BELINSKI, Visarión

Contenido

Diccionario filosófico marxista · 1946:26-27

Vissarion Grigorievich Belinski (1810-1848)

Gran educador, demócrata revolucionario y socialista, crítico
literario y publicista ruso; uno de los hombres de Rusia, cuyo
pensamiento «en el curso de casi medio siglo, aproximadamente desde la
década del 40 hasta la del 80, del siglo pasado… bajo el yugo del
zarismo salvaje y reaccionario, buscaba ávidamente la teoría
revolucionaria justa, siguiendo con celo y diligencia sorprendentes
detrás de todas y de cada una de las “últimas palabras” de Europa y de
América en este terreno» (Lenin). En su desarrollo filosófico,
Belinski salvó la distancia desde Schelling y Fichte hasta el
idealismo de Hegel y, más adelante, hasta el materialismo de
Feuerbach. En 1837-1839, Belinski es miembro del círculo de los
partidarios de Hegel (el círculo de Stankevich) y colaborador
principal del órgano de los hegelianos rusos, El Observador Moscovita.
Pero el lado conservador de la teoría de Hegel, que proclamó las
conclusiones de su filosofía como la verdad absoluta, obligó a
Belinski a romper con el sistema idealista de Hegel. “Es mejor morir
antes que hacer la paz con el carácter absoluto de sus resultados”,
escribe. Se convirtió en materialista-feuerbachiano. En sus
artículos publicados en los Anales de la Patria en 1841-1846 y en el
Contemporáneo en 1846-1848, formula los principios fundamentales de la
concepción materialista y revolucionaria del mundo de los plebeyos,
que se levantan en lucha contra la autocracia y el régimen de
servidumbre. Partiendo de la tesis materialista de que la realidad
precede a la conciencia, ridiculiza a los “espiritualistas” que
inventan “causas imaginarias en la Naturaleza”. La teoría filosófica
justa es necesaria para mirar perspicaz y correctamente los fenómenos
de la realidad. “El valor de los problemas teóricos depende de su
relación con la realidad”. Belinski da una definición materialista
del arte: “El arte es la reproducción de la realidad, el mundo
repetido como nuevamente creado”. Pero el arte no puede ni debe
reflejar todos los momentos parciales, casuales de la realidad. “El
poeta no debe expresar lo particular y lo casual, sino lo general y lo
necesario que da el colorido y el sentido de toda su época”. El valor
más grande de la literatura estriba en que ayuda al pueblo a realizar
la “noble y legítima aspiración de adquirir conciencia de sí mismo”,
conocer su situación, sus objetivos. Belinski es un socialista
utópico, un enemigo irreconciliable del oscurantismo, del zarismo y de
la servidumbre. “Hasta su misma muerte, este hombre marchó hacia
adelante, expresando sus pensamientos cada vez con mayor plenitud y
precisión”, escribía sobre él Chernichevski. En 1847, estando ya
mortalmente enfermo, Belinski escribió la famosa Carta a Gogol llena
de pasión revolucionaria y de odio al régimen autocrático de
servidumbre y a la iglesia ortodoxa. Esta carta que, “hizo el resumen
de la actividad literaria de Belinski, fue una de las mejores
producciones de la prensa democrática no censurada, que conserva su
inmenso y vivo valor hasta hoy”, escribía Lenin en 1914. Las palabras
escritas por Belinski hace más de cien años suenan hoy como una
profecía: “Envidiamos a nuestros nietos y bisnietos, que están
destinados a ver a Rusia en 1940 al frente de un mundo culto, dando
leyes tanto a la ciencia como al arte y recibiendo el tributo devoto
del respeto de toda la humanidad ilustrada”. Las principales obras de
Belinski son: Las obras de Alejandro Pushkin, 1843-1845; Una mirada
sobre la literatura rusa de 1846, 1847; Carta a Gogol, 1847; Una
mirada sobre la literatura rusa de 1847, 1848, y otras.

