El 1º de Mayo y el sindicalismo de clase

La apuesta de las y los comunistas no debe ser por un referente sindical orgánico sino por cuál es el sindicalismo de referencia, es decir, el de clase, unitario, democrático, asambleario, sociopolítico, de masas e independiente de la burguesía. Un sindicalismo que rechaza con todas sus consecuencias el pacto social, el sometimiento de la clase obrera a los intereses del capital.

Llama la atención que en los Estatutos del Partido Comunista de España aprobados en el XX Congreso, no aparezca en ninguno de sus preceptos el término sindicalismo de clase. Es cierto que el artículo 1.2 define al PCE como un partido de clase, que es un partido revolucionario —artículo 1.4— y consta asimismo en las normas estatutarias un compromiso de educar a la militancia en el espíritu de fidelidad insobornable a la causa de la clase obrera y del pueblo trabajador — artículo 1.7—. Siendo ahora el PCE una organización que se define como marxista-leninista —artículo 1.3—, parece razonable que se hubiese incluido en el listado de los deberes de la militancia, la defensa del sindicalismo de clase frente al de pacto social o colaboración de clases. No es suficiente suponerlo. Hubiera sido conveniente explicitarlo en los Estatutos, máxime en este periodo de transición hacia el marxismo-leninismo.

No obstante, esta carencia puede salvarse acudiendo al Documento Político del XX Congreso, ya que éste, junto con los Estatutos del Partido y el Documento Organizativo, constituyen la legalidad partidaria o congresual de la organización comunista. Así, en la página 25 del Documento Político podemos leer: «Desde el PCE nos reafirmamos en que la clase obrera, con los matices y retos señalados, debe ser la principal protagonista del proceso de lucha por una salida social a la crisis, lo que confiere al sindicalismo de clase un papel fundamental en la conformación del bloque social y político».

Con mayor claridad y precisión en la página 32 de este texto se indica: «Desde esta óptica, es desde la que cobra importancia plantear, que la implicación de la militancia comunista en la lucha de clases tiene un instrumento fundamental en el sindicalismo de clase, y que por lo tanto nuestra apuesta por un sindicalismo socio político tiene la referencia de nuestra lucha por el socialismo […] En este sentido tenemos que participar en debates sobre el futuro del sindicalismo que están abiertos dentro y fuera de las Centrales Sindicales, y hacerlo en la defensa de la necesidad de un sindicalismo de clase, reivindicativo, socio político, representativo de la pluralidad de clase obrera y capas populares de este momento histórico […]».

Bien es verdad que estas rotundas afirmaciones se debilitan con otras que contemporizan o muestran simpatías con la concertación social o el diálogo social, expresiones inequívocamente reformistas. O cuando hacen referencia a los «agentes económicos y políticos» en la página 26 del Documento Político, en lugar de clases sociales, asumiendo categorías propias de los intereses del capital. Así, en la página 30 del Documento Político leemos: «Nos encontramos que en ciertos entornos sindicales basan su actuación exclusivamente en una pretendida vuelta al modelo anterior al 2007, que estaba basado en la concertación social. Este modelo por ciclo histórico, por condiciones políticas, sociales y por la propia inercia de la lucha de clases, se encuentra hoy en día desgastado y todo indica que las políticas neoliberales aplicadas contras los/as trabajadores/as impedirán su vuelta». Más adelante, en la página 34 leemos: «es un error basar toda la estrategia sociopolítica en la concertación social». La concertación social queda registrada de este modo como algo positivo y deseable, lo que coincide de manera plena con los postulados eurocomunistas cuya influencia resultó decisiva en la desviación de Comisiones Obreras, a partir de 1976, hacia una línea sindical reformista.

