Hogar, triste hogar, (esclavas del siglo XXI)

« (…)Ahora hay una nueva clase obrera porque, donde hay menos obreros con mono azul y las  manos sucias de grasa, hay mujeres y emigrantes que limpian, que trabajan en hospitales y  en residencias». Alberto Prunetti. 

Es sabido que este sistema económico se sustenta en la apropiación por parte de los patronos de la plusvalía que genera con su trabajo la clase obrera. Lo que no tenemos tan presente es que, por debajo, subyace una infraestructura, que incrementa la masa total de plusvalía y sin la  cual es imposible que el edificio se sostenga.

El trabajo reproductivo que realizan la mujeres en todo el mundo de manera aplastante, pareciera que  por castigo divino, se cuantifica, en cálculos conservadores, en 10,8 billones de  dólares en todo el mundo. Esta cantidad triplica el valor de toda la industria tecnológica  mundial. En España cada año se hacen 130 millones de horas de cuidados sin remunerar. Calculando el precio de la hora de trabajo a valor de mercado de 2019, suponen 426.000  millones, más de un 40% del PIB. Basta profundizar un poco en cómo se  sustancia la parte que se externaliza de ese trabajo, para darnos cuenta de la profunda  fragilidad del llamado Estado de Bienestar en nuestro país. Hemos externalizado a bajo coste  los trabajos más esenciales, los que hacen que la vida continúe. 

Si en el conjunto de la UE el Empleo del Hogar supone el 0,9% de la población activa, en  España esta cifra se quintuplica hasta el 5%. El 28% de todas las trabajadoras del hogar de la  UE, 550.000, están en España. Equivale a toda la población de Cantabria, por ejemplo. Una de  cada tres viven en la pobreza. 85.000 de esas trabajadoras tienen a su cuidado a mayores  dependientes.

En España se invierte poco en cuidados y dependencia. Y claro, a menos  cuidados profesionales, más trabajadoras del hogar. En Finlandia hay un 9% de trabajadoras  de SS.SS., Ayuda a Domicilio y Dependencia frente a un 0,32 de empleadas de hogar. En  Holanda un 8% de las primeras frente a un 0,13% de las segundas. En Bélgica, un 7,8% contra  solo un 0,08%. Aquí, una vez más, damos la nota con un 5% de Empleadas de Hogar. Por  supuesto, más de la mitad son inmigrantes (en el caso concreto que después veremos de las  internas, nos vamos a 9 de cada 10) y 70.000 de ellas en situación irregular. Muchas de ellas con formación.

Conozco el caso de una Trabajadora Social colombiana que  trabaja de interna de lunes a domingo, sin descanso. El salario de estas trabajadoras no llega al  40% del salario medio. Conocí a otra trabajadora que, con ese salario, tenía que pagar 450€  más otros 150€ de luz por vivir en Madrid, en una habitación, con sus dos hijos y dos nietos.  Excluidas de la LPRL, sin convenio colectivo, sin afiliación sindical. Al menos, cierto es, desde enero de  este año, con derecho a desempleo. Aunque ojito, todo esto solamente es lo que se ve y se le  puede poner datos. Pero se calcula que cerca del 40% del trabajo del hogar es en negro. 

El SAAD (Servicio para la Autonomía y Atención a la Dependencia) en nuestro país es un sistema  low cost que se apoya por una parte en el sacrificio de muchas familias (pongamos el caso de  las personas con problemas graves de salud mental, que en la práctica, se ven fuera de esta  ley; las enfermedades raras, etc.) y por otra, en un ejército de mujeres mal pagadas,  autopolimedicadas (recuerdo, entre el olor a réflex, flogoprofén y voltadol forte, a mi  compañera Sandra que desayunaba invariablemente todos los días una bebida energética del  Mercadona junto con un Espidifén a las 6.30 AM, justo antes de empezar a duchar a los residentes) y quemadas física y mentalmente.

Este ejército se subdivide en  varios rangos de precariedad -los auxiliares de residencia que cobramos el salario mínimo; las  auxiliares de Ayuda a Domicilio, 120.000 en toda España, que no llegan a cobrarlo porque 8 de  cada 10 no están contratadas a jornada completa y porque las empresas adjudicatarias chupan  más de la mitad del coste de la hora que pagan los Ayuntamientos. Por último las Trabajadoras  del Hogar, el peldaño más pisoteado de la escalera-. Si estas trabajadoras domésticas pasasen al Servicio de Ayuda a Domicilio, las plantillas aumentarían en un 50%. De momento, 650  millones de euros de prestaciones de la dependencia que van a las familias, se usan en contratar a  personas vulnerables (en muchos casos sin la cualificación oportuna, sin derechos y muchas  veces en la economía sumergida) para atender a otras personas vulnerables, sus seres más  queridos. 

