Bullejos y la República democrática

Ha surgido en los últimos años un extraño neo-bullejismo que, sosteniendo el carácter burgués de la República española, paraliza de hecho la lucha por la caída de la monarquía.

Este 2021 se celebra el noventa aniversario de la proclamación de la II República Española.

Los comunistas españoles han pasado a la historia como los más destacados adalides de esa República, quienes mantuvieron la llama republicana contra viento y marea en las largas décadas de la dictadura franquista.

Sin embargo, la cosa fue más difícil de lo que parece. Frente al republicanismo amplio de todo el arco progresista español de la época de la Restauración, el movimiento bolchevique va más allá y establece sus propios parámetros en la relación democracia burguesa-revolución proletaria.

José Bullejos era el Secretario General del PCE en el momento de la proclamación de la II República. Aquí hay que tener en cuenta dos factores: en primer lugar, el tremendo entusiasmo popular que provocó ese acontecimiento, incluso cuando la vía concreta fue bastante sorpresiva, con la huida del borbón tras unas elecciones municipales. Las masas se echaron a la calle para celebrarlo.  Por otra parte, el carácter de clase de dicha transformación política.

A Bullejos le quedó muy grande el fenómeno. Pertenece a una de las épocas menos estudiadas del PCE, pero la primera impresión que tenemos es su abnegación y tenacidad en la lucha contra la dictadura de Primo de Rivera. El PCE mantuvo la antorcha, mantuvo la organización clandestina, una amplia actividad dentro de ella y de sus limitados recursos, al ser un partido joven y de escasa implantación. Se merece el honor y la gloria de haber sido uno de sus partícipes y dirigentes principales.

José María Díaz Casariego
Fotografía de José María Díaz Casariego 31.08.36.

Sin embargo, no supo caracterizar la II República. En vez de seguir las enseñanzas marxistas y leninistas de aprovechar las transformaciones democrático-burguesas para que la clase obrera organizada avanzara en el camino de la revolución socialista, consideró que el carácter burgués de la República era un freno para dicho avance. El PCE, para sorpresa de todos, comenzó con mal pie su andadura republicana, con proclamas de desconfianza hacia la II República, por ser burguesa. Por supuesto, eso condujo al estancamiento del PCE en 1931. Mientras todo el arco de partidos republicanos multiplicaban sus bases, el PCE se mantuvo en una exigua cifra de militantes en toda España. Parecía orgulloso de ser pocos y «puros».

No queremos negar la buena intención de Bullejos, pero esa actitud -a la que ahora podríamos llamar ‘bullejismo’, una especie de ultraizquierdismo extremo e insensato, que tiende a poner en el mismo plano a aliados circunstanciales y enemigos acérrimos, fue detenida tras el IV Congreso del PCE de 1932, con el nuevo Comité Central que salió de él. Aunque Bullejos fue confirmado en el puesto en un primer momento, los nuevos dirigentes, entre los que destacaron los camaradas José Díaz, Dolores Ibárruri y otros que pasarían a la historia, hicieron una severa crítica de las tendencias bullejistas. La tensión llegó a tal extremo que la III Internacional tuvo que llamar a capítulo a Bullejos y, finalmente, a los pocos meses, el Partido se vio obligado a relevar a Bullejos, quien terminó -tampoco es una novedad en el izquierdismo- engrosando las filas del PSOE.

A partir de ese momento, con el traspaso de la secretaría general a José Díaz, el PCE empezó a labrar su historia gloriosa. Con las tácticas del Frente Único Proletario y el posterior Frente Popular ampliamos nuestras bases y esferas de influencia y en menos de cuatro años, antes de las elecciones de Febrero y la victoria del Frente Popular, el PCE tenía cerca de 30.000 militantes.  A comienzos de la guerra, se aproximaba a los 100.000. En plena guerra llegamos a 300.000 militantes. Hay quienes no saben y hay quienes sí saben enganchar las tareas democrático-burguesas con las tareas proletarias.

A partir de ahí nos hemos labrado a pulso la gloria histórica republicana democrática. Sin embargo, hemos presenciado ‘atónitos’ el resurgimiento del bullejismo en los últimos años.

Decimos ‘atónitos’ por decir algo, porque en realidad lo esperábamos. En los últimos años 70, los ejecutores que destruyeron por dentro el PCE y sus organizaciones amplias, cumpliendo con gusto los silbatazos de la dirección euro-carrillista, lo hicieron con la lógica de facilitar la transición y estabilización monárquica en España. Algunos de ellos después tuvieron riñas internas y salieron del PCE por la ‘izquierda’, pero se negaron a realizar una autocrítica de sus concepciones y comportamiento. Ahora es fácil echarle toda la culpa a Carrillo, como si éste no hubiera tenido toda una cohorte de ejecutores, que se dedicaron en cada localidad y provincia a descabezar al Partido de sus cuadros revolucionarios, a disolver organizaciones sociales antifranquistas (la UMD, por ejemplo) o a desnaturalizarlas (CCOO, movimientos vecinales, etc.), destruyendo décadas de trabajo de acumulación de fuerzas. Uno de los jefazos de ese exterminio fue Gallego, quien se negó junto con su grupo de adherentes a la autocrítica. Han pasado los años, pero no olvidamos. Hubo dos momentos en donde se ha podido plantear con cierto nivel de repercusión la antinomia república-monarquía. En la época de la transición y, recientemente, en el momento en que la monarquía y las clases dominantes volvieron a tener miedo y decidieron la abdicación del borbón. Y no nos sorprendió la reacción esencialmente promonárquica de aquellos que ya lo habían hecho cuando la transición.

Hemos vuelto a leer artículos presentando como gran aporte teórico-político moderno lo que es una mera reproducción de las tesis bullejistas: como la consecución de una república sería un evento de carácter burgués, la posición de los comunistas no sería esa, sino la consigna de una fantástica ‘República Socialista’. Así que, si no es socialista, ¿no vale? Es decir, hablando en plata, mantengamos la monarquía hasta las calendas griegas.

La sustitución de ‘República democrática’ por ‘República Socialista’ es un subterfugio semántico.  Por supuesto que una transformación socialista de la sociedad adquiriría la forma de República. ¿Acaso alguien piensa en una Monarquía Socialista Proletaria? Decir ‘República Socialista’ es fraseología vacía y pseudo-revolucionaria, pero en la práctica demora la lucha democrática por acabar con el dominio dinástico, que en España sigue estando presente entre millones de individuos de las clases populares.

Los comunistas no ponemos la república como condición inexcusable para el avance hacia el socialismo. Puede pasar cualquier cosa. No esperaríamos a que las clases poseedoras tuvieran que aceptar una república para después plantearnos nuevos objetivos. Pero eso no implica que vayamos a renunciar al avance republicano.

Con todos los Congresos históricos del PCE, celebramos este día y repetimos: POR LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA Y EL SOCIALISMO.

Trotatiempos

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