La guerra que «Occidente» no cuenta

Esta entrada es la parte 2 de 3 en la serie Guerra y batalla de la comunicación

Los medios occidentales ocultan que Ucrania es desde hace tiempo la principal baza de EEUU contra toda política de paz y seguridad en Europa basada en el acuerdo con Rusia. El extremismo nazi incrustado en las fuerzas militares de Ucrania sirve el propósito de Washington.

La guerra de Ucrania no empezó en febrero de este año sino 8 años antes, y no la inició Rusia. Remontémonos todavía algún tiempo atrás [1]Ver Michael Klare, «Le repli américain aura duré six mois…», Le Monde diplomatique, marzo 2022.. Hace 30 años, en 1992, en pleno fasto de las celebraciones atlánticas que proclamaban «el fin de la historia» (un triunfo universal del sistema capitalista y de las instituciones que exhibe como propias), el ministerio de Defensa de EEUU esbozaba el objetivo fundamental de su estrategia en la era post-soviética: «impedir que emerja cualquier potencial competidor en la escena mundial» [2]P. E. Tylor, «US strategy plan calls for insuring no rivals develop», The New York Times, 08/03/1992..

Las guerras del Golfo de 1990 y 2003 y después la «guerra global contra el terrorismo», de 2014 a 2018, dominaron la planificación estratégica de Washington.

Sin embargo, desde 2011, la administración Obama había decidido reforzar la atención a China, en plena modernización de sus fuerzas armadas. Por otra parte, en Siria y en Ucrania, se ponía de manifiesto el giro de la dirección rusa que ponía fin a los años de dimisión y abandono (político, industrial, tecnológico y militar) que, tras la disolución de la URSS, habían debilitado internamente a su país y lo habían reducido al papel de comparsa en la escena internacional.

Alejar a Ucrania de Rusia era y es parte de los objetivos estratégicos de EEUU: Victoria Nuland, responsable de Asuntos Europeos de la Administración Obama, conocía bien su misión. Y el encargado por Obama del expediente ucraniano no fue otro que el entonces vicepresidente Biden. Bajo la presidencia de Trump, la «Estrategia de Defensa Nacional» estadounidense de 2018 ratificó el carácter prioritario de la «competición de grandes potencias», con China y Rusia como mayores amenazas designadas.

Esta orientación fue reforzada hace un año, con la «Guía estratégica temporal de la seguridad nacional» [3] «Interim national security strategic guidance», marzo de 2022., apenas un mes después de la entrada en funciones de la administración Biden: máxima prioridad al fortalecimiento de las alianzas militares dirigidas por EEUU en Europa (OTAN) y Asia; presión intensificada sobre Rusia (sanciones unilaterales y refuerzo de presencia y dispositivos militares en el Este de Europa); China designada como «amenaza constante».

Ucrania es desde hace años la principal baza de Washington en su propósito indisimulado de impedir a toda costa el entendimiento entre la UE y la Federación Rusa sobre una arquitectura de paz, cooperación y seguridad para todos los Estados europeos. Esta es la amenaza para la supremacía estadounidense en el continente que más preocupa a los estrategas del Pentágono. La propuesta de acuerdo en esa dirección que, ante la manifiesta sumisión de la UE a Washington, Rusia remitió directamente a EEUU a mediados de diciembre de 2021, tuvo por respuesta el desprecio.

Desde comienzos del pasado mes de enero, mes y medio antes del inicio de la operación militar rusa, se tramitaba en el Senado estadounidense, a iniciativa del Partido Demócrata,  un proyecto de ley [4]«Defending Ukraine Sovereignty Act of 2022», 12 de enero de 2022. que contemplaba «sanciones preventivas» (un concepto totalmente inhabitual en las relaciones internacionales) contra Rusia y cualquier posible aliado suyo.

