En defensa de los derechos y libertades democráticas
El fascismo está ya presente en la calle y en las instituciones. La prensa reaccionaria, la clase dominante, los voceros a su servicio, contribuyen a su “normalización”. Lo necesitan para impedir que el protagonismo popular logre transformaciones sociales progresistas.
El 23 de julio pasado, a través de las urnas, la ciudadanía demócrata de este país pudo frenar al fascismo. El bloque reaccionario no alcanzó la mayoría de los 176 diputados que pronosticaban obtener para acceder al gobierno, y desde allí, entre otros tantos objetivos, mediante leyes orgánicas, vaciar de contenido los derechos y libertades democráticas que de manera no plena se recogen en la Constitución del 78, producto, no lo olvidemos, no de un proceso constituyente republicano, sino de un pacto con el franquismo suscrito por determinadas organizaciones de oposición a la dictadura. De esta forma, si la derecha reaccionaria hubiera logrado la mayoría absoluta habría dado un paso importante en la dirección de imponernos una “dictadura blanda” y de acercarnos peligrosamente al franquismo.
Sin duda alguna, la derrota del bloque reaccionario en las elecciones legislativas constituye una victoria popular de primer orden que a todos y todas nos congratula. Pero solo es un primer movimiento en la irrenunciable, necesaria y legítima batalla para derrotar a quienes quieren devolver a España al pasado de la dictadura pura y dura.
El fascismo está ya presente en la calle y en las instituciones. La prensa reaccionaria, la clase dominante, los voceros a su servicio, contribuyen a su “normalización”. Lo necesitan para impedir que el protagonismo popular logre transformaciones sociales progresistas que solo son auténticas en la medida en que los derechos que conquista la mayoría social se correspondan, en forma directamente proporcional, con los privilegios que pierde la minoría acaparadora de las plusvalías que genera el trabajo de la clase asalariada, la que evade impuestos en los paraísos fiscales, la que controla y dirige la economía mediante mecanismos dictatoriales, solo teniendo en consideración sus cuentas de resultados y que dañan la biodiversidad y niegan el cambio climático, la que coloca en situación extrema, bordeando la miseria, a no pocos trabajadores autónomos y a amplias capas populares y la que promueve, valedoras del imperialismo, crueles guerras.
Esta importante victoria popular en las urnas no debe hacernos olvidar, no obstante, el necesario análisis de los resultados electorales y de los programas con los que se han presentado las organizaciones que conforman el bloque socialdemócrata. Por lo pronto, Abascal y su grupo han perdido más de 600.000 votos y nada menos que 19 escaños con respecto a sus resultados de 2019, y el bloque reaccionario se queda sin los 176 diputados que deseaban obtener. La participación electoral subió cuatro puntos respecto de los anteriores comicios legislativos, muy cerca del 71% y ahora se han abstenido dos millones y medio menos de electores. El PSOE con 7.682.337 votos recupera casi un millón de éstos, pero solo dos diputados más. Y Sumar pierde 7 diputados de los que obtuvieron Podemos y sus aliados en 2.019. El descenso de votos de esta coalición no deja de proseguir elección tras elección, un dato que no debemos ignorar ni dejar de examinar con rigor. Pasó de 71 escaños en 2.016 a 42 en las primeras elecciones de 2.019. A 38 diputados en las segundas del mismo año, y ahora a 31 diputados en 2.023. ¿Cuáles son las causas de este decreciente apoyo electoral? ¿Por qué sus dirigentes no explican esta debacle y se empeñan, en cambio, en trasmitir el “éxito” supuestamente alcanzado en los últimos comicios? ¿No se habrán perdido tantos escaños por no disponer de la necesaria autonomía frente a un gobierno del PSOE belicista, neoliberal, proimperialista e incapaz de lograr mejoras más importantes para la mayoría social, arrancándole privilegios a la clase dominante? ¿No es más cierto que la atadura de Unidas Podemos a ese gobierno de coalición le ha apartado de trabajar por una movilización popular sin la cual resulta imposible alcanzar mejoras más sustanciales como la derogación de la ley mordaza, la completa abolición de la reforma laboral y de otras tantas reivindicaciones que fueron recogidas en el acuerdo de coalición de diciembre de 2019 y no han sido cumplimentadas? ¿No es con la lucha en las instituciones y en la calle la mejor forma de modificar la correlación de fuerzas en favor de las capas populares?