Diccionario filosófico abreviado · 1959:42-45

Visarion Grigorievich Belinski (1811-1848)

Visarión Belinski 1811-1848 Eminente filósofo materialista ruso,
demócrata revolucionario, fundador de la estética democrática
revolucionaria, brillante crítico literario. Sus ideas se formaron
bajo la influencia de la lucha creciente del campesinado contra los
grandes propietarios de la tierra y el zarismo. En la década del
treinta al cuarenta, toda la lucha ideológica y política en Rusia
gravitaba alrededor del problema de la servidumbre. Durante la década
del treinta, Belinski era enemigo de la servidumbre, pero no profesaba
todavía ideas revolucionarias. Ya en los primeros años después del
cuarenta, aparece como un demócrata revolucionario convencido y
animador de la lucha contra la servidumbre, por la liberación del
campesinado oprimido. Aparece como el precursor de “la expropiación
total de la nobleza por los plebeyos en nuestro movimiento de
liberación” (Lenin, Obras, Ed. rusa). Es cierto que no llegó a
enunciar formalmente entonces la consigna de la revolución campesina
como lo harían más tarde Chernishevski (ver) y sus compañeros, pero
llegó a comprender que sólo la revolución popular podía barrer la
esclavitud feudal y liberar al pueblo trabajador. Sometió a una
crítica implacable a los tres “pilares” de la Rusia feudal: la
servidumbre, la aristocracia y la Iglesia. Es conocido el libro de
Gógol, Trozos escogidos de mi correspondencia con amigos, que escribió
en plena crisis moral. La célebre carta a Gógol (1847) en la cual
Belinski critica con vehemencia las ideas reaccionarias de esa obra,
constituye un testimonio deslumbrante de su democratismo
revolucionario. Este testamento revolucionario que establecía el
balance de su actividad literaria, política y social, “ha sido una de
las mejores obras de la prensa democrática no sometida a censura, y ha
conservado un valor inmenso hasta nuestros días”. (Ibid.).

Esta carta, así como otros escritos de la década del cuarenta,
expresaban los intereses de las masas campesinas oprimidas, sus
aspiraciones y sus esperanzas.

La evolución de las ideas filosóficas de Belinski siguió un camino
complicado. Hasta fines de la década del treinta, primer período de
su actividad, Belinski, bajo la influencia de Hegel, es partidario del
idealismo filosófico, con el cual no tardará en romper. Como
revolucionario que aspiraba ardientemente a la lucha por la liberación
del pueblo trabajador, no puede aceptar la filosofía idealista que
levanta una barrera entre el pensamiento y la práctica, entre la
teoría y la vida. A comienzos de la década del cuarenta, en el curso
de la lucha contra la ideología reaccionaria rusa y europea, Belinski
pasa del idealismo al materialismo. Se convierte en un filósofo
materialista convencido y defiende apasionadamente la filosofía
materialista. Afirma que la conciencia del hombre, sus ideas,
dependen del medio material exterior, que “las nociones más abstractas
no son más que el resultado de la actividad de los órganos del
cerebro, al cual son inherentes ciertas facultades y cualidades”.
Ridiculiza a los místicos y a los émulos de la “filosofía nebulosa”
del idealismo alemán, quienes, al vivir eternamente en la abstracción,
consideran indigno de ellos, estudiar la naturaleza y el organismo
humano. Enemigo del agnosticismo y del escepticismo, se esfuerza por
afirmar la confianza de los hombres en la posibilidad del verdadero
conocimiento del mundo. Su pasaje al materialismo, le permite
desarrollar sus concepciones dialécticas y apoyarlas en una
argumentación más profunda. El devenir no puede detenerse jamás ni en
ninguna parte, afirma. El movimiento progresivo de lo inferior a lo
superior es para él la ley absoluta de la vida. El desarrollo en la
naturaleza y en la sociedad, condicionado por la lucha de contrarios
inherentes a los fenómenos, se opera por la destrucción de lo viejo y
el nacimiento de lo nuevo.

