¡NO a la guerra es NO!

Esta entrada es la parte 2 de 2 en la serie Desinformación: las otras armas de una política de guerra.

Urge una intensa labor pedagógica y la más amplia movilización: contra la guerra imperialista; contra la implicación del Estado español en operaciones militares ajenas a los intereses de nuestros pueblos.

Ni la militancia atlantista de los actuales dirigentes del PSOE ni la orientación que trasladan al gobierno español pueden sorprender a nadie. Como resumió una viñeta humorística de la época, la campaña “OTAN, de entrada no”, de Felipe González en la oposición, se completó con el añadido “de salida menos” tras su triunfo electoral en 1982.

Javier Solana oficiaba como Secretario General de la OTAN durante los bombardeos de la Alianza sobre la ex Yugoslavia, en 1999, incluidos los producidos “por error” contra un tren de pasajeros sin ninguna connotación militar y contra la sede de la embajada de la República Popular China en Belgrado.

José Luis Rodríguez Zapatero que, en 2004, inició su primera etapa como Presidente del Gobierno con la decisión (sobre todo simbólica, pero no desprovista de coraje y calado) de retirar a las tropas españolas de Irak,  concluyó la segunda incorporando a España al escudo antimisiles ideado por la administración Bush.

En 2019, el hoy Alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, no tuvo empacho en referirse a la “mucha presión”  ̶ “no voy a decir de quién” ̶  ejercida sobre el Gobierno en el que él era titular de Asuntos Exteriores  para que reconociera a un fantasmagórico “presidente” autoproclamado de Venezuela. Sin que por ello siguiera su renuncia al cargo ni ningún otro efecto conocido (¡alto concepto de la “soberanía nacional”!). Tres años después, golpistas probados, implicados en acciones terroristas que han costado demasiadas vidas de venezolanos, y fugitivos de la justicia de ese país hermano, continúan conspirando desde Madrid, sin que sean atendidas las demandas de extradición del gobierno legítimo de la República Bolivariana de Venezuela…

En el argumentario atlantista para rechazar las garantías de no extensión de la OTAN a Ucrania demandadas por Rusia, se alude repetidamente a la exclusiva competencia de cada Estado (además de la propia OTAN, por supuesto) para decidir su adhesión a una alianza político-militar. Así lo han dicho, entre otros, desde el Secretario General de la OTAN, Stoltenberg, al ministro español de Exteriores, Albares.

Una enternecedora apelación al “soberanismo” que, con todo, hay que apreciar desde el recuerdo de lo que quedó del No mayoritario a la Constitución Europea manifestado en referéndum por el pueblo francés (2005) o del emitido por el pueblo griego por esta misma vía contra las condiciones del rescate impuestas por la troika UE-FMI-BCE (2015). “No puede haber elección democrática contra los tratados europeos”, advirtió el presidente de la Comisión Europea, Juncker. Y en España… ¡dónde han quedado las condiciones para la permanencia en la OTAN que señalaban las papeletas de votación del referéndum de 1986!   

Del “créanme” de Aznar al “aliado serio” de Robles: ¿postulantes a sucesores del Trío?

Varios ministros de UP han querido desmarcarse de manifestaciones de la ministra Robles sobre el conflicto actual y del concurso español al despliegue militar de la OTAN en aquella zona, decidido en Consejo de Ministros el pasado 21 de diciembre. Sin embargo, no es este un estreno de las misiones militares españolas en el Este de Europa. Izquierda Unida, Podemos, el PCE han firmado o propuesto comunicados contrarios a esta lógica de guerra y en favor de soluciones pacíficas al conflicto. El Secretario General del PCE y Secretario de Estado para la Agenda 2030, Enrique Santiago, tuiteó el 20 de enero que “empujar la OTAN hasta Rusia es un grave error para Europa” . Alguna iniciativa internacional anterior del gabinete de coalición también le había parecido “un grave error”.