El sindicalismo de clase se sitúa en una perspectiva de transformación revolucionaria y no puede descuidar los cambios que el desarrollo del capitalismo ha venido produciendo, a lo largo de muchas décadas, en la organización de la producción, la composición de la fuerza de trabajo y la estructura social. Tampoco puede dejar de lado ninguna de las variadas contradicciones de la organización social, entre ellas, muy significativamente, las de género. Una cosa, sin embargo, es incorporar plenamente a nuestros análisis y objetivos esta y otras importantes dimensiones de la realidad que queremos transformar y otra muy distinta es relegar a un segundo plano o a una consideración indiferenciada y confusa el carácter crucial de la contradicción capital-trabajo. Ningún marxista puede perder de vista el papel central de la clase obrera en un proyecto consecuentemente anticapitalista y hacia la construcción del socialismo.

La atención prioritaria al movimiento obrero y sindical es consustancial a los objetivos de los y las comunistas. En este sentido, en la página 26 del Documento Político del PCE encontramos esta afirmación: «La contradicción capital-trabajo sigue siendo la expresión máxima de las limitaciones y la barbarie del sistema capitalista. Afrontar dicha contradicción de manera cohesionada, con política y perfil propios y con voluntad de superar el sistema actual y alcanzar el socialismo, es una de las tareas pendientes que tiene la militancia comunista[…] El papel de los y las comunistas en el movimiento obrero debe atender por un lado a la centralidad de la contradicción capital trabajo de nuestro proyecto y la convicción de que la clase trabajadora es el sujeto histórico de transformación».

En la actualidad, con el Gobierno PSOE-UP, no hay excusa para que una fuerte movilización popular y obrera, promovida por los y las dirigentes de las organizaciones sindicales, sociales y políticas, de manera especial, las entidades sindicales denominadas “mayoritarias”, pueda desde la más amplia presión social, a través del sindicalismo de clase, lograr que el Gobierno y el Parlamento deroguen con todas sus consecuencias las reformas laborales y la ley mordaza que impuso el Gobierno del PP. Ganar para esa lucha a las masas trabajadoras (o “empoderarlas”, según el vocabulario al uso), conquistar la hegemonía entre ellas, como suele repetirse citando a Gramsci, exige tener muy presente que el camino más seguro para no sumar conciencias y no cambiar correlaciones de fuerzas a favor de la clase trabajadora es el de renunciar a los objetivos y los combates necesarios.

La lucha de clases tiene su lugar central en el espacio de la producción, pero no se reduce a él. En su proyección exterior hay terreno para una amplia unidad popular contra el poder del capital. Con fuerte protagonismo de la clase obrera y desde la defensa intransigente de sus intereses. La que trabaja y la que quiere y no puede trabajar o lo hace a tiempo muy reducido, más quienes han dejado el mercado de trabajo por jubilación o invalidez. Pero también con extensos sectores de las capas medias, autónomos, falsos autónomos, profesionales, el mundo de la cultura, etc. Los principios y directrices que informaron la lucha del proletariado por sus intereses de clase en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado, bajo la dictadura franquista, hicieron posible lo que se denominó entonces con razón el resurgir del movimiento obrero.

Hoy es preciso un nuevo resurgir en el movimiento obrero recuperando aquellos principios y adecuándolos a la realidad de hoy en día caracterizada por la incorporación de nuevos instrumentos de trabajo, menor concentración de trabajadores y trabajadoras en los centros de producción, retroceso significativo en los derechos laborales, desregulación, deslocalización, etc. Se precisa un gran esfuerzo para elevar la conciencia y determinación de las nuevas capas de asalariados surgidas de los cambios de la propia producción.

Estas capas sociales no escapan a la explotación del capital y sufren los embates de las políticas dictadas por los intereses dominantes. El Documento Político del XX Congreso, en su página 25, hace referencia a esta cuestión: «Al crecer cuantitativa y cualitativamente como consecuencia del desarrollo de las relaciones de producción capitalistas, la clase trabajadora se ha convertido en las más numerosa y decisiva de la sociedad». De lo que se trata es de construir un nuevo movimiento obrero capaz de convertirse, una vez más, en fuerza decisiva para los cambios políticos, sociales y económicos que anhela no solo la clase asalariada, sino también amplias capas de la sociedad, víctimas de la crisis capitalista, asegurando de este modo la autenticidad de esas transformaciones.