El materialismo de Belinski no está libre de ciertos elementos de
antropologismo (ver). Habla a menudo del hombre en general,
deduciendo de la fisiología del hombre su actividad intelectual y sus
cualidades morales. Estima que la naturaleza del hombre es la fuente
del progreso social, del movimiento hacia adelante, así como también
de toda rutina, de toda inercia. En cuanto a la lucha de lo nuevo
contra lo viejo, la considera como la lucha de la razón contra los
prejuicios. Sin embargo, contrariamente a Feuerbach (ver) cuyas obras
conoce, Belinski se esfuerza por aplicar a la vida del hombre la idea
del desarrollo, el principio del historicismo. Las necesidades del
hombre, sus intereses, el hombre mismo, cambian en función de la
historia. Belinski partía del carácter de clase de la sociedad y
asignaba gran importancia a la lucha entre lo viejo y lo nuevo.
Escribía: “Cada una de nuestras clases se distingue por la ropa, las
maneras, el género de vida, las costumbres… ¡Tan grande es la
distancia que separa… a las diversas clases de una sola y misma
sociedad!”.

Belinski sufrió la influencia de los primeros trabajos de Marx. Leyó
en los Anales franco-alemanes los artículos de Marx “Contribución a la
crítica de la filosofía del derecho de Hegel”, “La cuestión judía”, y
se lamentaba de no poder difundir esas ideas en la Rusia de aquel
entonces. Lejos de ser contemplativa, la doctrina de Belinski tenía
un carácter militante, revolucionario. Sus pensamientos tendían hacia
un solo fin: la transformación revolucionaria de la sociedad sobre
bases democráticas.

El centro de sus concepciones sociológicas es el concepto del
determinismo histórico. Según él, la sucesión de una época histórica
a otra, de un sistema de relaciones sociales a otro, no tiene un
carácter fortuito, ni se efectúa al paladar de los gobernantes o
legisladores: esta transición se cumple en virtud de la necesidad
histórica y de acuerdo con sus leyes. Su concepción en última
instancia idealista de la historia, no le permite sin embargo,
justificar científicamente la idea del determinismo histórico, de
coordinarla con la marcha real de la historia. No veía que la causa
esencial y determinante de la lucha de clases, de la lucha de lo nuevo
contra lo viejo, reside ante todo en el modo de producción de los
bienes materiales (ver). Belinski no hacía distinción entre la clase
obrera y la masa de oprimidos. Para él, el proletariado sólo era el
elemento más desgraciado. En materia de sociología, tuvo sin embargo,
numerosas intuiciones de carácter materialista. Comprendía que las
masas populares desempeñan un papel decisivo en la historia. El poder
debe, según él, pasar a las manos de los trabajadores por vía
revolucionaria. Las masas populares, decía, no pueden todavía decidir
la suerte de la sociedad, pero el porvenir depende de ellas.
“…Mientras la masa duerme, haced lo que os parezca, todo saldrá de
acuerdo a vuestros deseos”; pero a partir del momento en que
despierte, el problema de la liberación de los campesinos “se
resolverá por sí mismo de una u otra manera, mil veces más
desagradable para la nobleza rusa. Los campesinos están
sobreexcitados y sueñan con la liberación”. Belinski era un adepto
ferviente del surgimiento y desarrollo de la industria, del comercio y
de las vías férreas en Rusia. Estimaba que el capitalismo constituía
un progreso en relación al feudalismo, pero comprendía que a partir de
entonces, la burguesía “no lucha, sino que triunfa”, que el
capitalismo sería incapaz de resolver los problemas nuevos, que no
traería ni la libertad ni la felicidad a las masas populares. Sólo
sería instaurada la igualdad, cuando fuera aplastada la dominación de
la burguesía a la que llamaba “la plaga sifilítica” de la sociedad.

