Ucrania, Rusia, la OTAN

Esta entrada es la parte 1 de 8 en la serie Ucrania, Rusia y la OTAN

Si la OTAN tenía como objetivo  repeler un supuesto ataque de la Unión Soviética contra Occidente, desaparecido el Pacto de Varsovia, disuelta la URSS y finiquitado el socialismo de aquel país, lo lógico hubiera sido una actuación correlativa del lado del benéfico “mundo libre”. Nada de esto ocurrió, sino todo lo contrario.

El día 4 de abril de 1949 se produjo la firma en Bruselas del pacto que daría origen a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, (OTAN),  entre EEUU, Canadá,  Bélgica, Islandia, Luxemburgo, Países Bajos, Francia, Portugal (a la sazón una dictadura gobernada por Oliveira Salazar), Reino Unido,  Italia, Noruega y Dinamarca. En mayo de 1955, la República Federal de Alemania se le unió.

En 1947 el Presidente Truman ya había enunciado la doctrina que proclamaba la confrontación total contra el comunismo, y su consecuencia fue la llamada “Guerra Fría”, cuyo objetivo fundamental era asegurar y extender a escala mundial un determinado orden político, económico y social, que se presentaba como un combate entre el “mundo libre” y el socialismo. Ese bloque occidental estaba vinculado al “modo de vida americano”, y como el término capitalismo estaba desacreditado, se camufló con el de “libre empresa”.

Desde 1945 hasta nuestros días esta construcción ha venido, y continúa, vinculada a la aspiración y sostenimiento del liderazgo mundial por parte de los Estados Unidos, asegurado por la presencia de 865 bases militares distribuidas por todo el mundo. Un liderato confesado sin mayor ocultamiento por parte de infinidad de dirigentes, intelectuales y los propios textos oficiales norteamericanos, desde el discurso de Eisenhower en su toma de posesión en 20 de enero de 1953, a las proclamas de  sus principales ideólogos, como George Kennan, Lloyd Gadner, entre otros muchos,  y que se ha mantenido vivo hasta la actualidad.

A su vez, el 14 de mayo de 1955 se fundaba el Pacto de Varsovia, (Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua), para contrarrestar la presión del bloque antes citado, y el rearme de la República Federal de Alemania. Los miembros fundadores fueron Albania, República Democrática Alemana, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Rumanía y la Unión Soviética.

La República Democrática Alemana se retiró del Pacto de Varsovia en 1990, y el 25 de febrero de 1991 los ministros de defensa y exteriores de los países que lo formaban, declararon su fin, que se proclamó el 1 de julio de 1991. La URSS se disolvió en diciembre del 91, aunque la mayoría de las ex repúblicas soviéticas -que no los países que habían conformado el Pacto de Varsovia- formaron la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva posteriormente, entre febrero y mayo de 1992.

Damos por supuesto que el lector conoce la serie de vicisitudes propias de la II Guerra Mundial, entre ellas la más sangrienta que fue sin duda la invasión hitleriana de la Unión Soviética, con los probablemente 30 millones de muertos que produjo, y el desenlace en lo esencial de aquella contienda.

En este sentido, debemos recordar que las esperanzas pacifistas que se suscitaron a su fin, la sensación de optimismo que se extendió por amplias zonas del mundo sobre la posibilidad de crear una situación internacional en que se controlaran los conflictos y evitaran las guerras, sufrió un escalofrío, al lanzarse las dos bombas atómicas sobre la población civil de Hiroshima y Nagasaki por parte de la aviación de los Estados Unidos, el 6 y 9 de agosto del 45. No hubo necesidad militar de efectuar tal agresión, en lo que todos los observadores avisados de la época consideraron una advertencia terrorífica amenazante dirigida a todos sus potenciales enemigos por aquella potencia emergente que había decidido asumir de manera absoluta el liderazgo del mundo.

Miembros de la OTAN (azul) y del Pacto de Varsovia (rojo) en 1983. Los números representan las tropas de esas organizaciones en cada país. Fuente: Wikipedia

No es esta afirmación  una  conjetura o suposición inventada por enemigos de Estados Unidos. El secretario de Defensa americano Robert McNamara en un conocido Memorándum elevado al Presidente Lyndon B. Johnson, lo proclamó bien a las claras: la función dirigente americana no podría ejercerse «si a alguna nación poderosa y virulenta, sea Alemania, Japón, Rusia o China, se le permite que organice su parte del mundo de acuerdo con una filosofía contraria a la nuestra».