Participar, hoy, en un gobierno dominado por el PSOE (y por lo tanto, corresponsabilizarse de sus decisiones, aunque sea con expresiones de disgusto), ¿supone un impedimento insuperable para oponerse de verdad, trabajando inaplazablemente por una movilización popular masiva y constante contra la guerra, a la escalada belicista por parte de Estados Unidos y la OTAN? Podría deducirse así, indudablemente. En todo caso, el dilema lo sería para quienes se declaran distantes de ese rumbo y forman parte de un gobierno que lo sigue a pies juntillas. Lo cierto y lo que importa aquí y ahora es que el gobierno español, con el aplauso de las derechas y de los principales grupos mediáticos, se ciñe ciegamente al guión marcado por Estados Unidos. La cumbre de la OTAN de la que será anfitrión en junio próximo no será la de una bienhechora organización repartidora de “libertad” y “democracia” para los pueblos del mundo.

La tensión creciente entre EE.UU./OTAN y la Federación Rusa no enfrenta a dos sistemas económico-sociales de naturaleza antagónica. Igualmente incuestionables son otros hechos que no pueden perderse de vista si realmente queremos entender la actual situación:

1) El Pacto de Varsovia se disolvió hace más de 30 años. Lejos de hacer lo mismo, e independientemente de las consideraciones que merezca un Gorbachov “conformado” con las promesas verbales de sus interlocutores occidentales, la OTAN se ha extendido en Europa cada vez más al Este; el papel de agencias estadounidenses en las llamadas “revoluciones de color” no constituye ningún secreto, como asimismo en la desestabilización de distintos componentes de la extinta Unión Soviética y de la misma Federación Rusa.

2) El despliegue de la Alianza Atlántica en Europa oriental ha llevado consigo la instalación de un escudo antimisiles en territorios de los nuevos Estados miembros. Para Moscú, este dispositivo incrementa objetivamente el peligro de ser atacada y convierte en caduco cualquier acuerdo de desarme nuclear.

3)  La extensión, evidentemente programada, de este despliegue a Ucrania refuerza extraordinariamente la vulnerabilidad de Rusia, un país que no puede permitirse perder la memoria de lo que significa sufrir una agresión exterior. Frente a las garantías formalmente reclamadas por Rusia de que no habrá expansión de la OTAN a Ucrania, las largas dadas por EE.UU., y su negativa después, ponen claramente de manifiesto un propósito hegemónico y de seguir aumentando la tensión.

El presupuesto militar estadounidense (768.000 millones de dólares en 2021) representa la mitad del gasto militar mundial: multiplica por 9 (y, conjuntamente con los de sus aliados en la OTAN, por 16) el de la Federación Rusa. El envío de varios miles de soldados americanos al Este de Europa que acaba de anunciar el Pentágono es solo un nuevo capítulo de la asistencia militar que viene prestando a los gobernantes de Ucrania (miles de millones de dólares, armamento y más de 150 asesores militares sobre el terreno, además de los provistos por otros miembros de la OTAN). ¿Quién amenaza hoy a quién?

4) EE.UU. insiste en que hay un peligro inminente de ataque ruso a Ucrania que los dirigentes rusos no se cansan de repetir que es inexistente. La posibilidad de que EE.UU. esté buscando debilitar a Rusia, abocándola a dar un paso en ese sentido, ha sido incluso evocada por medios occidentales. Una gran ofensiva militar contra el Dombás por parte de Ucrania, con el apoyo de la OTAN, podría encender la mecha. En tal circunstancia, que Rusia abandonara a su suerte a esa población rusófona sería difícilmente digerible en el interior de la Federación Rusa. Responder militarmente al ataque de Ucrania la expondría a la condena internacional. Objetivamente, Rusia parece tener poco que ganar con una estrategia de guerra. Pero ¿faltan candidatos a provocarla?

