2-Areopagíticos

Areopagíticos

No figura en el Diccionario filosófico marxista · 1946

No figura en el Diccionario filosófico abreviado · 1959

Diccionario filosófico · 1965:22-23

Colección de cuatro tratados: “De los nombres divinos”, “Jerarquía
celeste”, “Jerarquía eclesiástica” y “Teología mística”, y de diez
cartas, atribuidos durante mucho tiempo al primer obispo de Atenas
–siglo I d.n.e.– Dionisio el Areopagita (de donde deriva el nombre de
toda la compilación); más tarde se demostró científicamente que la
obra es apócrifa. En los “Areopagíticos” se percibe un gran influjo
del neoplatonismo, que no existía aún en el siglo I. Se expone en
ellos una desarrollada doctrina eclesiástica como tampoco pudo darse
en el siglo citado. Hasta mediados del siglo V, en los escritos del
cristianismo primitivo falta toda referencia a dicha obra. Los
argumentos de este tipo y muchos otros han inducido a los
investigadores a fijar la aparición de la obra en el siglo V y a
considerar que se había atribuido a Dionisio el areopagita merced a la
gran autoridad de que en su tiempo gozó esa figura de la historia
inicial de la Iglesia. Algunos científicos consideran que los
“Areopagíticos” se deben al obispo georgiano Pedro de Iberia,
(Georgia), que ejerció su cargo en Oriente. Por su contenido, los
“Areopagíticos” presentan la doctrina cristiana medieval
sistemáticamente expuesta: el centro del ser es la divinidad
incognoscible; de él se desprenden en todos sentidos emanaciones
luminosas, que decrecen gradualmente, a través del mundo de los
ángeles y de la zona de la Iglesia hasta las personas y cosas
corrientes. En esta doctrina se dan rasgos panteístas muy señalados,
progresivos en comparación con el dogma eclesiástico. Durante todo un
milenio, hasta el Renacimiento, los “Areopagíticos” fueron la obra más
popular del pensamiento religioso-filosófico y sirvieron como una de
las fuentes ideológicas de toda la filosofía medieval.

No figura en el Diccionario marxista de filosofía · 1971

Diccionario de filosofía · 1984:23-24

Recopilación de cuatro tratados (“Sobre los nombres divinos”, “Sobre
la jerarquía celestial”, “Sobre la jerarquía eclesiástica” y “Teología
mística”) y de diez cartas, que durante largo tiempo se atribuían a
Dionisio el Areopagita, primer obispo de Atenas del siglo 1 d.n.e., (a
su nombre se debe el título de esta colección), que más tarde fue
reconocida por la ciencia como falsa. En los areopagíticos se denota
una fuerte influencia del neoplatonismo, que aún no existía en el
siglo 1, así como se expone una desarrollada doctrina eclesiástica,
que tampoco pudo existir a la sazón. Hasta mediados del siglo 5, en
ninguna de las primeras publicaciones cristianas figura alegación
alguna a dichas obras. Argumentos de esta índole, y otros muchos,
obligaron a los científicos a referir la aparición de este código al
siglo 5 y considerar que el derecho de autor a Dionisio el Areopagita
se le reconocía a la sazón en virtud de su gran prestigio, como una de
las primeras personalidades de la Iglesia cristiana. Algunos
científicos atribuyen la autoría de los areopagíticos al obispo
georgiano Pedro de la Iveria, que actuaba en Oriente. Por su
contenido, los areopagíticos constituyen una doctrina cristiana
medieval sistemáticamente meditada: el centro del ser es la divinidad
incognoscible, que irradia a todas partes emanaciones luminosas, a
través del mundo angelical y la esfera eclesiástica que disminuyen
gradualmente hasta llegar a los seres humanos y cosas ordinarios. En
esta doctrina se dejaban sentir con fuerza las ideas panteístas, más
progresistas que el dogma eclesiástico. A lo largo de todo el
milenio, hasta el Renacimiento, los areopagíticos eran la obra más
divulgada del pensamiento filosófico religioso y constituyeron una
fuente ideológica de toda la filosofía medieval. Al mismo tiempo, con
la descomposición de la mística medieval, en los areopagíticos se
descubrieron elementos de dialéctica y rasgos positivos en la doctrina
de la materia y la forma, lo cual se utilizó exitosamente en la lucha
contra el aristotelismo medieval y la escolástica.

Comparte este artículo