Del miedo: para poner fin a los miedos del siglo (1)

Esta entrada es la parte 1 de 4 en la serie Del miedo

Hojas de Debate inicia con este artículo una serie elaborada por Pierre Lenormand, geógrafo, profesor jubilado de la Universidad de París 7. Una síntesis, a la vez densa y clara, que se interroga, sin concesiones a la comodidad, por algunas de las grandes cuestiones de este tiempo e invita al estudio y a la reflexión. Otros tres seguirán a lo largo de las próximas semanas.

En el mes de marzo en que han sido escritas estas páginas, nuestros contemporáneos aparecen repartidos entre tres actitudes:

• En primer lugar, prevalecen las inquietudes y angustias, y muy particularmente las relacionadas con la pandemia. En una parte de ellos, las reacciones emocionales que pueden llegar hasta el pánico se han impuesto a los comportamientos racionales. Olvidando las defensas colectivas, ¿nos habríamos convertido en un pueblo cansado, privado de futuro y reducido a la esperanza de nuestra exclusiva salvación personal? En términos graves, la pregunta que se plantea es: ¿debemos tener miedo?

• La generalización de estos miedos masivos se acompaña de una aceptación de las medidas liberticidas que vienen multiplicándose y agravándose en los últimos veinte años, dejando indefensos a la mayor parte de nuestros contemporáneos frente a la avalancha de retrocesos sociales. Sin embargo, las luchas sociales proliferan, pero de manera aislada, fragmentaria y relegadas a un segundo plano por los grandes medios de comunicación. Hay quien se pregunta: ¿por qué somos tan sumisos?

• Pese a todo, cada vez somos más circunspectos y hasta desconfiados hacia el poder político y el sistema social del que responde, y escépticos ante unas medidas nada convincentes. Pero con demasiada frecuencia no nos atrevemos a oponernos, ante unos gobiernos que invocan incesantemente a «la ciencia» y a «los científicos» en apoyo de sus decisiones. Las verdades oficiales que nos imponen sin debate están determinadas por influencias externas a la búsqueda de la verdad, hasta el punto de poner en duda la propia validez y capacidad explicativa de la ciencia. ¿Cómo y bajo qué condiciones volver a la razón?

Junto a resistencias sociales que perduran, se esboza una nueva exigencia, la de nuevos combates populares, propiamente políticos. Un verdadero salto sería posible. Pero ¿no sería necesario, para ello, salir del miedo?

I. Alteraciones climáticas y pandemia: ¿nuevos miedos del siglo?

Desde hace tres décadas las campañas que alertan contra el calentamiento climático multiplican los mensajes inquietantes: temperaturas en continuo ascenso, catástrofes naturales cada vez más frecuentes y graves, subida del nivel marino, derretimiento acelerado de bancos de hielo y glaciares: todos estos fenómenos se apoyan en observaciones reales. Sus causas y su alcance no suscitan unanimidad. Pero nuevos estudios reafirman cada año «la emergencia climática» y reavivan las inquietudes que provoca. Otras inquietudes, relacionadas con el abastecimiento mundial de agua, son aireadas por las multinacionales reunidas en el Consejo Mundial del Agua que, desde 1997, organiza cada tres años un Foro Mundial del Agua. Los Objetivos del Milenio para el Desarrollo, adoptados en 2000, en Nueva York, por 193 Estados miembros de la ONU, alertan sobre el enrarecimiento de los recursos naturales, entre ellos el agua y la biodiversidad. Tomando el relevo, en 2015, los Acuerdos de París vuelven a situar al clima en el primer plano de las amenazas que pesan sobre el planeta. Están en causa el Hombre y cada uno de nosotros a través de nuestros gestos cotidianos. Lo que permite obviar otras amenazas e injusticias y, sobre todo, ocultar a los verdaderos responsables de los dramas que nos acucian.