 5) Al revés, Washington está instalado en la tensión y necesita atizarla. Sus planes estratégicos incluyen un objetivo claro desde hace tres décadas: seguir debilitando a Rusia por todos los medios y en todos los frentes; reducir a la menor expresión posible su peso como potencia en cualquier parte del mundo. Se habla ahora del gas, de sustituir la dependencia europea de los suministros rusos por otra del gas norteamericano (licuado y más caro). Pero, aunque este factor cuenta, no es el único.

El objetivo general de EE.UU. no es otro que contrarrestar su propio declive como potencia hegemónica (evidenciado, por ejemplo, en Irak, en Siria o en Afganistán) socavando las capacidades de sus rivales: entre otros, junto a Rusia, muy especialmente, la República Popular China. De ahí el incremento producido en los últimos años de la presencia militar norteamericana en el mar de China. Ni las provocaciones, ni las campañas mediáticas hostiles (¡incluido el famoso “virus chino”!), ni las “sanciones” han faltado tampoco en este caso.

6) En la medida que el juego de Washington, secundado por sus aliados, choca con una posición de firmeza de quienes no tienen más remedio que sentirse muy seriamente acosados, el mundo, y Europa en particular, se exponen a tragedias de proporciones imprevisibles. Sumarse a esta política de guerra  ̶ de guerra imperialista ̶  es bastante más grave que un “grave error”.

El siglo XX nos dejó lecciones tremendas sobre las consecuencias de ciertas cegueras que ningún dirigente responsable debiera olvidar ni subestimar. Es muy posible que en el horizonte que hoy se vislumbra, el peligro de un enfrentamiento a gran escala sea de los más elevados y concretos que se hayan conocido en los últimos 60 años, si es que no es de los mayores desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Con el agravante de que esta vez no estamos ante una crisis episódica, vinculada a un movimiento más o menos repentino o inesperado de uno de los actores de la geopolítica internacional, sino de un impulso más, muy importante, de una tendencia estratégica que Estados Unidos lleva tiempo desarrollando, con la colaboración de sus aliados.

Que grandes capitales europeos, con mucho peso en las instancias dirigentes de la UE, tengan cálculos propios para entrar en la puja incendiaria, es algo más que una posibilidad. Pero los pueblos de Europa, y desde luego los de España, tienen mucho que perder con la degeneración de un conflicto del que la OTAN y, en el marco de ella, los pasos dados por el gobierno español, nos convierten, independientemente de nuestra voluntad, en parte.

Como en 2003, el camino solo puede hacerse andando. Ilustración de Fernando Francisco Serrano.

Las movilizaciones masivas contra la guerra de Irak de 2003 fueron, junto a la burda manipulación, por parte del gobierno de Aznar, de la información sobre los criminales atentados del 11 de marzo en Madrid, factor clave de la derrota de la derecha belicista en las elecciones legislativas de 2004. Ahora, en una coyuntura de grandes dificultades y pocas esperanzas para amplias capas sociales y con una gran incertidumbre en el horizonte, con el fascismo ganando enteros como baza demagógica del capital, una atmósfera de guerra empuja en sentido contrario y puede poner en peligro muchos derechos fundamentales.

Se necesita una intensa labor pedagógica que incite a preguntarse y a pensar, superando el maniqueísmo pretendidamente moral (buenos contra malos) común a los relatos político-mediáticos dominantes. Urge analizar y ayudar a hacerlo, frente a la estrategia corrosiva que tergiversa y oculta para manipular emociones. Urge poner todas las energías de los trabajadores y del conjunto de las capas populares, de todas las fuerzas verdaderamente interesadas en el progreso social, al servicio de la más amplia movilización: contra la guerra; contra la implicación del Estado español en operaciones ajenas a los intereses de nuestros pueblos. No hay más iniciativas ni esfuerzos defendibles que los que persigan inequívocamente soluciones pacíficas a los problemas internacionales. Sin encubrir con omisiones y medias verdades los propósitos agresivos de EE.UU. y de la OTAN, sobradamente probados por los hechos. Nos jugamos mucho en el envite.

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