El imperialismo, etapa superior de… un virus letal

La administración Trump sanciona a un instituto de investigación ruso que ha participado en el desarrollo de una vacuna contra la Covid-19.

Las sanciones y el bloqueo son parte de las armas habituales del imperialismo estadounidense para extorsionar y someter a los gobiernos y los pueblos que defienden su soberanía y su derecho a la vida y al progreso. No son un «invento» de la actual Adminitración USA, sino una constante a lo largo de la historia del Imperio. Cuba, Venezuela, Irán, Rusia, China, Bielorrusia…: más de una cuarta parte de la humanidad vive en países sometidos a sanciones norteamericanas. El anuncio de decomiso por parte de la marina de guerra estadounidense de la carga de cuatro petroleros sospechosos de transportar producto iraní a Venezuela hizo evocar el precedente de los «filibusteros británicos» a un periodista de la agencia de prensa estadounidense Bloomberg (16 de agosto) que, probablemente, no habrá leído a Eduardo Galeano: los nuevos piratas del Caribe… y de otros lugares. Solícita ante las exigencias desde el otro lado del Atlántico, la UE se suma con frecuencia a sanciones y otras presiones. El actual gobierno de coalición español se cuida mucho de prodigarse en gestos que puedan irritar a sus poderosos «aliados». Timidísimas congratulaciones por la infinita contención de la que viene haciendo gala el gobierno (el único legítimo y real) de la República Bolivariana y por las muestras diáfanas de su voluntad de paz, no han conllevado rectificación expresa del vergonzoso y ridículo reconocimiento de un fantoche como supuesto «presidente encargado» de no se sabe qué.  Y, que se sepa, la embajada española en Caracas sigue cobijando a uno de los más violentos actores en ejercicio del golpismo en Venezuela. Cuesta apartarse de la senda de los grandes profetas: el que un día proclamó (¡premonición!) su preferencia por los riesgos de la inseguridad neoyorkina (improbables en su persona) a «morir de aburrimiento» en el Moscú de los tiempos de la Unión Soviética (González). O aquel otro (Aznar) que tomó parte en una conocida expedición a las Azores y que se ufanaba de su trato familiar con el jefe: «Eshtamous trabahhhandou en ellou…».

A finales del pasado mes de agosto conocíamos que el ministerio estadounidense de comercio había incluido en su lista negra al 48º Instituto Central de Investigación del Ministerio de Defensa ruso, uno de los que habían colaborado en la consecución de una de las vacunas rusas contra la covid-19 (actualmente en avanzada fase de ensayo), en colaboración con entidades civiles y bajo la dirección del Instituto Gamaleya de Epidemiología y Microbiología. Las autoridades rusas habían anunciado pocas semanas antes los resultados favorables de la llamada «Sputnik V» y el próximo inicio de sus nuevas etapas. Los medios de comunicación norteamericanos y europeos realzaron la noticia con el entusiasmo que era de esperar: silencio, desprecio y advertencia sobre el «grave problema de credibilidad que aqueja» al presidente ruso. La justificación de la sanción, según Washington, es que las instituciones a las que se dirige están asociadas a programas rusos de armas químicas y bacteriológicas. Ni que decir tiene que esta afirmación no necesita pruebas de «credibilidad». Las posibilidades de que el rotundo desmentido del Kremlin, que calificó la acusación como un «absoluto sinsentido», encontrara espacio en nuestras principales tribunas mediáticas eran escasas.

Ministerio de Defensa de Rusia

La pandemia plantea un desafío urgente de salud pública a escala mundial, aunque no sea ni mucho menos el único, muy lamentablemente. Qué duda cabe de que todos los esfuerzos deberían converger en el logro de respuestas terapéuticas e inmunológicas eficaces y que estén, realmente y lo antes posible, al alcance de todos. Pero la investigación en tratamientos y vacunas entraña también un reto de prestigio político y, sobre todo, una ocasión de fabulosos beneficios para las multinacionales farmacéuticas y sus principales inversores. Dicho sea de paso, se ha dado la circunstancia de que una empresa rusa que en abril pasado envió ventiladores a los desbordados hospitales estadounidenses era objeto de sanciones de la Administración norteamericana desde 2014… Urgido por la venta a la estadounidense Vyaire Medical Inc de las dos empresas suizas que suministraban ventiladores pulmonares a Cuba, el país ha tenido que acometer en pocos meses (con éxito) la fabricación de cientos de estos aparatos. En medio de la crisis sanitaria y de los peores presagios de una crisis económica y social, Washington ha intensificado su campaña mundial de guerra económica, imponiendo sanciones a la competencia exterior y anunciando nuevas medidas punitivas de manera casi cotidiana. De este modo, muy aireados golpes en pecho (ajeno) por la «defensa de la vida» y de los «derechos humanos» se hacen compatibles con la práctica o el encubrimiento de políticas de muerte. Constatarlo no puede considerarse ningún descubrimiento, pero las circunstancias del momento pueden facilitar que se descorran algunos velos.

Rusia, al igual que la República Popular China (cuatro candidatos vacunales en distintas fases de desarrollo) y la República de Cuba (con el primer prototipo propio en desarrollo de América Latina   ̶ «Soberana 01» ̶  ¡a pesar del bloqueo implacable que se le impone desde hace 60 años!), han emprendido firmes iniciativas estatales para conseguir vacunas contra el coronavirus. En EEUU, la Administración Trump anunció en mayo de este año un «partenariado público-privado» denominado Operación «Warp Speed», en virtud del cual miles de millones de dólares de los contribuyentes se han asignado, a través de contratos, a grandes farmacéuticas, como Novavax, Pfizer y Moderna. ¡No es solo su prurito de descubridores lo que amenazan los anuncios rusos! A comienzos de septiembre, la muy conocida revista médica británica The Lancet acogió en sus páginas un artículo de científicos rusos presentando los resultados de los ensayos de su primera vacuna, ahora en fase de aplicación a cerca de 40.000 moscovitas.

Los anuncios de una gran crisis económica en el horizonte 2020-2021 vienen repitiéndose desde años antes de la pandemia de covid-19. La crisis sanitaria es un hecho. Pero también lo es que revela un problema más general que es inseparable del desarrollo capitalista de las últimas décadas y de sus contradicciones cada vez más graves. La Rusia actual no puede confundirse con la Unión Soviética, ¡evidentemente! Pero algunas comparaciones internacionales a partir de los datos disponibles de la pandemia son elocuentes: véanse, por ejemplo, los datos de Cuba o los de Vietnam y compárense con los de casi cualquiera de los grandes países europeos, ¡por no hablar de los estadounidenses! ¿Se acuerdan de la expresión «socialismo o barbarie» de Rosa Luxemburgo?

La mañana del 14 de septiembre, algunos informativos de la radio española informaban de que el ejército USA estudiaba el traslado de su Comando de África, actualmente en Stuttgart, a Rota. Dando la noticia, el corresponsal de la emisora del Grupo Prisa en Cádiz limitó su comentario a la «creación de 2.000 empleos» que ello supondría, además de la conversión de España en «el principal aliado militar de EEUU en Europa» de cara al continente africano, ante la menor sintonía que aquellos estarían encontrando en la dirección alemana… ¿Cerraremos los ojos a los enormes peligros que representa este virus letal?

Fuente principal: Ça n’empêche pas Nicolas.

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