose.

 Si acaso, los países del Tercer Mundo son exportadores de productos de monocultivo controlados por multinacionales europeas, japonesas o norteamericanas, que introduciendo métodos científicos de producción -según convenga- pueden presionar a la baja sobre el mercado mundial de productos agrícolas.                  

Merece ser citada la producción y comercialización de cacao porque es un ejemplo de cómo países atrapados por monocultivos, pierden su independencia económica, y a la postre política.  África produce casi el 80 % del cacao mundial, la mayoría concentrado en Costa de Marfil (30% mundial) y Ghana (22%. mundial). Su cultivo emplea en Costa de Marfil al 40% de la población y solo aporta al PIB del país entre el 12% y 15%. En relativo contraste Ghana -que pasa por ser un país democrático- es el segundo país productor de cacao -aunque aquí la producción agrícola se combina con aceite de palma, café y caucho, oro y manganeso-; en su conjunto el 60% de la población Ghana trabaja en la agricultura y aporta a su PIB el 30%. 

Pero independientemente de los abusivos precios de compra a los pequeños agricultores de cacao impuestos por las grandes distribuidoras, es evidente que ni en Costa de Marfil, ni en Ghana, la producción agrícola esta tan diversificada para que pueda permitirse una soberanía alimentaria independiente; razón por la cual -como la mayoría de países atrasados-, ven obligados a recurrir a las multinacionales de la distribución de países desarrollados, agravando así la dependencia alimentaria al destruir la mucha o poca producción diversificada que todavía pueda  existir.

En efecto, una producción agrícola sin mecanizar no puede competir con otra que, con los mismos trabajadores, en una jornada de trabajo, es capaz de laborar cien hectáreas de tierra mientras que aquella necesita la jornada entera para trabajar una sola hectárea. Las consecuencias son rápidas: desaparición paulatina de la producción agrícola diversificada local y profundización del monocultivo. Monocultivo que, en función de las características del producto, puede traducirse en un empleo masivo de mano de obra a salarios de extrema miseria, empleo laboral de niños, contratos de compras antes de la siembra a precios impuestos por las multinacionales, o acaparamiento y concentración de tierras por inversores extranjeros y con ello el perfeccionamiento de los métodos de explotación agrícola. Las noticias sobre el acaparamiento de tierras por todo el mundo -incluso como inversión refugio ante las crisis- son sobradamente conocidas desde hace años.

Por otra parte, la imposición del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional a los países más empobrecidos de “liberar sus economías a los mercados mundiales”, deja desarmada a una producción agrícola y ganadera atrasada, sin o con pocas inversiones en maquinaria, tecnología, condiciones y otros elementos productivos necesarios. Y que, por tanto, sucumbe rápidamente ante la competencia de los países industrializados. 

Es inadmisible el discurso simplista y demagógico introducido por la derecha y ultraderecha en las protestas por los bajos ingresos de los pequeños campesinos europeos, cuando lo achacan una supuesta “competencia desleal” de los productos agrícolas importados de los países del tercer mundo, argumentando que los salarios son muy bajos porque no existe reglamentación sobre las calidades de los productos, ni control ecológico y medioambiental. En primer lugar, porque el problema en Europa es el aumento de la productividad y la bajada de valor de las unidades (kilos, litros o toneladas) a pie de cultivo. En segundo lugar, porque es el control que sobre los precios que ejercen las distribuidoras y comercializadoras lo que impide que la sociedad en su conjunto se pueda beneficiar del aumento de la productividad y poder asumir colectivamente unos ingresos dignos para los trabajadores del campo. O mejor aún, aplicar la única solución definitiva para el problema creado por una productividad gigante en los países desarrollados, y que consiste en suprimir el mercado en la producción agrícola y pasar a la socialización completa de la producción, de la comercialización y la distribución. 

Notas

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1 Carlos Marx, El Capital.
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