Lo que no se dice de Isabel II de Inglaterra
Mientras se suceden los inacabables actos protocolarios para el entierro definitivo del cadáver de Isabel II, los republicanos del Reino Unido son perseguidos por las autoridades policiales con saña.
Con motivo del fallecimiento de la Reina Isabel II del Reino Unido, se ha desatado en España una campaña mediática extraordinaria de carácter propagandístico para, utilizando la imagen de abuela nonagenaria, presentarla como un ser benéfico para con la ciudadanía británica y de todo el mundo, y de paso potenciar la imagen de las Monarquías como instituciones que velan por sus súbditos y que en consecuencia constituyen la mejor forma de gobierno que se puede concebir.
Ejemplar abuela, reina de la beneficencia, gran estadista… los medios no se han ahorrado ningún calificativo para edulcorar la imagen de la fallecida y de paso, la de las Realezas, en una auténtica orgía de imágenes y propaganda, verdaderamente impresionantes.
Pero por encima de los alardes propagandísticos, conviene que nos preguntemos realmente cuál ha sido el papel de Isabel II, como Jefa del Estado británico, a lo largo de su reinado, y cuál además su papel como destacada personaje de la sociedad capitalista.
Retrocediendo muchos años atrás, nos encontramos con la foto de una niña que en compañía de la Reina Madre y del futuro Eduardo VIII mira la cámara haciendo el saludo fascista en 1933, imagen que se pretende obviar aludiendo a la poca edad de la futura reina, pero que no puede hacernos olvidar que está rodeada por su tío el futuro Eduardo VIII, y la entonces reina madre Elizabeth, levantando ambos también el brazo.
No se trata de una anécdota sin importancia, sino reveladora de la formación e ideología familiar. Dicho Eduardo VIII fue admirador de Mussolini, de Hitler, y tuvo que abdicar posteriormente cuando contrajo matrimonio con la Sra. Wallis, destacada seguidora nazi, con la que llevó a cabo un viaje a Munich para encontrarse con Hitler, dos años antes del estallido de la segunda guerra mundial.
Todo ello además hay que situarlo en la enorme simpatía pro fascista de la aristocracia británica, no debiendo olvidar que otro personaje también objeto de gran tratamiento mediático, el mismísimo Churchill, era gran admirador de Mussolini.
Como nos recuerda el periódico “El Observador”, señala que el 20 de enero de 1927, visitando Roma como Ministro de Hacienda británico, pronunció un discurso apasionado a favor del dictador italiano, «de su calma, su sereno aplomo… que solo perseguía el permanente beneficio del pueblo italiano… si yo hubiera sido italiano hubiera estado con usted desde el principio de su lucha triunfante contra los apetitos y pasiones del leninismo… su movimiento ha prestado un servicio al mundo entero…», y así continuaba el ditirambo fascista del tan elogiado premier, que apoyó todo lo que pudo a Franco también en la guerra.
Recordemos que cuando pronuncia este discurso, Mussolini se había hecho con el poder en Italia utilizando a las escuadras negras para asesinar a los militantes obreros, romper las huelgas, suprimir los sindicatos… este era el personaje admirado por aquel establishment británico al que pertenecía la futura reina.
Como indica Soledad Bengoechea en la revista Viento Sur, «sectores poderosos de las clases dirigentes y la aristocracia británica mostraron sus simpatías con el fascismo y la Alemania nazi».

No terminaban aquí las precoces simpatías por los entornos fascistas de la “ejemplar monarca”, sino que sin duda se fortalecieron tras su matrimonio con Felipe de Edimburgo, cuyas hermanas Margarita y Sophie estuvieron casadas con dos altos oficiales nazis, esta última fotografiada con Hitler en la boda de Hermann Goering, que decía del Führer que era un hombre encantador y modesto.
Algunas de las actuaciones de Isabel II como Jefa del Estado no desmintieron en modo alguno su ideología reaccionaria e imperialista, siendo de destacar como significativa la intervención e intento de ocupación de Egipto tras la nacionalización por parte del dirigente Nasser del Canal de Suez, cuando en 31 de octubre de 1956 bombardearon aquel país y lanzaron grupos de paracaidistas sobre Port Said y Port Fuad, al tiempo que se iniciaba la invasión anglo francesa desde el mar. Un ataque que no pudieron consolidar al no contar con el beneplácito de los EEUU, en lo que se considera una de los principales hitos en que se puso de manifiesto que tras la segunda guerra mundial, sin la dirección y participación americana, las antiguas potencias coloniales no tenían ya grandes posibilidades de llevar a cabo sus agresivas políticas de antaño.
