Filosofía del Oriente antiguo
No figura en el Diccionario filosófico marxista · 1946
Diccionario filosófico abreviado · 1959:205-206
Filosofía del Oriente antiguo
La historia del Oriente antiguo es la historia de un régimen
esclavista, del nacimiento y desarrollo de un estado despótico, de la
disgregación de la comuna primitiva, de una creciente diferenciación
de clases, de una áspera lucha social. Esta lucha da nacimiento a
gérmenes de pensamiento libre, a las primeras protestas contra los
dogmas religiosos, se ven rudimentos de una concepción materialista
del mundo, y hacen su aparición las primeras teorías políticas. Los
primeros golpes asestados a las concepciones religiosas tradicionales
en el Egipto antiguo, apuntaban al dogma del más allá. El célebre
Canto del arpista, obra clásica de la antigua literatura egipcia, pone
en duda ese dogma: “Nadie vuelve a hablar del reino del más allá”. La
arquitectura, la agricultura, los trabajos de irrigación, etc.,
exigían la acumulación y la sistematización de conocimientos:
geometría, mecánica, astronomía, elementos de química y de tecnología
de los materiales. La invención de la escritura jeroglífica señala
una profundización y una extensión del saber humano, lo que a su vez,
da nacimiento a embriones de una concepción materialista del mundo.
Plutarco afirma que el filósofo griego Tales (ver) “tomó de los
egipcios la idea de que el agua es la causa primaria y el principio de
toda cosa”. Entre los textos egipcios antiguos, generalmente llenos
de ficciones y de quimeras religiosas, se encuentran también escritos
totalmente diferentes. Por ejemplo: “El agua fresca de este país
prohijó a los seres vivos; toda cosa emana de ella”. Sin embargo, las
ideas progresivas eran ahogadas en el Egipto antiguo por doctrinas
religiosas idealistas.
Como Egipto, Babilonia ejerció una gran influencia sobre el progreso
de la ciencia y de la filosofía en el mundo antiguo. El sistema
numérico babilónico precedió a las cifras arábigas. Los matemáticos
de Babilonia, que echaron los fundamentos del álgebra, sabían extraer
raíces cuadradas y cúbicas, y conocían los principios de la geometría,
inclusive el famoso teorema de Pitágoras. La astronomía babilónica
disponía de un mapa del cielo estrellado visible a simple vista. La
controversia entre el amo y su esclavo sobre el sentido de la vida,
constituye un monumento de la dialéctica babilónica. El esclavo, con
su gran sagacidad e instruido por la vida, aparece en oposición a su
amo, llevado y traído en todo sentido, incapaz de adquirir conciencia
de las contradicciones entre sus deseos y la realidad. Sin embargo,
en Babilonia igualmente, los rudimentos del pensamiento materialista
fueron suplantados cada vez más por doctrinas religiosas, idealistas,
expresión de la clase dominante de los explotadores esclavistas.
Las primeras corrientes y escuelas filosóficas materialistas surgidas
en la India y en China, aventajaron de lejos las concepciones
filosóficas de Babilonia y de Egipto. La vida social en la India y en
China había alcanzado un nivel sensiblemente superior al de otros
países de Extremo Oriente. En la India, ese desarrollo coincidió con
el período en que la esclavitud había comenzado a desbordar el
estrecho marco del régimen de castas. La división de la sociedad en
castas, que afectaba no solamente a los campesinos sino también a los
comerciantes y artesanos de las ciudades, entorpecía el progreso de
las fuerzas productivas. Una ola de protestas contra el predominio
del brahmanismo y sus sacerdotes que santificaban el régimen de
castas, puso en conmoción al campesinado y a las masas de las
ciudades, mercaderes y artesanos. En la vida social, adquirieron
fuerza elementos nuevos que se oponían al antiguo orden de cosas con
su arbitrariedad, la omnipotencia de los sacerdotes y la humillación
de las masas. Esas fuertes contradicciones encontraron su expresión
en el dominio ideológico. En esa época, una corriente materialista
llamada “charvakas”, hizo su aparición en la filosofía hindú. (Se
supone que Charvakas fue un pensador antiguo que dio su nombre a esta
orientación filosófica. Según otra hipótesis, “charvakas” provendría
de la fusión de dos palabras: “charu”, accesible, y “vakas”, palabra).
Otro término para designar esta tendencia materialista, “lokayata”,
puede significar “opinión de los humildes”. Esta denominación pone el
acento en la simplicidad de los principios fundamentales del
materialismo, al que se le oponían los refinamientos de las escuelas
idealistas y místicas. Muchos eruditos estiman que la escuela
materialista en la India antigua, fue fundada por el sabio Brihaspati,
a quien se atribuyen poemas donde se expresa independencia de
espíritu.
Estos filósofos proclamaban la materialidad del mundo. Todas las
cosas están compuestas por cuatro elementos: el aire, el fuego, el
agua y la tierra, que constituyen igualmente el cuerpo humano.
Después de su muerte, el hombre, las plantas y los animales se
transforman de nuevo en esos elementos. La conciencia es una
propiedad del cuerpo. El “yo” del hombre no existe sin el cuerpo. No
por casualidad se dice: “Yo cojeo”, “yo soy ciego”, “yo soy grueso”,
pues la noción de “yo” es inseparable de las propiedades del cuerpo.
La muerte del cuerpo significa el fin de la conciencia. El alma no es
inmortal, no hay espíritus ni dioses. El paraíso y el infierno han
sido inventados por los sacerdotes. En lo que respecta a la moral, la
escuela materialista critica la doctrina religiosa del ascetismo y de
la eliminación del sufrimiento por el renunciamiento a todo deseo y a
toda pasión. La vida humana está necesariamente ligada a goces y
sufrimientos. Quien predica el renunciamiento a los goces bajo
pretexto de que ellos acarrean sufrimientos, predica el renunciamiento
a la vida, predica, por lo tanto, la muerte. El hombre debe
esforzarse por reducir sus sufrimientos y por aumentar sus goces.
Esta ética está emparentada con el epicureísmo. El desarrollo de la
filosofía materialista alcanza un nivel más elevado aun en la China
antigua. (Ver Filosofía china).
No figura en el Diccionario filosófico · 1965
No figura en el Diccionario de filosofía · 1984