Como socialista utópico, Belinski declaraba que la idea del socialismo
era lo esencial para él. Habiendo asimilado las mejores ideas de los
socialistas utópicos de Europa Occidental, llegó gracias a su
democratismo revolucionario, a una concepción más avanzada del
socialismo utópico. No esperaba abolir la servidumbre por vía
pacífica, sino par una revolución violenta. Era un gran patriota y
amaba ardientemente al pueblo ruso. Su patriotismo se inspiraba en su
democratismo revolucionario. Luchaba contra los paneslavistas y los
eslavófilos, que formaban un solo grupo para elogiar la servidumbre
rusa. Fustigaba a los “hombres sin fe ni ley de la humanidad”: a los
cosmopolitas, a los liberales burgueses-feudales, a los “occidentales”
que querían hacer de Rusia un apéndice de Europa capitalista, que
menospreciaban en toda forma al pueblo ruso y su cultura. Para
Belinski, el sentido común, el amor al trabajo, el espíritu inventivo,
la firmeza de alma, la ausencia de misticismo, el impulso generoso, el
valor y el heroísmo en la lucha contra los enemigos, constituían las
cualidades inherentes al pueblo ruso que le permitieron defender su
tierra, su libertad y su independencia contra los invasores, y crear
su Estado y su cultura nacionales. Belinski subrayó muchas veces que
el patriotismo del pueblo ruso desempeñó un papel primordial en el
mantenimiento y reforzamiento de la independencia de Rusia. Era
partidario de la amistad de las masas populares de nacionalidades
diferentes, quería despertar la simpatía por los pueblos oprimidos de
Rusia y se rebelaba contra la opresión y la violencia nacionales.
Comprendía perfectamente la necesidad de un vínculo estrecho y de una
cooperación entre los diferentes pueblos del mundo, y deseaba que
Rusia mostrara a todos los pueblos del mundo el ejemplo de una
comunidad de naciones, el ejemplo de una vida nueva y feliz. Tuvo
palabras proféticas sobre el destino grandioso de Rusia: “Envidiamos a
nuestros nietos y bisnietos, que están destinados a ver a Rusia en
1940, al frente de un mundo culto, dando leyes tanto a la ciencia como
al arte, y recibiendo el homenaje de admiración respetuosa de toda la
humanidad ilustrada”.

Belinski, fundador de la estética y de la crítica
democrático-revolucionarias, dio una definición materialista de la
esencia del arte: éste, según él, reproduce la realidad, repite y
vuelve a crear, por así decir, el mundo. A Belinski debemos los
principios teóricos del realismo artístico. Defendía la función
social del arte y condenaba el arte contemplativo. El arte auténtico
es para él un arte rico en ideas que traza a los hombres el verdadero
camino de la vida y de la lucha contra la opresión social. El arte
verdadero no se aparta del pueblo, vive con él, lo exalta en la lucha
contra los opresores, llama al pueblo a marchar adelante. “El
espíritu popular es el alfa y omega de la estética de nuestro tiempo…”
escribía Belinski. «Después de Belinski, los mejores representantes
de la intelectualidad revolucionaria democrática de Rusia repudiaron
lo que se llama “el arte puro”, “el arte por el arte”, y se
convirtieron en los campeones de un arte para el pueblo, de un arte
poseedor de un elevado alcance ideológico y social» (Zhdanov). Las
obras de Belinski sobre crítica literaria fueron de un valor
inestimable para el florecimiento de la literatura y han conservado
hasta hoy toda su frescura y su actualidad. El arte soviético se
beneficia con todo el aporte precioso de Belinski en el dominio de la
estética y la crítica literaria; aprende de él a ser intransigente con
todo lo atrasado, y hace suyas sus ideas sobre la elevada misión del
arte de vanguardia al servicio del pueblo y de la patria. Principales
obras: Ensueños literarios (1834), Obras de Alejandro Pushkin
(1813-1816), Vistazo sobre la literatura rusa en 1846 (1847), Vistazo
sobre la literatura rusa en 1847 (1848), Carta a N. Gógol, 3 de julio
de 1847 y otras.

Diccionario filosófico · 1965:41-42

Visarión Grigórievich Belinski (1811-1848)

