La presencialidad escolar, en tiempos de pandemia

Las emociones, los afectos, la formación ética y moral, son expresiones esenciales en las relaciones y formación de los seres humanos. Ninguna relación virtual, puede sustituir la presencia directa del alumnado en las aulas.

La inmensa mayoría de los escolares, han estado impacientes por volver a clase, a pesar de las incertidumbres de este inicio de curso. Con toda seguridad, la prioridad que tenían en sus mentes, era el reencuentro y el abrazo con sus compañeros y compañeras. Sin desdeñar que este fuera también el deseo, del profesorado y familias, es probable que el orden de las prioridades para ellos hayan sido otras.

Una de las cuestiones que más debate ha suscitado durante el confinamiento, ha sido el como ha podido influir, la falta de presencialidad en los procesos de aprendizaje. Ante una crisis tan grave e imprevista, las tecnologías han permitido que las enseñanzas de los contenidos, hayan podido seguir dándose. Si bien la falta de formación y práctica con las tecnologías, han supuesto un enorme esfuerzo para los docentes y el alumnado.

Sin embargo desde un punto de vista pedagógico, para la Escuela que mayoritariamente tenemos, esta tarea no ha provocado ningún cambio de paradigma educativo, solamente ha supuesto un cambio en la manera de trasladar al alumnado, las unidades de los libros de texto y sus respectivas actividades.

Llegado a este punto, hay además una pregunta que necesariamente nos tenemos que hacer: ¿Todo el alumnado ha podido seguir del mismo modo esas enseñanzas virtuales?

Como siempre sucede en todas las crisis económicas, las capas más modestas de la sociedad, han tenido y tienen que navegar esta crisis en peores condiciones. Su vulnerabilidad estructural, los sitúa en entornos económicos precarios, condiciones de habitabilidad difíciles, apoyos externos escasos y en muchas ocasiones, dificultad para comprender las causas de sus problemas y por tanto la incapacidad para enfrentarse a ellos. De este modo, en muchos casos lo que se produce es la resignación o el echarse en brazos de voces falsas que prometen recetas salvadoras sencillas. Ya sabemos por otros momentos de la Historia, cuales son las consecuencias.

En este contexto de vulnerabilidad social, el alumnado más desfavorecido no ha contado durante el confinamiento de los medios digitales, que le permitieran seguir conectado de alguna manera, a la única escuela que ha sido posible. No solo no tenían los ordenadores o tablet necesarias, sino que con frecuencia en su entorno familiar, la posibilidad de ayuda ha sido menor. Por tanto una vez más, la equidad no ha existido.

Si ampliamos el foco e iluminamos la totalidad de la población escolar, hemos de decir que esta pandemia, ha sido muy negativa para la totalidad del alumnado. La falta de presencialidad, no solo ha supuesto enormes esfuerzos y limitaciones didácticas como hemos apuntado, sino y mucho más importante, ha provocado una enorme carencia emocional.

Nadie puede discutir la importancia de los aprendizajes escolares de las distintas disciplinas, como elementos fundamentales de la instrucción personal y social. Sin embargo la Escuela debe tener otra función, que tiene que ver con la formación social, moral, y emocional de las personas.

La historia de la escolarización, nos ha mostrado como la función de instruir de la Escuela, ha sido desde entonces, claramente la más importante. Desde hace algunas décadas sin embargo, los avances en Psicología, Pedagogía y Neuroeducación, vienen proclamando la importancia de las emociones y los afectos, como mimbres imprescindibles para tejer un conjunto de valores. Dicha importancia no solo es necesaria para conseguir una educación integral en las personas, sino que hoy sabemos, que sin emociones los procesos de aprendizaje, son menos relevantes y son más limitados.

En este inicio de curso se han dado instrucciones, que para muchas y muchos han sido, tardías e insuficientes. Esas instrucciones son sobre todo de índole sanitaria, distancias de seguridad, clases ventiladas, mascarillas, lavado de manos y grupos estables de convivencia, también llamados “burbujas”.

Frente a esas medidas, la comunidad educativa ha exigido y exige, aumentos importantes de profesorado, que permitan bajar las ratios de los grupos, para que sea de verdad posible, una vuelta a la aulas, lo más segura posible. Estas medidas siendo necesarias, no son suficientes.

Para los que defendemos una Escuela educadora, que cuide de las emociones, los afectos y la construcción moral y ética de la ciudadanía, echamos en falta que no se hayan dado ningunas instrucciones pedagógicas que faciliten lo más posible, la presencialidad de los afectos. No creo que haya sido un olvido, sino que simplemente no se creen necesarias, ya que lo que se pretende es dar respuestas a esta “nueva normalidad escolar”.

Durante los momentos más trágicos de la pandemia, todos nos hemos preguntado o hemos comentado con los demás, si saldríamos mejores personas de esta enorme crisis. Hoy tenemos ya algunas respuestas, que para mí, no son demasiado alentadoras. Con la institución escolar puede pasar lo mismo. Tenemos la oportunidad de cuestionarnos si el modelo de enseñanza que tenemos, debería cambiar de manera importante, o solo conformarnos con recuperar la nueva/vieja normalidad escolar.

Decía Celestín Freinet: “La Democracia del mañana, se prepara con la democracia en la escuela”

Plantear este dilema, tal vez pueda parecer innecesario o utópico. Soy de los que piensa que es necesario y que es posible. No se trata solo de mejorar los dispositivos digitales de los centros y la calidad de las redes, sino de analizar si los currículos que imparte la Escuela, son los más útiles, si las maneras de enseñar son las más apropiadas, si los libros de texto deben tener un papel tan relevante, si las maneras de evaluar deben seguir siendo las mismas, si las emociones y los afectos están suficientemente valorados, en una Escuela que debe dar una formación integral e inclusiva con la diversidad.

La presencialidad en la Educación es imprescindible. Las emociones, los afectos y la formación ética y moral, son expresiones esenciales de los seres humanos y la Escuela tiene que hacer posible que todas estas cuestiones afloren. Un acto educativo por su enorme riqueza y complejidad, solo se consigue con el contacto directo entre las personas que intervienen en el mismo.

Es necesario que nos planteemos esta crisis, como una magnífica oportunidad para cambiar la vieja Escuela que tenemos. La Escuela que necesitamos, no solo debe instruirnos para que podamos dar respuestas críticas a la sociedad que tenemos, sino que tiene que aspirar también en conseguir la felicidad de las personas, cuidando sus emociones y afectos en una sociedad justa.

Solo una educación pública de calidad puede conseguirlo, pues solo ella puede dar respuestas a los intereses de la inmensa mayoría de la población, abordando la enorme tarea de ofrecer una verdadera igualdad de oportunidades.

  Francisco Olvera López, ha sido Inspector de Educación.

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