Y bajando círculos del infierno llegamos al último, al de las invisibles, al de las nadie, las  esclavas del siglo XXI que el viento se dejó. Al círculo de las Internas. Aquí ya vale todo. Jornadas de 24/7, abusos y humillaciones, invisibilidad. Como señala la magistrada Gloria  Poyatos, “es caldo de cultivo para el acoso y las agresiones sexuales. No son hogares, son  microcentros de trabajo.” CCOO acaba de denunciar hace unos días a la Inspección de Trabajo  a varias agencias y portales de internet que ofrecen “internas filipinas” como si de ganado se  tratase. Son fieles, leales, argumentan, las preferidas por la gente con clase.  Sin absentismo laboral y ausencia total de conflictividad. Tal cual, textual. Solo les falta poner: buena dentadura. Pero esto es solo la punta del iceberg. Es difícil calcular su número exacto,  porque aquí la economía sumergida campa a sus anchas. Los datos más fiables hablan de  40.000. Algunas asociaciones lo elevan a casi el doble. Sucede igual que con las Personas sin  Hogar, es difícil contar a los invisibles. Se sabe que nueve de cada diez son inmigrantes y que,  al menos, el 25% cuida a personas dependientes.  

Veinte Asociaciones de Trabajadoras del Hogar se han unido para exigir al Gobierno español  erradicar el trabajo interno. Desde el Ministerio de Trabajo lo ven complejo  y difícil, abogan por la regulación. Eso de regular la esclavitud y la violencia que se da entre las cuatro paredes de una casa sí que suena difícil, por no decir cínico. Las víctimas, en cambio, lo  tienen claro. En palabras de Karla Chavarría, que huyó de la violencia y la pobreza en Honduras  y preside la Asociación de Empleadas del Hogar, la Limpieza y los Cuidados de Cáceres, es «un  trabajo que nos condena a la ignominia, a no tener privacidad, a sufrir todo tipo de trastornos.  Por eso nosotras exigimos su erradicación, que podamos tener una jornada de 8 horas. Que se  regule la Ley de Dependencia». Continúa Merliza, trabajadora nicaragüense: «Tienes que  ponerte este uniforme horrible, no te sientes en la mesa, tienes que comer de pie en la cocina»,  recuerda que le decían sus “señores”. «Yo comía cuando ellos terminaban, y eso si sobraba. Una  vez hice un pollo asado y tenía hambre. Me serví primero mi ración, y no veas cómo se puso la  mujer: tiró la comida, me dijo que era una muerta de hambre, que era una inmigrante de  mierda, una aprovechada». Porque aparte del cuidado a dependientes sigue existiendo la  figura de “los señores” que simplemente buscan una chacha, una criada para hacer las tareas  “penosas”. Recuerdo los impresionantes callos en las rodillas de la hermana de mi abuela, que  “servía” en las casas de la burguesía ovetense, rodilleras formadas a base de décadas de fregar  de rodillas y limpiar con gasolina las alfombras de las casas. Pues eso sigue existiendo en la  España de 2023, con la salvedad de que ahora son mujeres que abandonan su país y arriesgan  todo para venir a limpiar la mierda de los ricos.

Desde otra plataforma, SEDOAC, Servicio Doméstico Activo, que preside la abogada  salvadoreña y extrabajadora interna, Carolina Elías, señalan: «Entregamos nuestra libertad por  un techo y comida. Pasamos a ser una propiedad. Pedimos la abolición del Régimen de Interna  porque no es posible garantizar unos cuidados dignos tanto para las personas dependientes  como para nosotras, las trabajadoras. Trabajar y vivir en casa de un empleador es una  jerarquía tan grande que es imposible articular una forma de garantizar nuestros derechos  laborales. Hay que crear un Sistema Estatal de Cuidados que nos ponga en el centro».  

Nos bombardean, y no por casualidad, con que la economía de los cuidados es el negocio del  futuro. Patronales y Cámaras de Comercio se frotan las manos. Nosotros sabemos que hay  algo cierto: este sector, inevitablemente, va a ser escenario de grandes batallas en la lucha de  clases. Y tenemos que estar todos unidos, trabajadoras, familias y usuarios. Porque nos va la  vida en cómo se sustancien esos cuidados. Y tenemos que estar codo con codo junto a la parte  más vulnerable de nuestro colectivo. Grabémonos a fuego que nuestra dignidad y libertad empieza donde empieza la de todas. Como trabajador@s de los cuidados no seremos libres  mientras haya esclavas en nuestro sector. 

Comparte este artículo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *