«Napoleón el pequeñísimo» en Líbano

Mal elegido en 2017 y malquerido en 2020, el actual Presidente francés quiere recuperar la audiencia perdida jugando a jefe guerrero.

“Napoleón el pequeño”: así apodó Víctor Hugo a Napoleón III después del golpe de estado que le hizo Amo de Francia matando a la República. Era su manera de dar a entender que el sobrino putativo no pasaba de ser una pálida sombra del primer Emperador Bonaparte. Pero la moda se ha perpetuado hasta nuestros días en esos políticos que, sin modestia alguna, sueñan con vestirse de Gran Conquistador, aunque solo sea para que olvidemos momentáneamente sus fracasos interiores. Nuestro Presidente Macron es uno de ellos: quiere recuperar protagonismo cultivando las nostalgias nacionalistas y coloniales de una parte de los franceses.

Desde el inicio de su “reinado”, continuó y reforzó la intervención militar francesa en el África saheliana (Malí, Niger y Burkina), una aventura sin salida persiguiendo a “yihadistas” y que no ha hecho más que agravar en estos desafortunados países la inseguridad, la delincuencia y el fanatismo integrista y etnicista. La situación en Malí, donde una verdadera insurrección popular pacífica exigió la salida de un  Presidente corrupto y a las órdenes de París, es una muestra del empantanamiento de esta injerencia guerrera apadrinada por nuestro “Napoleón el Pequeñísimo”.

Pero él no desiste de su empeño y mantiene su propósito de seguir y ampliar su cruzada en el Sahel. Este traje que tan grande le viene es el mismo que se enfundó de la manera más incongruente contra el coronavirus, con los discutibles resultados que conocemos, proclamando desde el primer día: “¡Estamos en guerra!”. A fin de cuentas, ha seguido los pasos de sus predecesores en la presidencia francesa, especialmente de Nicolas Sarkozy que, en 2011, aplastó gloriosamente a bombazos el Estado nacional de Libia, en provecho de las facciones armadas que, nueve años después, se disputan los jirones a tiros de kalachnikov. Digno heredero de Sarkozy, Macron no se priva de implicar a Francia en este sangriento pugilato, apoyando a uno de los bandos (¡el que tiene más cerca los pozos de petróleo!) y oponiéndose a otros depredadores, como por ejemplo los turcos. Porque todos estos juegos bélicos lo son entre imperialismos secundarios igualmente ávidos de beneficios y de zonas de influencia y coincidentes en su desprecio de los pueblos afectados.

Este gran Monopoly con olor a sangre y muerte de inocentes acaba de hacerse extensivo, desde el pasado 4 de agosto, a otro país, Líbano: un país ya traumatizado por una grave crisis económica y social nacida, a la vez, de la enorme concentración de refugiados expulsados por la guerra de Siria o de Palestina y de un Estado paralizado por el confesionalismo y la corrupción. Ese día, en el puerto de la capital, Beirut, pulmón de esta nación que depende de sus importaciones casi para todo, saltó por los aires un depósito de 2.700 toneladas de explosivos (nitrato de amonio), destruyendo gran parte de la ciudad y matando a decenas de personas e hiriendo a miles. Sin duda, este pueblo devastado merece que se le ayude y que el Estado francés se movilice para ello, como ya lo hacen el Socorro Popular y el Socorro Católico.

Pero no fue simplemente el anuncio de esta ayuda material lo que hizo que Macron se precipitara a viajar a Beirut. Ante multitudes agitadas y enfurecidas, sus discursos, ampliamente difundidos en Francia y en todo el mundo occidental, pregonaron que “la ayuda francesa estaría condicionada: los dirigentes libaneses deberán proceder sin demora a una verdadera refundación política (¿?), controlada por las potencias (en concreto las europeas) invitadas por Francia a una conferencia internacional (¡!)”.

No cabe calificarlo de otra forma que como un anuncio brutal de injerencia en las orientaciones del futuro gobierno libanés. ¡Como si el país hubiera regresado a la época colonial, cuando Francia ejercía un protectorado en Líbano, bajo la cobertura de la Sociedad de Naciones de 1920! ¡Y todavía más chocante que conllevara la previsión de enviar a las costas libanesas un buque porta-helicópteros equipado con medios mucho más militares que humanitarios!

Como no podía ser menos y era su propósito, la nueva iniciativa de nuestro Presidente suscitó inmediatamente entusiastas apoyos entre los numerosos ideólogos nacionalistas y colonialistas franceses. Y también de las cadenas de televisión, que comparten el mismo ideario dominante. Desde el 5 de agosto, en un debate del canal LCI, Bernard Henry Lévy, el “filósofo” de salón de los Barrios Pijos parisinos, daba rienda suelta a los ardores guerreros que había exhibido en 2011, durante la cruzada de Sarkozy contra Libia. Entre soflamas entusiastas en honor del Presidente Macron, que “ha tenido la valentía de intervenir en Líbano”, este epígono del imperialismo occidental proclamaba a los cuatro vientos que “el deber de injerencia se ha erigido en ley de la Comunidad Internacional desde hace 20 años (¡!)”.

¿Significa esto que los discursos de Macron preparan una intervención militar como sucedió en Libia? Nadie puede asegurarlo por ahora, porque el pueblo libanés tendrá algo que decir al respecto y no será forzosamente lo que quiere la diplomacia occidental, y la francesa en particular, deseosa de eliminar de Oriente Medio a las fuerzas anti-imperialistas como Hezbollah y a sus apoyos iraníes o chinos.

En cualquier caso, existe un riesgo real de un nuevo conflicto bélico en Oriente Medio, con un engranaje mortífero desatado por el aventurerismo verbal y electoralista de nuestro “Napoleón el Pequeñísimo”, apoyado por una parte de la opinión pública francesa que está impregnada de propósitos coloniales.

¿Saben ustedes que una petición lanzada por el sitio de inspiración estadounidense AVAAZ ha recogido más de 40.000 firmas favorables al restablecimiento del protectorado francés en Líbano?

¡Solidaridad con los trabajadores libaneses! ¡Por un resurgir de su Estado nacional libre de toda injerencia imperialista!

«Chronique de Napoléon le tout petit (Liban)», por Francis Arzalier (ANC, Francia). Originalmente publicado en Association Nationale des Communistes, agosto de 2020.

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