La paz es el único camino
Asistimos al comienzo de un tránsito histórico desde un mundo unipolar, hegemonizado por Estados Unidos, a un mundo multipolar en el que están surgiendo varios centros de decisión: China, por supuesto; pero también Rusia y otros países como India, Brasil, Turquía, Sudáfrica, Irán y algunos más que irán emergiendo.
En una reciente intervención en televisión, el polemista marxista José Miguel Villarroya afirmaba “Sabemos que Rusia no es la Unión Soviética, pero la OTAN sigue siendo la OTAN”. Creo que esta afirmación expresa de una forma adecuada el enfoque internacionalista que hoy corresponde a un análisis marxista de la guerra en Ucrania.
Guerra que solo desde un enfoque formalista puede calificarse de violación del derecho internacional, porque en la realidad, y no en los despachos de las instituciones internacionales, para los habitantes del Donbass la guerra no comenzó hace ahora un año, el 24 de febrero de 2022, sino en 2014 con la agresión armada sistemática y repetida de un Gobierno contra su propio pueblo, que vivía dentro de sus fronteras estatales. No puede olvidarse en cualquier análisis nada de lo ocurrido desde entonces.
Hecha esta precisión, conviene recordar que las guerras siempre las pierden los pueblos, estén del lado de la frontera que estén. Esta ha sido siempre un eje fundamental de la lucha por la paz en la izquierda consecuente.
Junto a ello, el núcleo de la cuestión que refleja el conflicto de Ucrania es que asistimos al comienzo de un tránsito histórico desde un mundo unipolar, hegemonizado por Estados Unidos, a un mundo multipolar en el que están surgiendo varios centros de decisión: China, por supuesto; pero también Rusia y otros países como India, Brasil, Turquía, Sudáfrica, Irán y algunos más que irán emergiendo.
Situarse desde la envergadura histórica de ese tránsito explica la práctica de algunos actores estatales, aunque no la justifique: Estados Unidos se resiste a perder su papel hegemónico ante el avance económico, militar y político de China. Papel, no hay que olvidarlo, que se ha intentado anteriormente consolidar con más de 50 intervenciones armadas desde la terminación de la II Guerra Mundial y la existencia de varios centenares de bases militares fuera de su territorio, que han funcionado como base principal del predominio de la economía estadounidense y el dólar, y, consecuentemente, de su control de la información, la hegemonía ideológica y la influencia cultural y del “modo de vida” estadounidense en el resto del mundo. Cuando figuras principales de la Administración estadounidense han declarado que la Federación Rusa “ha vulnerado el orden internacional sometido a reglas”, naturalmente se refieren a las reglas dictadas por ellos.
Unas reglas que tras la desaparición del socialismo en los países del este de Europa reflejan más claramente los intereses nacionales que las contradicciones de clase (aunque nunca ha dejado de funcionar el principio de que lo que es bueno para los grandes intereses capitalistas estadounidenses es bueno para los EE.UU., éste se expresa ahora en el enfrentamiento abierto con otras burguesías nacionales que el imperialismo estadounidense no está pudiendo integrar y con relación a las cuales busca el desgaste y la fragmentación).
El papel subordinado de la UE
Al citar lo que podríamos denominar nuevos centros de decisión, no he mencionado a la Unión Europea. Hoy es más fácil reconocer que la UE, además de intentar sacralizar el modelo económico neoliberal propio de sus principales países integrantes, ha sido sometida mediante la OTAN, la presencia multifacética de los Estados Unidos en Europa (baste recordar que EE.UU. todavía sigue siendo jurídicamente potencia ocupante en Alemania, con todas sus consecuencias, porque no ha firmado el tratado de paz correspondiente) y la subordinación de sus principales dirigentes comunitarios y nacionales a los intereses de Estados Unidos, dejando así de cumplir cualquier papel autónomo en la nueva configuración multipolar.