Suele decirse que no hay peor ceguera que la voluntaria. Hace falta cerrar los ojos para pasar por alto la relación existente entre el curso actual del conflicto y una estrategia fijada por Washington desde hace años. Ni las medidas contra Rusia  ̶ incluido el bloqueo, largamente perseguido por EEUU, de las perspectivas de utilización del nuevo gasoducto Nord Stream II para transportar el gas ruso hasta territorio de la UE ̶  ni su descomunal acompañamiento mediático se han improvisado. Más allá de los «valores» que esgrimen sus propagandistas, lo que guía esa estrategia de Washington es el propósito declarado de preservar una hegemonía que se ha erosionado a la vez que en el mundo ha ido ganando peso la tendencia hacia una multipolaridad.

Si algo queda claro después de los largos antecedentes que hemos resumido es que Rusia esperó 8 años antes de acceder al reconocimiento que le pedían los dirigentes de las Repúblicas autoproclamadas del Dombás y, desde luego, que  su decisión de intervenir militarmente en Ucrania no tuvo nada de una primera opción.

La guerra pudo ser evitada. Si Washington hubiera tenido alguna vez interés en atender las muy explicables inquietudes de Moscú y sus iniciativas para alcanzar un acuerdo de seguridad para todas las partes.  Si sus aliados europeos se hubieran atrevido a salir de su proverbial sumisión al patrón para implicarse de verdad en el cumplimiento de los acuerdos de Minsk por parte de Ucrania. Si el presidente Zelenski hubiera respetado las promesas con las que había llegado a la presidencia de su país, en lugar de arrastrarse a los deseos de los sectores más extremistas y guerreristas. La reacción airada de quien siente la presión de un cañón hundiéndose en su espalda puede tener consecuencias lamentables, pero no cabe decir que «no se entienda». Ni obviar el papel de «la mano que mece la cuna».  

Comprender no es justificar… pero es  el camino para prevenir y buscar remedio a los problemas humanos.

La proyección de las sanciones contra Rusia en los más diversos ámbitos de la vida social (incluidas instancias deportivas, culturales, académicas y ¡hasta alguna científica!) y el maniqueísmo anti-ruso unánimemente promovido por las corporaciones mediáticas occidentales no tienen precedentes, a la escala que estamos viendo, desde los tiempos del macartismo en EEUU, en los peores momentos de la «guerra fría». El enemigo jurado es una Rusia que hace más de tres décadas dejó de ser la pesadilla comunista que durante más de 70 años había turbado el sueño de las clases dominantes de «Occidente».

En nombre de la defensa de «la democracia» se censura a cadenas televisivas, publicaciones, artistas, intelectuales y deportistas (también paralímpicos) por ser rusos. La Filarmónica de Berlín y el Teatro de la Scala de Milán despiden a uno de los más prestigiosos directores de orquesta del momento. La Ópera de Londres retira de su programación al Bolshoi. Una universidad milanesa suspende un curso sobre Dostoievski. Se prohíbe competir a atletas y equipos deportivos… ¿Hasta dónde puede llegar esta locura?

¿Cuándo hemos visto algo parecido? ¡No será porque hayan faltado (hasta hoy mismo) terribles masacres a cargo de los más genuinos representantes del «mundo libre» y de unos cuantos de sus amigos…! ¿Alguien ha recordado que la selección de la URSS fue excluida del Mundial de fútbol de 1974 por negarse a jugar su eliminatoria contra Chile, apenas dos meses después del golpe de Estado contra el gobierno de Salvador Allende, en el estadio de Santiago donde unos días antes de la fecha del encuentro se agolpaban 7.000 demócratas chilenos torturados por los golpistas patrocinados por EEUU? Y donde tantos fueron asesinados, entre ellos el cantautor Víctor Jara.

El presidente Zelenski condecora a comandante fascista de «Sector Derecho» como «Héroe de Ucrania» en diciembre de 2021

Ahora, los gobiernos y poderes mediáticos occidentales silencian o despachan superficialmente el protagonismo de sectores violentamente xenófobos y racistas, a menudo declaradamente nazis: primero, en la mal llamada «revolución» de Maidán, y desde entonces en la actuación del gobierno y, sobre todo, de las fuerzas y bandas militares de Kiev.

