Algunas razones políticas que explican el debilitamiento de la conciencia antiimperialista

La lucha ideológica, sobre todo en tiempos de guerra, es una necesidad acuciante. Para las y los comunistas, el término imperialismo no es ni una categoría moral, ni un insulto. Es una definición cuya aplicabilidad a un determinado Estado depende de una serie de criterios bien concretos.

Nada nuevo en la subordinación de la socialdemocracia a la OTAN y el debilitamiento de la conciencia antiimperialista.

Uno de los hechos más llamativos de la situación política de la izquierda en el Estado español es la gran debilidad de las movilizaciones de las organizaciones obreras y populares contra la OTAN y el imperialismo euro- estadounidense. Este hecho es más llamativo aún si se contrasta con las grandes manifestaciones habidas con ocasión del Referéndum de la OTAN en 1986. A pesar del abrumador despliegue propagandístico llevado a cabo por el gobierno PSOE, casi el 40% de las personas que votaron, se pronunciaran por el NO y la mayoría, en Euskadi, Cataluña y Canarias. Ello permite comprobar los cambios abismales en la conciencia de la clase obrera, que aún mantenía el alto grado de organización y de lucha ideológica de los últimos años de la Dictadura. La Transición y las enormes consecuencias de la desaparición de la URSS, todavía no las habían destruido.

Así mismo, más recientemente, las manifestaciones contra la invasión de Iraq -de fuerte contenido antiimperialista- sacaron a millones de personas a la calle y se contaron entre las más masivas del mundo; aunque hay que recordar que dichas movilizaciones respondieron también a objetivos electorales del PSOE e IU, bien engrasados por los medios de comunicación afines.

En la actualidad, el largo proceso de destrucción ideológica, política y organizativa de la conciencia de clase y antiimperialista que refleja tanto la labor realizada por el PSOE y, sobre todo, por Unidas Podemos, como en la enorme debilidad de las organizaciones revolucionarias, se traduce en una derrota ideológica que ha permitido la expansión sin apenas resistencia del discurso imperialista.

A todo ello hay que unir la masiva propaganda de guerra llevada a cabo por todos los grandes medios de comunicación. La censura de medios rusos y el veto a opiniones diferentes se llevaron a cabo de forma coordinada por todas las corporaciones mediáticas. Respondían así, con disciplina militar -nunca mejor dicho-, a la Iniciativa de Alerta Temprana TNI, dirigida por la BBC de Londres e instaurada a partir de la pandemia Covid. El efecto sobre la conciencia antiimperialista de las masas ha sido devastador. La caracterización de Putin como el gran malvado y, por extensión, de Rusia como culpable de la guerra contra Ucrania y responsable del grave deterioro de las condiciones de vida de la gran mayoría de la población -a pesar de la relación directa de éste con las sanciones impuestas a Rusia por EE.UU y, sobre todo, por la UE-están contribuyendo decisivamente a justificar la intervención de la OTAN, el envío de armas a la Ucrania fascista y el incremento sin precedentes de los gastos militares, con repercusiones muy graves en la carestía de la vida y en el desmantelamiento de los servicios públicos.

Todas estas decisiones, incluida la desaparición práctica del derecho a la información -agravada por la creación del Foro contra la Desinformación en el marco de la Estrategia de Seguridad Nacional y dirigida por el General Ballesteros- han pasado, sin oposición relevante por parte de la izquierda institucional, incluidas las autodenominadas izquierdas independentistas, también alineadas en lo fundamental con un ni-nismo que en la práctica neutraliza posiciones antiimperialistas.

A este respecto, cabe concluir que, tanto los grandes sindicatos como la izquierda institucional, son instrumentos del Estado y no tienen una lógica diferente a la de los aparatos de poder de la burguesía.

La posición de otras organizaciones extraparlamentarias -anticapitalistas, anarquistas o trotskistas- tiene también un largo recorrido; parte de su caracterización de la URSS como país imperialista y que se ha centrado, desde su desaparición, en la descalificación de los gobiernos de los diferentes países que han sufrido ataques por las potencias imperialistas.

Estos colectivos vienen manteniendo discursos calificados como ni-nis, que sistemáticamente equiparan a los dirigentes de los países agredidos por la OTAN, o por potencias imperialistas, con los siguientes eslóganes: ni Bush, ni Sadam; ni OTAN, ni Milosevic; ni OTAN, ni Gadafi, etc. Estos planteamientos, que ahora se reeditan con el «ni Putin, ni OTAN» han contribuido y lo siguen haciendo, a apuntalar el discurso oficial y a justificar en la práctica las agresiones imperialistas.