¿Referente sindical o sindicalismo de referencia? Esta cuestión la resuelve el Documento Político del Partido en favor del referente sindical, y no del sindicalismo de referencia, cuando señala: «Desde la soberanía de cada organización y el reconocimiento mutuo, el PCE debe estrechar sus relaciones fraternas con nuestro referente sindical de clase, CC.OO. que, con cerca de un millón de afiliados cotizantes, es hoy la mayor organización democrática de los trabajadores y las trabajadoras». Tal posicionamiento oculta un problema de fondo. La alternativa no es la de concretar cuál sea la organización sindical por la que sintamos mayor simpatía, ya sea por un pasado compartido, por una mayor afiliación o por cualquiera otra circunstancia ajena a lo que significa el sindicalismo de clase. La apuesta de las y los comunistas no es el referente sindical orgánico sino cuál deber ser el sindicalismo de referencia. Y en este sentido, por lo que antes hemos expuesto y por el propio Documento Político del PCE, el sindicalismo de referencia es el de clase, unitario, democrático, asambleario, sociopolítico, de masas e independiente de la burguesía. Es decir, un sindicalismo que rechaza con todas sus consecuencias el pacto social, el sometimiento de la clase obrera a los intereses del capital.

Nuestro lugar de trabajo, en atención a lo que establece el Documento Político, no puede ser otro, en primer lugar, que aquél donde encontremos una organización obrera que apuesta por el sindicalismo ofensivo y de clase para apoyarlo y desarrollarlo siempre en el marco estratégico de la lucha consecuente por el socialismo. Lo que en modo alguno excluye que las y los comunistas deban trabajar también, con paciencia y constancia, en todas aquellas organizaciones sindicales con dirigentes reformistas que orientan la actividad sindical hacia la concertación y el pacto social y que la militancia marxista debe combatir con el máximo empeño.

Allí dónde se encuentren el proletariado, las y los comunistas deben estar para trabajar en favor de una mayor conciencia de clase. Esta concepción del frente sindical de clase no tiene absolutamente nada que ver con la línea de actuación que han impuesto las direcciones sindicales mayoritarias desde los años de la “transición”. Hoy podemos medir los estragos producidos por la orientación que ha dominado, de gestión y colaboración con el capital, de renuncia a toda contestación profunda de la hegemonía patronal.

Constatar este hecho demuestra, al mismo tiempo, la extrema debilidad del trabajo comunista en los sindicatos, empezando por la falta o profunda insuficiencia de orientación clara, cohesionada y coherente de los y las comunistas en un frente de lucha tan decisivo como éste. En la página 28 del Documento Político del XX Congreso, el Partido entiende que «los y las comunistas necesariamente deben estar en organizaciones obreras, debiendo estructurar a la militancia comunista en los centros de trabajo y desempeñando la lucha ideológica y política que ha ido cediendo terreno frente a la lucha económica que de por sí sola es incapaz de generar una conciencia de clase propicia a la agitación, movilización y el conflicto social».

En la página 26 del Documento Político congresual se dice que «Es cierto que la clase obrera en el siglo XXI no tiene mucho que ver con la de hace un siglo, pero eso no quiere decir que la clase obrera ya no exista, sino que se ha transformado. Por ejemplo, ese antagonismo en el que unos eran los dueños de los medios de producción y otros son los que trabajaban y generan las plusvalías, y donde el conflicto se producía entre ambos, ha derivado en una nueva realidad. En una realidad en la que por un lado están los propietarios de los medios de producción, y por otro lado una clase obrera dividida, por un lado, a causa del nuevo modelo productivo, y por otro lado por la división entre los empleados con un contrato más estable y salarios más altos, y los trabajadores precarios con peores sueldos».

