Hemos ganado … la eurocopa

No nos ha salido ningún Mbappé esgrimiendo su lúcida carta de ciudadanía para manifestarse contra el posicionamiento político de la extrema Le Pen, pero hemos encontrado un joven futbolista que nos ha regalado una gran jugada. Porque no hemos marcado solamente unos goles decisivos para ganar una Eurocopa.

La prensa sentenció la jugada como “una auténtica obra de arte para igualar la contienda. Desde fuera del área disparó con su pierna izquierda y el balón entró por la misma escuadra”.

Durante el trayecto del balón los forofos habían hinchado sus pulmones preparando el unísono alarido tribal que anuncia el triunfo.

Y el joven jugador español pudo sentir, entre gestos de complicidad y victoria, que su mente se abría a los recuerdos de otros momentos y circunstancias en las que jugadores seleccionados para representar futbolísticamente a España, se habían dejado la piel, en ocasiones negra, en la noble tarea de marcar un gol, de ofrecer una victoria al país que les había dado la oportunidad de defender los colores más allá del griterío o de la emoción de tararear un himno sin letra.

Jugadores acogidos como migrantes por necesidad o por ansia de mejora (una de las formas elegantes de asumir la necesidad). Seleccionados después por méritos propios para formar parte de una escogida lista de extranjeros que terminaron siendo referentes identitarios de la familia futbolera.

Nos acordamos de jugadores con diversas nacionalidades de origen. Argentinos, como Di Stefano, que era blanco y rubio o con pieles y etnias matizadas como Ben Barek (marroquí con nacionalidad francesa, jugador en el Atlético de Madrid), Kopa, con un largo apellido polaco resumido, o Miguel Jones que sufrió la malintencionada gracieta (“Pa cojones Franco”) sobre su no conveniente posibilidad de matrimonio con la hija de Su Excelencia para que los herederos, bautizados según las costumbres de la época,  no padecieran la imposición de un conjunto poco elegante de nombre propio y apellido. 

304 es un número con el que Lamine reivindica a su barrio, una zona obrera, humilde y muy relacionada con la migración.

Muchos años más tarde tuvimos el caso Vinicius, al que los primates vociferantes de la grada le adjudicaban una naturaleza simiesca. Fue un caso espectacular de racismo xenófobo que dio mucho juego, no siempre limpio, a los canales mediáticos que se encargan de dirigir y alimentar nuestras emociones.

Y luego nos hemos encontrado con la Eurocopa y una selección española (las otras tampoco van mal de colores) que puede asumirse como un magnífico conglomerado sociocultural que ha dado mucho juego en los estadios y en los tabloides. No nos ha salido ningún Mbappé esgrimiendo su lúcida carta de ciudadanía para manifestarse contra el posicionamiento político de la extrema Le Pen, pero hemos encontrado un joven futbolista que nos ha regalado una gran jugada. Porque no hemos marcado solamente unos goles decisivos para ganar una Eurocopa.

Desde el fútbol colonial de los tiempos del Mogreb Atlético de Tetuán, que no era el de las Victorias sino el del Protectorado de Marruecos, pasando por un Jones que no pudo insertarse en el Atlético de Bilbao porque no era vizcaíno (aunque ya se sabe que los vascos nacen donde les da la gana), hemos venido a encontrarnos con un joven sencillo proclamado como el héroe que marcó el gol que nos salvó el pase a finales y del que la prensa ha podido señalar que no sólo es una mezcla de identidades con la conciencia de su origen publicitada con gestos llamativos y juguetones, como es proclamar ese número 304 que exhibe cuando le apetece celebrar una jugada, y que lo vincula a Esplugas de Llobregat, Mataró y Rocafonda. Una forma de conservar el aprecio por el origen social y reivindicar un barrio que es una zona obrera, humilde y muy relacionada con la emigración. Que no nos digan que nuestros emigrantes asentados no nos rinden beneficios materiales y emocionales.


Nico Williams. Su madre María, embarazada de su hermano Iñaki, también jugador del Athletic Club de Bilbao y Félix, su padre, llegaron a Melilla desde Ghana cruzando el desierto del Sáhara en donde pudieron saltar la valla con concertinas en Melilla. Nico nació más tarde en Pamplona. Nico y Lamine han sido decisivos para que España ganara el campeonato de fútbol.

Lo que resulta apasionante, al margen del resultado competitivo, es la articulación mediática y política de esas emociones. Hemos podido comprobar cómo se organiza una retransmisión deportiva que no solamente narra la competición, sino que la adorna con valores. Y para ello, el papel de la televisión es decisivo. No resulta fácil calcular cuánto neuromarketing se ha aplicado para difundir y asentar los valores que se deducen del empleo de mujeres periodistas para labores de comentaristas futboleras o el desfile de personalidades sociopolíticas, incluyendo Casa Real, Presidencia del Gobierno y viejas glorias deportivas y/o mediáticas que insisten en la idea de que formamos no sólo la Selección de Fútbol ganadora sino una realidad de equipo triunfador en la que se juntan y apoyan la juventud, el buen juego, la personalidad, la experiencia bien digerida, la naturalidad de los que parecen estar jugando al fútbol en el patio del colegio, juntando diversidad de origen con el reforzamiento de la Marca España. 

Ahora sería la ocasión de aplicar tanto juego que enamora al quehacer sociopolítico de cada día, que además de ganar la Eurocopa tenemos otros y no pocos partidos pendientes.

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