El proyecto de país de Felipe González que aplaude Yolanda Díaz

El Informe Petras de 1995, elaborado por encargo del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC),  refleja con fidelidad el proyecto de país del felipismo entre 1982/1996.

Como líder del PSOE (1974/1997) y presidente del Gobierno (1982/1996), Felipe González desempeñó un papel protagonista durante todos estos años. Tomó el control del PSOE en 1974 con el apoyo de EEUU y del franquismo , y su etapa de gobierno coincidió con la ofensiva neoliberal que encabezaron Ronald Reagan y Margaret Thatcher, con quienes mantuvo unas excelentes relaciones y de quienes aprendió el modelo de “modernización neoliberal” aplicado por sus gobiernos.

El informe Petras, que estudia la modernización de la economía española realizada entre 1982 y 1995, incluyó tres estrategias interrelacionadas:

1.- La liberación de la economía, imponiendo el libre mercado, la privatización de grandes empresas públicas y bancos provenientes del franquismo, la libre convertibilidad y la flexibilización del mercado laboral.

2.- Ahondar la inserción de España en la división internacional del trabajo, lo que provocó la reconversión industrial y la expansión de los servicios, especialmente el turismo.

3.- La configuración de un nuevo régimen regulador de la economía, sustituyendo a los anteriores “tecnócratas nacionales” por el predominio de las multinacionales, de los servicios y de los actores sociales de orientación internacional, ampliando el papel del Estado a la hora de financiar, subvencionar y auxiliar al capital privado y las multinacionales cuando fuese necesario (recuérdese la financiación de la última crisis bancaria que supuso una aportación del estado de más de 65.000 millones).

Esta triple estrategia, señala el Informe Petras, sirvió para fortalecer a los empresarios sobre los trabajadores, al capital extranjero sobre el nacional y a la actividad de servicios (banca, especulación, bienes inmobiliarios y turismo) sobre el capital productivo (industria, agricultura, minería).

También tuvo un fuerte impacto sobre:

a) Educación y estructura social: El incremento de losgastos para educación superior, a la que podía acceder la clase media predominante, al tiempo que se incentivaba la formación profesional, aumentó las desigualdades en esta materia con respecto a la clase trabajadora.

b) Organización social: la “modernización” practicada fue debilitando el sentido de compromiso comunitario en los asuntos sociales en favor del individualismo,  potenciando una mayor atomización social y desarticulación de las organizaciones sociales, especialmente entre la juventud.

c) División en el seno de la clase trabajadora: la clase trabajadora quedó fracturada entre una reducida mano de obra fija, constituida por trabajadores fijos y sindicados, con un salario llevadero y beneficios complementarios, y una creciente mano de obra eventual, constituida al calor de las desregulaciones practicadas con salarios insuficientes y en ocasiones inferiores al salario mínimo.

Generalmente, los fijos eran los padres y madres de los eventuales. Los primeros entraron en el mercado laboral a finales de los sesenta y  principios de los setenta del pasado siglo, en el proceso de industrialización durante el tardofranquismo. En cambio, los eventuales eran los hijos e hijas que entraron en el mercado laboral a finales de los ochenta y principios de los noventa,  en el marco de las desregulaciones neoliberales impulsadas por el felipismo.

Felipe González con Ronald Reagan en la Moncloa, 1985. Fuente: El País, 12.07.18.

Otro elemento esencial que destaca el Informe Petras es que, según “casi todos” los trabajadores consultados, las décadas de los sesenta y setenta fueron tiempos “de una gran participación social, de optimismo en el futuro y del más fuerte sentido de solidaridad social”. Pero con la llegada de Felipe González al gobierno en 1982 se acelera el proceso de desactivación del activismo social, que arranca a mediados de los setenta con la conversión del sindicalismo de clase de CCOO por el de pacto social y el auge de las políticas reformistas de las direcciones del PCE y del PSOE, cediendo paso a una desilusión creciente con el sistema político del régimen del 78.

Ya entonces Petra denunciaba la indiferencia de la sociedad, y especialmente la de la clase media “progresista” que daba la espalda a los problemas reales de los millones de jóvenes mal pagados, subempleados y sin futuro. ¿Dónde están los progresistas? se pregunta Petras. Son muy activos con las minorías marginadas, con los gitanos, los drogodependientes, las prostitutas, los inmigrantes… cualquier cosa menos el destino de los millones de españoles desempleados, de los obreros precarios, de los que mal sobreviven con el salario mínimo. ¿Por qué eluden esta realidad social? Porque “luchar por los derechos legales de las pequeñas minorías” no implica ninguna confrontación con el estado y menos aún con los empresarios, mientras que comprometerse en la luchas de estas mayorías explotadas y oprimidas implica confrontaciones muy serias, muy duras y sostenidas con el estado y los empresarios. Y es que la actual moda ideológica de la clase media “progresista” pone en tela de juicio la noción misma de clase. Sustituye el concepto de clase obrera, como hace el ministro Alberto Garzón, por el de “familias trabajadoras”, como hicieran los voceros del antiguo sindicato vertical del franquismo.

Es verdad que posteriormente a estas fechas hubieron dos huelgas generales masivas (14 de diciembre de 1988 y 27 de enero de 1994), pero ya desde mediados de los ochenta muchos trabajadores y trabajadoras planteaban que el Gobierno de Felipe González –con la adopción al neoliberalismo y la legislación “antitrabajo”, así como con la creciente corrupción en la administraciones públicas e incluso el presunto apadrinamiento de grupos paramilitares– había traicionado sus valores y la lucha por una sociedad mejor.

UGT y CCOO, fuertemente burocratizados y dependientes de las subvenciones estatales, son vistos más que como organizaciones con un proyecto político alternativo, como meras agencias de servicios y promoción personal, destinados a negociar los cierres patronales con contrapartidas económicas.

Ciertamente, sigue diciendo el Informe, abundan las excepciones, especialmente entre una acérrima minoría de activistas de ambas generaciones; pero la hostilidad a la política de partidos es universal y refleja la brecha cada vez más honda entre las élites políticas dominantes y la masa de trabajadores atomizados, especialmente los jóvenes, empleados temporales y parados. Este fenómeno no es ajeno el hecho de que los sindicatos, que se autodefinen como mayoritarios, se volvieron en la práctica, apéndices del Estado.

Al faltar un marco de referencia político para hacer frente a sus adversarios sociales y políticos, la desmovilización se convierte en la única realidad. A lo que también contribuye en sustancial medida la ausencia de medios de comunicación generales y alternativos representantivos de los intereses de la mayoría social y la manipulación desde los medios de comunicación de masas que controla la clase dominante.

En 2013 –dos años después del 15M y casi dos décadas después de la elaboración del propio Informe Petras–, el sociólogo estadounidense mantuvo, con la emisora uruguaya CX36 Radio Centenario, una entrevista en la que, preguntado precisamente por Felipe González, consideró que el exlíder del PSOE y expresidente del Gobierno español no es sólo “un reaccionario”, sino también “uno de los más corruptos e inmorales en toda la historia de la política socialdemócrata europea”. Con proyecto de país, eso sí. Un proyecto de país que Petras conoce desde hace tres décadas y que ahora aplaude Yolanda Díaz.

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