Estas ideas no pertenecen al pasado. Los objetivos de defensa americanos, expresados en la Guía de Planificación estratégica de 1992, establecen que: «nuestro primer objetivo es prevenir la emergencia de un nuevo rival. Esta es una consideración dominante que debe subrayar la nueva estrategia regional de defensa y que exige que nos esforcemos en prevenir que ninguna potencia hostil domine una región cuyos recursos pudieran bastar, bajo un control consolidado, para engendrar un poder global.  Finalmente debemos mantener los mecanismos para disuadir a competidores potenciales incluso a aspirar a un papel regional o global mayor» [1] [i] Defense Planning Guidance, 1992, citada por Josep Fontana, en su libro “Por el bien del Imperio”, pág. 13

Josep Fontana recuerda la afirmación todavía más contundente, y más reciente, del secretario de Defensa Donald Rumsfeld el 19 de octubre de 2001, en su discurso a los tripulantes de un grupo de bombarderos: «Tenemos dos opciones, o cambiamos la forma en que vivimos, o cambiamos la forma en que viven otros. Hemos escogido esta última opción, y sois vosotros los que nos ayudaréis a alcanzar este objetivo».

Evidentemente, si la OTAN tenía como objetivo  contener el impulso del comunismo, repeler el supuesto ataque de la Unión Soviética contra Occidente, todo ello, no lo olvidemos, en el contexto del Atlántico Norte, una vez desaparecido el Pacto de Varsovia, disuelta la URSS y finiquitado el socialismo de aquel país, lo lógico hubiera sido una actuación correlativa del lado del benéfico “mundo libre”. Nada de esto ocurrió, sino todo lo contrario. 

La concreta forma en que actuó y negoció el Presidente Gorbachov la nueva situación de supuesta convivencia que habría de surgir tras aquella rivalidad, evidenció las tremendas limitaciones -por calificarlo suavemente- en que se había movido éste último, que no creía posible que se produjera la reunificación de Alemania y que pensaba que se disolverían conjuntamente la OTAN y el Pacto de Varsovia, soñando con el proceso de una Europa en paz. Una nueva Europa en la que todos los países integrarían una organización común, en la línea de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa, actual OSCE, según la había prometido el secretario de Estado americano James Baker, haciéndole creer que la OTAN en ningún caso se instalaría en territorios del este de Europa.

Sin embargo, los americanos fueron consiguiendo sus objetivos casi sin resistencia, quedando asombrados  de las facilidades con que cedieron los gobiernos aún soviéticos de la época en las cumbres de Washington y Camp David de 1990 [2] [ii] Josep Fontana, “Por el Bien del Imperio”, pág., 695.. Al final, los hechos acabaron constatando contundentemente que lejos de disolverse la OTAN, pasó a apadrinar  una serie de guerras protagonizadas por los EEUU y sus aliados, empezando por la de primera de Irak, el desmantelamiento de Yugoslavia, la segunda de Irak, los bombardeos sobre Afganistán y Sudán… y demás actuaciones englobadas en  la llamada guerra contra el terrorismo.

Lejos de disolver aquella organización,  la OTAN se ha ido ampliando hasta alcanzar un total de 30 miembros, de los 12 fundadores de 1949: Grecia y Turquía se habían adherido en 1952, Alemania Occidental en 1955 y España en 1982. Más tarde, el 12 de marzo de 1999, se incorporan los antiguos integrantes del Pacto de Varsovia, Polonia, Hungría y República Checa, y el 29 de marzo de 2004, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia.  Albania y Croacia lo hacen en 1 de abril de 2009 y, finalmente, Montenegro el 5 de junio de 2017 y Macedonia del Norte el 27 de marzo de 2020.

Esta larga lista parece no haberse cerrado con nuevos aspirantes a incorporarse a tan pacífica organización, como Bosnia y Herzegvina, Georgia y Macedonia, debatiéndose actualmente dicha adhesión en Suecia, Finlandia y Serbia… y así llegamos al asunto de Ucrania. 

No hay que ser muy experto en geografía, basta echar un vistazo a un mapa, para observar que aquel espacio supuesto de paz y cooperación internacional, de desarme, al que fio Gorbachov su política, se ha convertido en una pesadilla para Rusia, rodeada en un semicírculo de bases militares de la OTAN,  muy próximas a territorio ruso, con armamento mortífero al que ha de añadirse el  que se asentará próximamente en los antiguos países del Pacto de Varsovia, desplazándose desde Alemania si esta  se niega a albergarlo en su territorio, como parece a raíz de los últimos movimientos políticos realizados en aquel país.

Tampoco hay que ser un experto en historia militar para calibrar las enormes consecuencias que tal despliegue provoca sobre el pueblo ruso, víctima de las peores invasiones que se han sucedido en Europa desde el siglo XIX, con la napoleónica, que llegó a alcanzar Moscú, y la sufrida en las dos guerras mundiales. A un país que ha sido sometido a tales terribles traumas, que han condicionado su política exterior durante décadas,  se le rodea de bases militares, en un in crescendo sostenido, a una escasa distancia incluso de su propia capital, lo que supone una amenaza objetiva de destrucción total, y tras haberle prometido precisamente todo lo contrario. En este contexto surge el problema al que actualmente la humanidad se ve abocada protagonizada por el conflicto de Ucrania.


Notas

Notas
1 [i] Defense Planning Guidance, 1992, citada por Josep Fontana, en su libro “Por el bien del Imperio”, pág. 13
2 [ii] Josep Fontana, “Por el Bien del Imperio”, pág., 695.
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