Un observatorio estadounidense de las prácticas periodísticas (Fairness and Accuracy in Reporting, FAIR) contabilizó, a lo largo de un mes (6 de diciembre de 2021 a 6 de enero de 2022), en dos de los periódicos «de cabecera» del país y obligados referentes mediáticos occidentales, el New York Times y el Washington Post, un total de 429 artículos que contenían la mención «Ucrania» (entre ambos diarios); de ellos, 15 (3,5%) incluían de una u otra forma la palabra «nazi».

Ni uno solo contenía referencias al revisionismo oficial [5]P. Rimbert, «Ne pas voir, ne rien dire», Le Monde diplomatique, marzo 2022. que ha erigido monumentos y homenajea cada año como héroes nacionales a quienes, como Stepán Bandera, colaboraron durante la Segunda Guerra Mundial con la Alemania nazi en el exterminio de dos millones de personas (judíos, comunistas, rusófonos, polacos). Ninguno se hacía eco tampoco de la determinante influencia neonazi en las fuerzas y bandas armadas de Ucrania ni, por supuesto, de la participación de oficiales y asesores occidentales en su adiestramiento.

Sin embargo, esa influencia no es ningún secreto para los propios medios occidentales. Desde 2014, la recogieron órganos tan poco sospechosos de  ser propagandistas de Rusia como el diario francés Figaro y el británico Daily Telegraph, la revista neoyorquina Newsweek o la radiotelevisión británica BBC.

«Un antiguo neonazi nombrado director de la policía ucraniana», tituló el periódico conservador francés. El «nombrado» era un tal Vadim Troyan, que había sido comandante del batallón Azov. El responsable de su designación era un tal Arsen Avakov, a la sazón multimillonario ucraniano que estuvo en búsqueda y captura por Interpol por graves delitos de corrupción y violencias y que llegó a estar detenido en Italia hasta su elección como diputado en el parlamento ucranio. Lo siguiente fue… su nombramiento como ministro de Interior del gobierno de Kiev. Después continuó en este cargo durante 8 años, bajo las presidencias del oligarca Porochenko y de Zelenski, hasta julio de 2021.

Tampoco es ningún invento «de Putin» el nazismo declarado del movimiento Azov, integrado oficialmente en el ejército regular ucranio desde septiembre de 2014, con estatus de regimiento, y sobradamente conocido por sus «hazañas» criminales dentro y fuera del Dombás. Esta es la declaración de «principios» (recogida en su día por el Daily Telegraph) que acredita incuestionablemente a su fundador, Andriy Biletsky, como uno de los más firmes centinelas del campo de «la libertad» y «la democracia»: «La misión histórica de nuestra nación en este momento crítico consiste en conducir a las razas blancas del mundo entero hacia la cruzada final por la supervivencia. Una cruzada contra los semitas y los untermenschen» (hombres inferiores). Según el Huffington Post, la administración Obama asignó 300 asesores militares al adiestramiento del regimiento Azov, cuyas banderas portan el emblema del Wolfsangel, el de los nazis de la división SS Das Reich. Para que no quede duda.

En octubre de 2019, pocos meses después de su acceso a la presidencia de Ucrania, Zelenski se desplazó hasta las proximidades de una de las zonas más castigadas del Dombás, en un intento (según él mismo dijo) de moderar los desmanes guerreros de esta tropa de extrema derecha. Los jefes de esta le acusaron de «capitulación» y… efectivamente, Zelenski capituló ante sus neonazis. Una fotografía de diciembre del pasado 2021 lo muestra condecorando como «Héroe de Ucrania» al comandante de Sector Derecho Dmytro Kotsyubaylo. El batallón Azov ha controlado con una brutalidad extrema la ciudad de Mariúpol.

(Próximo capítulo: La OTAN es el principal problema para la paz)

Redacción de Hojas de Debate  

Notas

Notas
1 Ver Michael Klare, «Le repli américain aura duré six mois…», Le Monde diplomatique, marzo 2022.
2 P. E. Tylor, «US strategy plan calls for insuring no rivals develop», The New York Times, 08/03/1992.
3 «Interim national security strategic guidance», marzo de 2022.
4 «Defending Ukraine Sovereignty Act of 2022», 12 de enero de 2022.
5 P. Rimbert, «Ne pas voir, ne rien dire», Le Monde diplomatique, marzo 2022.
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