Desde posiciones comunistas ¿tiene fundamento la caracterización de Rusia como Estado imperialista y, en consecuencia, de la guerra actual como guerra inter-imperialista?

Los cambios en la posición política de Rusia.

Ninguna de las actitudes anteriormente citadas es nueva. Lo que sí aparece en el escenario por primera vez es el análisis que están realizando organizaciones comunistas revolucionarias con posible influencia sobre nuevas organizaciones que también se reclaman comunistas y que son referentes sobre todo en Cataluña y Euskal Herria.

Desde estas posiciones, autodefinidas como marxista-leninistas, se identifica al Estado ruso como imperialista. Por otra parte, afirmando la defensa del Derecho de Autodeterminación de las Naciones, apenas se relaciona este derecho democrático básico y central de la posición leninista, con su reclamación concreta por parte de los pueblos del Donbass, masacrados por la Ucrania fascista y que parece ser el desencadenante inmediato de la intervención militar rusa. Así mismo, se pasa por alto tanto la historia de la OTAN desde su creación como herramienta militar y política del imperialismo contra el primer estado obrero de la historia, como su decisivo papel que trasciende a la desaparición de la URSS, en la subordinación de la UE por el imperialismo de EE.UU.

Tras la caída de la URSS en 1991, la OTAN se compromete con Rusia, a cambio de la disolución del Pacto de Varsovia, a no expandirse hacia el Este. Desde entonces 14 países de la órbita soviética se han integrado en la OTAN y es evidente que el cerco al país con mayores recursos naturales del mundo y su desconexión con la UE, independientemente de su carácter capitalista, se constituye en objetivo prioritario del imperialismo estadounidense.

Al mismo tiempo, y desde el final de la II Guerra Mundial, la alianza de la OTAN en Europa, primero con los restos del nazismo alemán ocupando cargos dirigentes en el ejército de la RFA y jefes de las Fuerzas Aliadas de la OTAN para Europa Central, y actualmente con grupos nazis europeos, especialmente los de países de la órbita soviética -entre los que destacan los ucranianos-  se ha constituido en la punta de lanza de la penetración del imperialismo organizando y ejecutando actos terroristas bien documentados[1]Ganser, Daniele. (2005) Los ejécitos secretos de la OTAN.

La interpretación materialista de los procesos sociales requiere de análisis concretos de la realidad concreta y de su evolución. El proceso seguido por el Estado ruso desde la desaparición de la URSS, y sobre todo desde la desaparición de Yeltsin, muestra cómo, sin dejar de ser un Estado capitalista, cambia sus alianzas internas y en política exterior, en función de las amenazas «occidentales».

Los oligarcas rusos construyeron su poder económico sobre las privatizaciones a gran escala que se produjeron con el desmantelamiento de la URSS bajo la batuta del imperialismo. Valgan como referencia las palabras de un técnico estadounidense que asistió al desmantelamiento masivo de las estructuras económicas y sociales de la Unión Soviética: «Me di cuenta rápidamente de que el plan de privatizaciones de la industria rusa se iba a llevar a cabo de la noche a la mañana, con costes muy altos para centenares de miles de personas (…) se iban a fulminar decenas de miles de empleos. Pero además las fábricas que iban a cerrar proveían a la población de escuelas, hospitales, atención sanitaria y pensiones de la cuna a la tumba. Informé de todo ello a Washington y les dije que allí no iba a quedar red alguna de seguridad social. Comprendí claramente que se trataba precisamente de eso; querían eliminar todos los restos posibles del Estado para que no volviera el Partido Comunista».

Las terribles consecuencias sobre la población rusa en el aumento de la mortalidad, suicidios, alcoholismo, los analicé aqui, y curiosamente fue la Bielorrusia de Lukasenko la que revirtió las privatizaciones, oponiéndose a los mandatos del FMI. Los resultados en términos de mortalidad por Tuberculosis pueden observarse aquí:

La llegada de Putin al poder el 31 de diciembre de 1999, que no supone la modificación del carácter capitalista del Estado ruso, sí supone una disminución progresiva del poder económico y de la influencia política de los oligarcas más estrechamente ligados a «occidente». Son los que obtuvieron sus propiedades del robo masivo de empresas públicas y de recursos naturales de la URSS y fungían como cabezas de puente de la penetración del imperialismo norteamericano y de las alianzas políticas correspondientes.