 Para abordar la puesta en marcha de un sindicalismo de clase, hay que partir de la base de que toda la clase trabajadora se encuentra vinculada por una condición común a las mujeres y hombres asalariados: son víctimas de un régimen social y económico que los oprime y explota. Todos tienen en el capital un enemigo común al que combatir, tanto en el terreno económico como en el político. Lo que resulta verdaderamente decisivo es el análisis del nivel de conciencia de clase entre sus miembros al objeto de que el Partido pueda elaborar una estrategia encaminada a elevarla junto a la imprescindible tarea de mejorar su organización. En el seno del movimiento obrero las diferencias básicas y transcendentes son las que afectan al nivel de conciencia de clase y que, junto a una minoría que sí disponen de ella, un sector importante se sitúa en el instinto de clase y otro no menos numeroso aqueja inconsciencia de clase.

Trabajadores y trabajadoras con mejores retribuciones y estabilidad en el empleo pueden mostrar una mayor conciencia de clase que otros en situación de precariedad extrema. Para el desarrollo del sindicalismo de clase, por tanto, el Partido debe tomar preferencia por todos aquellos efectivos obreros que dispongan de conciencia de clase, con total independencia de cuál sea su situación laboral concreta y de sus condiciones de trabajo.

Por el contrario, poner el acento en las diferencias coyunturales entre los componentes de la clase asalariada en base a su nivel retributivo, a su género, o a su mayor o menor estabilidad en el empleo, es introducir en el movimiento obrero “la trampa de la diversidad”. Sobre todo, porque esas diferencias son relativas dado que por regla general a toda la clase asalariada se le aplica las mismas normas laborales que en la actualidad facilitan los despidos individuales y colectivos, con indemnizaciones ridículas. Es decir, compartimentar a los trabajadores y las trabajadoras en diferentes grupos, dotándolos de identidad propia al margen de la clase a la que todos pertenecen: precarios y estables, mujeres con menos salario que los hombres, nacionales o extranjeros, activos o en paro, trabajadores a tiempo parcial, etc. Que esas diferencias son importantes nadie lo duda, y por eso deben de tenerse en cuenta para organizar la lucha de estos colectivos, pero siempre que la misma se lleve a cabo con perspectiva de clase.

Hay que señalar que la pérdida de conciencia de clase se ha debido a circunstancias diversas. Pero, sin duda, la que atañe al Partido ha sido y es la política eurocomunista y el sindicalismo de pacto social que arranca en nuestro entorno a mediados de la década de los 70 del pasado siglo. Uno y otro son expresiones políticas de la burguesía en el seno del movimiento obrero, cuya finalidad no puede ser otra, que la de aminorar la capacidad de combate de la clase trabajadora en la defensa de sus intereses inmediatos y su orientación en la lucha política por el socialismo.

La batalla ideológica se libra, en buena medida, en el interior de las organizaciones sindicales y de las de naturaleza política del movimiento obrero. Es allí donde la militancia comunista debe prestar máxima atención para recuperar el sindicalismo de clase y levantar al PCE sobre la base del marxismo-leninismo. La distinción entre Partido y Sindicato se aborda en la página 29 del Documento Político congresual en los siguientes términos: «Mientras que el papel de un sindicato obrero es el de llevar a cabo luchas en el terreno socioeconómico, la tarea central de un Partido Comunista es la de mostrar en cada una de las luchas sindicales aisladas la relación existente con el conjunto de combates que libra la clase obrera, esto es, centralizar todas las luchas y elevarlas desde luchas sindicales hacia luchas contra el conjunto del sistema capitalista con el propósito de tomar el poder político. Para lograrlo, el Partido debe de estar formado en el interior de la clase obrera, en contacto directo con ella, de ahí la importancia (nuevamente) de organizarse como comunistas en los centros de trabajo».

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