Demócrata revolucionario ruso, crítico, fundador de la estética
realista en Rusia. Belinski es el precursor de los intelectuales
pequeñoburgueses que desplazaron totalmente a los nobles en el
movimiento ruso de liberación. Nació en Sveaborg, su padre era
médico. En 1829 ingresó en la Sección de letras de la Universidad de
Moscú, de la que fue excluido en 1832. Desde 1833, colaborador de la
revista «El telescopio», en cuyo suplemento –Rumor– publicó su primer
artículo importante: «Sueños literarios» (1834). Publicaba también
sus trabajos en la revista, de la que fue director. «El Observador de
Moscú» (1838-39). Desde fines de 1839, vivió en Petersburgo donde se
encargó de la sección de crítica literaria en las «Notas patrias»;
desde 1846, dirigió la sección de crítica de «El Contemporáneo». En
1847, fue al extranjero por motivos de salud. Murió de tuberculosis
en Petersburgo. La obra de Belinski corresponde al periodo en que el
pensamiento social ruso (asimilando las lecciones del movimiento
decembrista) tan sólo iniciaba la búsqueda de nuevos caminos de lucha
contra la autocracia y el régimen de servidumbre, la búsqueda de una
teoría científica del desarrollo social. A ello se debe el carácter
extraordinariamente complejo e intenso de la evolución ideológica de
Belinski. En la década de 1840, Belinski llega al democratismo
revolucionario en el que se reflejaban los anhelos del campesinado,
llega a las ideas del socialismo, del ateísmo y del materialismo. En
este camino, Belinski tuvo que definir su actitud respecto a las
teorías filosóficas y político-sociales del siglo XIX, respecto a
Fichte y Schelling, a Hegel y Feuerbach, a los jóvenes hegelianos, a
los socialistas utópicos franceses y al joven Marx. Belinski no
escribió tratados filosóficos, pero ni en uno solo de sus artículos
más o menos importantes dejan de tener su reflejo los problemas
filosóficos. Fuertemente atraído por la filosofía de Hegel durante
cierto tiempo (1837-39), Belinski interpretaba la tesis hegeliana:
«todo lo real es racional» en un sentido de conservadurismo político,
como idea de conciliación con la realidad zarista. Pero incluso en
dicho período, –que termina cuando Belinski sitúa en un primer plano
la idea de la negación, el principio de la lucha contra todo lo que se
ha vuelto anticuado, contra todo lo no racional–, la tendencia medular
de sus investigaciones ideológicas obedecía al afán de comprender las
leyes a que se encuentra sujeta la vida de la sociedad y del hombre.
A principios de la década de 1840, Belinski se sitúa en el terreno
materialista. Al examinar el problema concerniente a la unidad de lo
material y lo ideal, mantiene la tesis de que «lo espiritual» «no es
otra cosa que la actividad de lo físico». Señala, a la vez, la
función activa de la conciencia en el proceso de interacción entre el
hombre y el medio. Habiendo desechado el conservadurismo del sistema
hegeliano, Belinski vio en la dialéctica los fundamentos del método de
investigación científica y de acción revolucionaria, el germen de la
auténtica «filosofía de la historia». La idea de la regularidad
objetiva en Belinski se concreta como idea de la necesidad del
progreso social, el cual adquiere su realidad a través del cúmulo de
actividades de las personas y encuentra su expresión, en particular,
en la obra de las grandes individualidades. Tal idea constituye una
de las ideas centrales de Belinski y le sirvió de punto de partida
para el estudio de los problemas de la historia rusa (papel de Pedro I
y otros) y de su correlación con los procesos de la historia mundial.
En ella se apoya asimismo Belinski para analizar los problemas que
tratan de la correlación entre ideal y realidad. Aplaude el ideal
socialista de una sociedad verdaderamente justa en la que «no habrá
ricos ni pobres, reyes ni súbditos, sino hermanos, hombres», pero al
mismo tiempo se muestra escéptico en cuanto a los proyectos
reformadores de algunos socialistas de Europa occidental. Suponía que
la nueva sociedad llegaría a establecerse «con el tiempo, sin cambios
violentos, sin sangre»; con todo, no llegó a la fundamentación
científica de la inevitabilidad del socialismo. Así se explica la
apelación de Belinski a las ideas del cristianismo primitivo como
cimientos del mundo moral del futuro. Belinski reconocía el carácter
progresivo del orden burgués respecto al medieval y consideraba que el
objetivo inmediato de las transformaciones sociales de Rusia se
cifraba en la eliminación de las formas de vida patriarcales y
despóticas (ante todo el régimen de servidumbre), en la realización de
diversas reformas democrático-burguesas. En consecuencia, Belinski
sostuvo una lucha sin cuartel contra las ideas retrógradas del
«nacionalismo oficial», ridiculizó la idealización eslavófila del
viejo patriarcalismo ruso. La manifestación más elevada del
democratismo revolucionario de Belinski, su legado, fue la carta a
Gógol (julio de 1847), una de las mejores obras en la Rusia del siglo
XIX, de la prensa democrática no sometida a la censura. La idea de
historicismo matiza, asimismo, los juicios estéticos de Belinski.
Veía la esencia y el carácter especifico del arte en la reproducción
de la realidad, según sus rasgos típicos, por medio de imágenes y
atacó duramente el romanticismo reaccionario, la literatura didáctica
(«retoricismo»), propagó los principios del realismo en que se inspira
la obra de Pushkin y la «escuela natural» encabezada por Gógol.
Señaló el nexo que se da entre los conceptos de carácter nacional y
realismo en arte y formuló capitalísimas tesis acerca de la
dependencia en que se halla el valor social de la literatura respecto
a la superación del abismo entre la denominada «sociedad» culta y la
masa popular, acerca de la «simpatía por lo moderno», es decir, por el
progreso como cualidad inseparable del auténtico artista. Las
concepciones de Belinski influyeron en gran manera sobre el desarrollo
de la estética.