En forma aún más sangrienta se comportó el Reino Unido con su “ejemplar” Jefa de Estado cuando masacró a los rebeldes kenianos, en una represión que alcanzó a más de un millón de personas, creando campos de concentración genocidas para la etnia Kikuyu, en los que encerró a más de setenta mil personas.
De manera similar se comportó el gobierno de su graciosa majestad durante la guerra civil de Nigeria, suministrando armas al gobierno para que masacrara a los insurgentes, debiendo destacarse las atrocidades sufridas por las minorías de Biafra, actitud que tenía como causa la desinteresada recepción del excelente y barato petróleo que recibía de aquel país.
Como recordaba La Vanguardia en su edición de 25 de noviembre de 2019, el ex Beatle John Lennon devolvió en noviembre de 1969 a la Reina Isabel II la medalla con la que había sido galardonado caballero del Imperio Británico, en protesta por esta actuación británica, haciendo además mención al apoyo inglés a los EEUU en la guerra de Viet Nam.
En fin, muchas serían las actividades criminales que han tenido lugar en el Reino Unido de Isabel II bajo su reinado, desde el sostenimiento del Estado de Israel, la represión en 1963 en Yemen, el apoyo al golpe de estado de Irán que provocó el derrocamiento de Mosaddeq y la entronización del dictatorial Sha Rezah Pahlevi, los 60 años de ocupación sangrienta en Irlanda del Norte, la primera guerra del Golfo, la de Bosnia, la de Afganistán, Irak, bombardeos de Libia, ataques a Siria, y un largo etc. en la que han colaborado entusiásticamente con los EEUU.
Tampoco podemos dejar de mencionar su alianza estratégica con Arabia Saudita y las restantes petromonarquías, a las que brinda protección política y militar a cambio de que sus operaciones económicas se gestionen preferentemente desde la City londinense, convertida en uno de los mayores centros de especulación mundial.
Pero la benéfica monarca no se andaba tan poco con chiquitas simultaneando su patriotismo imperial con el crecimiento de su propio patrimonio, y así se le ha considerado como una de las personas más ricas del mundo, computándosele un patrimonio personal de 427 millones de euros, según se publicaba el 9 de septiembre de 2022, que señala que sus ingresos “no se conocen del todo”, dada la opacidad con la que se vienen manejando.
Solo el Ducado de Lancaster incluye más de 300 propiedades residenciales y comerciales y fincas agrícolas, siendo considerada como la mayor terrateniente de Inglaterra.
Mención aparte merece su patrimonio en los paraísos fiscales de las Islas Bermudas y Caimán, que fueron destapados por los llamados Paradise Pepers, según se hace eco el diario antes citado, mediante los cuales eludiría el pago de impuestos.
Todo esto al margen de inversiones, obras de arte, joyas… con independencia de la fortuna del sucesor Carlos III, calculada en mil cuatrocientos millones de dólares a través del Ducado de Cornualles.
En definitiva, la fallecida era la Jefa de una monarquía reaccionaria, deudora del imperialismo más virulento, titular de una enorme fortuna amasada a través del robo y saqueo perpetrado a lo largo y ancho del mundo durante siglos, responsable del enorme sufrimiento de pueblos colonizados a los que se ha seguido explotando, contribuyendo a desencadenar todas las guerras de agresión imperialistas que incluso han seguido efectuándose en nuestros días, vinculada a las fuerzas más retrógradas que forjan el mundo en el que vivimos, por lo que resulta completamente rechazable el intento propagandístico casi sin parangón de potenciar la monarquía con motivo de su fallecimiento.
Mientras se suceden los inacabables actos protocolarios para el entierro definitivo del cadáver de Isabel II, los republicanos del Reino Unido son perseguidos por las autoridades policiales con saña. Comenta el Diario.es que el fin de semana pasado una mujer fue arrestada en Edimburgo por exhibir un cartel que decía: «Que le jodan al imperialismo, terminemos con la monarquía». En Oxford, una protesta aún más moderada terminó con el arresto de Symon Hill. Mientras se leía el anuncio de la proclamación de Carlos III, Hill salía de la Iglesia en el centro de Oxford y gritó: «¿Quién lo ha elegido?»
Con el nuevo monarca, cada vez hay menos debate sobre la monarquía y parece que solo se puede mostrar adoración por ella.