Este alarmismo culpabilizador no hace sino exacerbar un contexto ideológico sembrador de inquietudes que viene de hace más de medio siglo. En los años 60 del siglo pasado, el teólogo protestante libertario Jacques Ellul y el sacerdote católico Iván Illich denunciaban la «sociedad industrial» como lo contrario del progreso y, desde una visión anti-cartesiana del mundo, señalaban a las instituciones y cuestionaban la idea  misma de crecimiento. El informe del Club de Roma, Los límites del crecimiento, se publicó en 1972, no mucho antes del golpe de estado de Pinochet que, en 1973, inauguró en Chile la nueva fase neoliberal del capitalismo. Las catástrofes de Seveso (1976) y Bhopal (1984), el programa de televisión «Viva la crisis» (1984) y el accidente nuclear de Chernóbil (1986) propiciaron una atmósfera duradera de pesimismo y de renuncia a conquistas sociales, reforzada por la disolución de la Unión Soviética en 1991. El Informe Brundtland, Nuestro futuro común (1987), y la Conferencia de Río (1992), que dejaban vislumbrar un mañana menos inquietante con un «desarrollo sostenible», marcaron una atenuación provisional de la tendencia. De hecho, todo esto se asemeja a una especie de neomalthisianismo inconfesado y que se evita recordarnos, pues sabemos que la humanidad ha sabido superar a lo largo de los siglos XIX y XX la desesperanza malthusiana.

Nuevos mercaderes de miedos

Las amenazas aumentan con el nuevo milenio: crecimiento del terrorismo, inclusive en los países occidentales, con la destrucción de las Torres Gemelas (2001); tercer informe del GIEC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) prediciendo un calentamiento dramático para el planeta. Fue también en 2001 cuando se publicó la traducción (francesa) de La sociedad del riesgo, del sociólogo alemán Ulrich Beck, inmediatamente saludada por François Ewald, un ex maoísta, profesor en el Conservatoire des Arts et Métiers de París, y por Denis Kessler, economista, universitario y número dos de la patronal francesa MEDEF; ambos, dicho sea de paso, a la cabeza de sendas compañías de seguros y reaseguros. Efectivamente, en la sociedad capitalista el riesgo es fuente de ganancia. El libro vino a aportar una legitimidad científica y patronal a un concepto que se habría erigido en característica de nuestra sociedad contemporánea. Asimismo a comienzos de los años 2000 y siguiendo los pasos de Illich y de Ellul, elevados a la categoría de inspiradores permanentes de las fracciones radicales de la ecología política, se publicaron los principales textos que desarrollaban en Francia los temas regresivos del «post-desarrollo» y el «decrecimiento», con las dos obras fundadoras de esta corriente: Decrecimiento o barbarie de Paul Ariès (2005) y La apuesta por el decrecimiento de Serge Latouche (2006).

Se acompañaban de una actualización acorde con los gustos del momento de las viejas angustias milenaristas, a través de una nueva corriente de pensamiento nacida con el libro del estadounidense Jared Diamond Colapso (2008). Era el año de una crisis financiera mundial vinculada a la especulación inmobiliaria. Tsunami y catástrofe nuclear de Fukushima (2011) atizan las inquietudes. Los atentados yihadistas de 2015 en París exasperan las obsesiones securitarias. Los que ven un horizonte de hundimiento teorizan el próximo fin del mundo y a veces celebran las virtudes de la catástrofe[1]Catástrofe, bifurcación y caos son nociones utilizadas en física en el estudio de la dinámica de los sistemas y que podían proporcionar una suerte de aureola científica a estas publicaciones. … Seguir leyendo. Estos colapsólogos no escasean en Francia: entre ellos, el biólogo Pablo Servigne y el socio-ecologista Raphael Stevens (Cómo puede hundirse todo. Pequeño manual de colapsología para las generaciones presentes, 2015). El matemático Yves Cochet[2]Yves Cochet presidió el Instituto Momentum, preocupado por las salidas del «antropoceno». Esta nueva era designaría el periodo a partir del cual la influencia (nefasta) del ser humano sobre los … Seguir leyendo, antiguo ministro de medio ambiente y ex diputado europeo (Ante el hundimiento, ensayo de colapsología, 2019) predice la caída de la civilización industrial de aquí a 2030.    

La crisis de los chalecos amarillos ha aportado a ciertos componentes de esta corriente nuevos argumentos y un nuevo impulso a las luchas por el clima que, bajo el eslogan «fin de mes, fin del mundo», se esfuerzan por asociar la causa social y la ecológica. Con el apoyo de multinacionales conservacionistas, nuevas asociaciones como Youth for Climate, movimiento «ciudadano» iniciado por la joven sueca Greta Thunberg, relanzan en Bélgica y Francia la lucha contra las emisiones de gases de efecto invernadero con los «Viernes por el clima».