Diccionario de filosofía · 1984:40-41

Vissarión Grigórievich Belinski (1811-1848)

Demócrata revolucionario ruso, crítico literario, fundador de la
estética realista rusa. La creación ideológica de Belinski se refiere
al período en que el pensamiento social ruso de avanzada, al asimilar
las enseñanzas del decembrismo, empezaba las búsquedas de nuevas vías
de lucha contra la autocracia y el régimen de servidumbre, las
búsquedas de una teoría científica del desarrollo social. Esto
determinó el carácter excepcionalmente complejo e intenso de la
evolución ideológica de Belinski, que en 1837-39 se entusiasmó con la
filosofía de Hegel. A comienzos de los años 40, Belinski pasa
gradualmente a las posiciones del materialismo. Al estudiar el
problema de la unidad de lo material y lo ideal, demuestra que “lo
espiritual” “no es otra cosa que la actividad de lo físico”. Hace
constar, además, el papel activo de la conciencia en el proceso de
interacción del hombre con el medio. Al someter a crítica el
conservadurismo del sistema de Hegel, Belinski advirtió en su
dialéctica las bases del método de investigación científica y el
germen de una auténtica “filosofía de la historia”. Belinski
concretiza la idea de la regularidad objetiva como idea de la
necesidad del progreso social, que se abre paso a través de un
conjunto de diversas formas de actividad de los individuos y encuentra
su expresión, en particular, en las acciones de las grandes
personalidades. Suponía que era poco probable que la nueva sociedad
se instaurase “por el devenir del tiempo, sin revoluciones violentas,
sin sangre”; ahora bien, él mismo no llegó a la fundamentación
científica de la inevitabilidad del socialismo. A ello estuvo
vinculada la apelación de Belinski a las ideas del cristianismo
inicial como base de la moralidad del futuro. Reconocía el carácter
progresista del régimen burgués en comparación con el medieval y
consideraba que la tarea inmediata de las transformaciones sociales en
Rusia consistía en destruir las formas patriarcal-feudales de vida
(ante todo, el régimen de servidumbre y aplicar distintas reformas
democráticas burguesas). Partiendo de ello, se mofa implacablemente,
desde el punto de vista de la educación revolucionaria, de la
idealización eslavófila del pasado patriarcal de Rusia y critica con
aspereza las diversas ilusiones liberales y revolucionarias utópicas
(polémica con Bakunin). La cúspide del democratismo revolucionario de
Belinski, su credo espiritual lo constituyó su carta a Gógol (julio de
1847): una de las mejores obras de la prensa democrática sin censura
de la Rusia del siglo 19. La idea del historicismo preside también
los juicios estéticos de Belinski. Considerando que la esencia y la
especificidad del arte consistían en reproducir en forma de imágenes
los rasgos típicos de la realidad, Belinski se pronunciaba bruscamente
contra el romanticismo reaccionario y la literatura didáctica e hizo
propaganda de los principios realistas en la obra de Pushkin.
Señalando el nexo existente entre los conceptos de raíz popular y
realismo en el arte, Belinski adelantó las importantísimas tesis de
que el significado social de la literatura dependía de la superación
del abismo entre la así llamada “sociedad” instruida y la masa
popular, y de que la “simpatía por la contemporaneidad”, es decir, por
el progreso, constituía un rasgo inalienable del auténtico artista.
Las opiniones de Belinski sobre el arte desempeñaron un gran papel en
el desarrollo de la estética.

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