Valgan como ejemplo el encarcelamiento y expropiación de potentados como Vladimir Gussinsky y Mikhail Khodorovsky. Estos, como otros oligarcas rusos, construyeron sus emporios durante las privatizaciones masivas de propiedades públicas de la URSS en la época de Yeltsin. El proceso, que ocasionó una sobremortalidad calculada en 6 millones de personas y que destruyó la sociedad de los países de la ex-URSS, fue dirigido principalmente por el viceprimer ministro de Yeltsin, Anatoli Chubais, vinculado al programa USAID, administrado por el director del Instituto de Harvard para el Desarrollo Internacional (HIIDD).

Vladimir Gussinsky, firme apoyo de Boris Yeltsin, constituyó en 1989, al amparo de la Perestroika, el emporio mediático «Media Most» -propietaria del principal canal privado de TV- junto con la empresa consultora estadounidense APCO. En 1994 creó uno de los bancos privados más grandes de Rusia, el Most Bank, y una serie de empresas constructoras. Fue fundador y presidente del Congreso Nacional Judío. Detenido en España en el año 2000 por una solicitud de extradición del Fiscal General de Rusia, fue puesto en libertad por el juez Garzón. Vendió los activos de sus empresas por 300 millones de dólares. En 2007 obtuvo la nacionalidad española y ha proseguido sus negocios mediáticos en otros países como Israel y Ucrania.

Mikhail Khodorkovsky, también asesor de Yeltsin, fue nombrado viceministro de Combustible y Energía de Rusia en marzo de 1993. Durante la época de privatizaciones masivas compró a través de su banco Menatep, la empresa petrolera estatal Yukos. En 2003, Khodorovsky era el hombre más rico de Rusia y el decimosexto en la lista Forbes, con un patrimonio de 15.000 millones de dólares. Fue arrestado por el Gobierno de Putin, acusado de fraude fiscal, malversación de fondos y lavado de dinero. Los activos de la empresa fueron congelados y transferidos a las empresas estatales rusas Rosneft y Gazprom en 2006. Fue considerado preso de conciencia por Amnistía Internacional. Actualmente vive en Londres.

Estos y otros muchos personajes que ejercían su influencia en medios de comunicación y organizaciones políticas, proclives a EE.UU, y que fueron tratadas por los medios de comunicación occidentales como víctimas de la censura política por parte de un Estado totalitario que perseguía a los demócratas, son buena expresión del giro político del gobierno ruso tras la llegada de Putin al poder. Muchos otros, como Petr Avn, que trabaja para la Royal Academy de Londres o Mikhail Friedan, vinculado a la Universidad de Yale, tienen nacionalidad israelí o ucraniana, sus intereses están vinculados a EE.UU y se posicionaron en contra de la intervención militar rusa en Ucrania.

La política rusa, interna y exterior, desde que Putin llega al poder, sin dejar de ser capitalista, nada tiene que ver con la de la Rusia de Yeltsin. Se funda en la negativa del pueblo ruso a ser convertido en una gran gasolinera en medio de la estepa e irrelevante en otros aspectos como dijo un ex asesor de Obama y economista de Harvard. Putin llega al poder cuando Rusia estaba siendo desmembrada, humillada y saqueada por el imperialismo euro-estadunidense con la colaboración decidida de «quienes tienen su mansión en Miami, su yate en la Riviera francesa y, lo que es peor, su corazón y su cabeza también alli», como dijo el presidente ruso en un reciente discurso, tratándoles de «quinta columna» de Occidente. La estupidez de las sanciones contra las propiedades de estos magnates, aplicadas por EE.UU y la UE, esperando que ejercieran presión para modificar las políticas del Gobierno ruso, solo es comparable al resto de las sanciones contra su economía, que están cayendo como un boomerang sobre occidente, al tiempo que aceleran los cambios en las alianzas estratégicas de Rusia y de otros países.

Obviar estos cambios, así como el giro en las alianzas con China y el resto de naciones del BRICS, con los países de África, Asia, Oriente Próximo y América Latina, que sin constituir, ni mucho menos, una alianza anticapitalista, sí están construyendo un bloque confrontado con el imperialismo euro-estadounidense, es un gran error de análisis para las organizaciones comunistas de países integrados en la OTAN.

Notas

Notas
1 Ganser, Daniele. (2005) Los ejécitos secretos de la OTAN
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