Covid-19, peligro inmediato

En febrero de 2020 llega a Europa la epidemia de SARS-CoV-2, surgida en China. Las cifras cada vez más altas de contagiados, fallecidos y pacientes en reanimación son objeto de un bombardeo cotidiano que exacerba el clima de angustia latente en la población. Y, sin perjuicio de que las cifras merecerían un análisis atento, las 90.000 muertes acumuladas que se imputaban al covid-19 en Francia hasta febrero de 2021 son un poderoso argumento para convencernos a todos de la extrema gravedad de la pandemia. De este modo, pasamos de las sordas inquietudes climáticas o relativas a la seguridad a las amenazas inmediatas del coronavirus, que puede afectar a nuestros próximos y a cada uno de nosotros. Y la epidemia, en lugar de extinguirse, se extiende e incluso se agrava. En las familias, en las conversaciones  ̶  virtuales o no  ̶  entre vecinos, la pandemia domina el orden del día e invade lo que nos queda de espacio de relación.

Para completar el panorama, los daños (muy reales) a la biodiversidad alimentan, además de los delirios supervivencialistas y del transhumanismo, nuevos temas regresivos en torno a la sexta extinción, promovidos por los nuevos activistas de Extinction Rebellion y proyectados por los grandes medios al primer plano de la actualidad. Forzando el trazo, el astrofísico Aurelien Barreau nos anuncia en 2021 que «el mundo está muerto, y es una buena noticia». Desde la atalaya que le proporciona su prestigio científico y el aura que le rodea, desarrolla su diagnóstico en una tribuna donde la grandilocuencia compite con el hermetismo: «… La hipótesis aquí considerada, esto es la muerte del mundo, es cualquier cosa menos nihilista. Si se confirmara certera, autorizaría, por el contrario, un reajuste sin precedentes de la realidad. Y ello sin necesidad de un vuelco político o económico organizado que con toda seguridad no se producirán (sic)». Viva el fin del mundo.

En plena crisis, los negocios no se paran (business as usual) ni se alejan de las tendencias dominantes del capitalismo envejecido: violencias de la desindustrialización, del paro masivo, de la competencia entre trabajadores y entre territorios, explosión de la deuda pública. El propio ministro de Asuntos Exteriores francés, J. Y. Le Drian, teme que «el mundo de después se parezca al mundo de antes, pero en peor…». La pandemia y sus consecuencias económicas sirven como motivo suplementario para los cierres de empresas y para nuevas deslocalizaciones.

La actualidad sigue dejándonos cotidianamente nuevos mensajes generadores de ansiedad: a finales de febrero los medios nos anuncian que con las nuevas variantes del virus «los recuentos enloquecen», «la epidemia se dispara». A mediados de marzo se deciden reconfinamientos «territorializados», entre otras, en la región de Ile de France, ante la realidad de unos hospitales sobrecargados y en los que vuelven las desprogramaciones y los traslados de pacientes covid. Y se prepara a la opinión pública para medidas aún más severas.

Desde hace muchos años, diagnósticos pesimistas y previsiones alarmantes, amplificados y dramáticamente escenificados por los medios de comunicación y los poderes públicos, han alimentado un miedo masivo del que es presa una gran parte de nuestros conciudadanos. El efecto de estupefacción dificulta el distanciamiento y la reflexión racional que se necesitan para intentar tomar el control de nuestro presente y nuestro futuro. Quienes, pese a todo, se aventuran a ello se enfrentan a múltiples formas de represión, que se dirige particularmente contra la movilización social.

28 de marzo de 2021

(Próxima entrega: Angustias y represiones, las políticas del miedo)

Pierre Lenormand

Traducción: Hojas de Debate. Versiones expresa y amablemente adaptadas por el autor a partir de las iniciales que se publicaron en el sitio web de la Association Nationale des Communistes (Francia), los pasados 11, 12 y 13 de abril.

Notas

Notas
1 Catástrofe, bifurcación y caos son nociones utilizadas en física en el estudio de la dinámica de los sistemas y que podían proporcionar una suerte de aureola científica a estas publicaciones. Retengamos igualmente la procedencia universitaria y científica de la mayor parte de estos mercaderes del miedo, promovidos a estrellas mediáticas. Ello rodea sus profecías de una legitimidad, muy inmerecida pero muy poco combatida.
2 Yves Cochet presidió el Instituto Momentum, preocupado por las salidas del «antropoceno». Esta nueva era designaría el periodo a partir del cual la influencia (nefasta) del ser humano sobre los ecosistemas se habría hecho dominante. Para unos, empezaría con la revolución industrial; para otros con la primera explosión atómica. Algunos se remontan hasta la revolución agrícola del Neolítico, lo que implicaría 10.000 años de historia de la humanidad y me parece mucho más inquietante. Por ello prefiero emplear la denominación «capitaloceno», más pertinente a mi modo de ver.
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