Es más, si frente a la Federación Rusa, Estados Unidos no ha dudado en recurrir a la guerra hibrida, en el mismo paquete debemos valorar la OTAN como un instrumento colateral para mantener la vinculación de la UE al esfuerzo de guerra y la política de sanciones, sea cual sea el precio que tenga que pagar la economía europea (inflación, falta de autonomía energética y tecnológica, elevación del gasto militar, etc., incluso si es necesario eliminar el suministro de gas a precios asequibles tras la voladura de los gaseoductos Nord Stream 1 y 2). Además, dos factores de la mayor trascendencia están apareciendo en el terreno de juego: la Ley de Defensa contra la Inflación aprobada por la Administración Biden que destinará recursos por un monto de 750.000 millones de dólares, una gran parte de ellos dedicado al apoyo de las empresas situadas en Estados Unidos para su transición energética, ayuda de peso en su competencia con las empresas europeas, y la tendencia a estimular dentro de la UE un bloque oriental encabezado por Polonia y más cerca de Estados Unidos que del eje franco-alemán.
Para la izquierda europea y la española la correcta apreciación de una realidad que es hoy muy compleja es fundamental. Conviene repasar a Lenin en “El imperialismo, fase superior del capitalismo” para ayudarse en el análisis concreto de la realidad concreta actual, obra escrita en 1916 cuando no existía ningún Estado que hubiera iniciado la construcción del socialismo.
Recuperar las posiciones de fondo de la izquierda alternativa
En este sentido, creo necesaria la recuperación de la posición de fondo de la izquierda alternativa y consecuente en favor de la lucha por la paz. Ni puede mantenerse una posición fluida a favor de la ampliación del único bloque militar existente, la OTAN, ni es justificable la ayuda militar a Ucrania, aunque sea con el tipo de material que manda España. La guerra siempre la pagan los pueblos y cuanto más duran y más cruentas se hacen más alto es el precio. Más aún, si la “ayuda militar” como dice el responsable de la OTAN se propone “mientras sea necesario” o, dicho de forma más cruel, hasta el último ucraniano.
Junto a ello, el análisis concreto de la realidad concreta que es propio del marxismo requiere una valoración minuciosa de todas las implicaciones de la situación actual y de su previsible evolución futura. Lo que está pasando sería ingenuo considerarlo como una mera respuesta a la entrada del ejército ruso en el territorio estatal de Ucrania el 24 de febrero de 2022. La cosa viene de lejos y el papel de Ucrania en esta crisis ya estaba definido por la OTAN mucho antes. Hoy sabemos, porque lo han reconocido públicamente Macron y Merkel, que los acuerdos de Minsk, firmados con Ucrania y Rusia, solamente fueron una añagaza diplomática para ganar el tiempo necesario para el rearme de Ucrania.
Creo que el fondo de la cuestión está claro: asistimos a la transición hacia un mundo multipolar y eso es difícil sin resistencias y conflictos. Las condiciones históricas han determinado que ese proceso no se haga por el momento desde una perspectiva de clase, sino a partir de criterios fundamentales de Estado, pueblo o civilización.
La izquierda consecuente debe situarse, no obstante, en una perspectiva de clase. Y un mundo multipolar es un contexto más favorable para el avance hacia el socialismo y la liberación humana que el mundo hegemónico neoliberal que conocemos. Eso implica que la izquierda debe prestar atención a los nuevos actores que están surgiendo, en muchos casos con prácticas políticas complejas y contradictorias. Por poner un ejemplo muy explícito, pero al que se pueden añadir otros, en Irán coexisten una práctica antiimperialista con una profunda discriminación de la mujer y un papel político determinante de la religión. Es necesario aplicar el bisturí político en el análisis y huir de cualquier incondicionalidad en la que el papel efectivo de la izquierda quedaría atrapado.
No obstante, un mundo multipolar es imposible sin un nuevo modelo de relaciones internacionales basado en el respeto mutuo, la no injerencia en los asuntos internos de otros países y el beneficio mutuo en las relaciones. En este sentido, el Plan de Paz propuesto por China constituye, en mi opinión, un avance en esa dirección aplicado al conflicto en Ucrania y un paso interesante hacia ese mundo multipolar.