Algunos, tal vez no pocos, desde las filas de la socialdemocracia, llaman a la “centralidad” para permitir gobernar al bloque reaccionario con la abstención en sede parlamentaria de los diputados del PSOE. Ciertos “barones” apuestan por esta alternativa y todos los conocemos. O, en su caso, llaman a un gobierno de concentración PP-PSOE, muy bien visto por la oligarquía y el gran capital, para aplicar las reformas draconianas que exige la UE, como un empeoramiento aún mayor de la legislación laboral en la que permanece viva, en gran parte, la que impuso en su día el PP y con anterioridad el mismísimo PSOE, la privatización del sistema público de pensiones con la jubilación a los ¡72 años! y de los servicios que quedan todavía como públicos como el de la sanidad, la implementación de presupuestos de guerra en detrimento de los intereses y las necesidades perentorias de la mayoría social, etc.
Pese a todo, es posible la conformación de un gobierno del bloque socialdemócrata con el apoyo de las derechas nacionalistas catalanas y vascas. Pero no podemos descartar una repetición electoral, si finalmente no se produjeran las alternativas que apuntamos en el párrafo anterior.
Pero no basta con el análisis de los resultados electorales. Hay que estudiar también los programas políticos con los que han concurrido a las elecciones Sumar y PSOE. Ambos coinciden en la aplicación de políticas económicas neoliberales que no cuestionan los intereses de la clase dominante, de esa minoría que pasa por encima de la mayoría social. La suavizan con medidas alternativas que valoramos como positivas (salario mínimo, incremento de las pensiones y otras), pero completamente insuficientes para combatir la inflación derivada de los presupuestos de guerra y de las imposiciones del capital financiero y de todas aquellas otras que nos llegan de las instituciones de Bruselas, sumisas al imperialismo y que los programas electorales del bloque socialdemócrata no impugnan, como tampoco la continuidad en la OTAN y las políticas de pirómanos de expandir gasolina en el polvorín de Ucrania que amenaza con extenderse por toda Europa y por todo el mundo, en lugar de alzar la voz en la defensa de la paz, por el alto el fuego inmediato, la apertura de negociaciones y enviar diplomáticos y expertos en derecho internacional en lugar de armas. Se olvidan por completo también que en el referéndum de 31 de enero de 1986 el pueblo soberano decidió que: «La participación de España en la Alianza Atlántica no incluirá su incorporación a la estructura militar integrada».
Nos preguntamos, ¿con estos programas electorales no estamos contribuyendo a que una parte significativa de la mayoría social siga absteniéndose de votar o entregue la papeleta por pura desesperación al bloque reaccionario en una hipotética repetición electoral? En este caso, ¿conseguiremos que con estos programas alcancemos no menos de un 75% de participación electoral imprescindible para frenar aún con más fuerza al fascismo y conformar un gobierno de progreso que sea de verdad el gobierno de la mayoría social?
El formato utilizado en la campaña electoral merece también una reflexión. Al fascismo hay que derrotarlo cualquiera que sea la salida a esta endiablada encrucijada política en la que nos encontramos. ¿No resulta imprescindible para recuperar una democracia plena, solo verdaderamente eficiente si es republicana, el protagonismo popular, el retorno a la presencialidad, a la calle, la vuelta a las fábricas, y a la movilización en los espacios públicos, a la unidad y organización de la mayoría social sin caer en la trampa de la “diversidad” para impulsar la unificación de las luchas sociales y económicas desde una perspectiva de clase? ¿Sólo con los móviles y las redes sociales es suficiente para salvaguardar los derechos y las libertades democráticas y promover transformaciones sociales progresistas? La conciencia de clase y la organización, el entusiasmo contagioso y una firme voluntad política, ¿no son acaso posibles si volvemos al encuentro personal, a la toma de los espacios públicos, al boca a boca, a la megafonía, a las octavillas, al pleno ejercicio de todos los derechos y libertades democráticas en las plazas de nuestras localidades? Una sistemática movilización social para la defensa de la democracia, que sólo es completa, insistimos, si es republicana, ¿no va acaso inseparablemente unida en la defensa firme y decidida de los intereses de la mayoría social, especialmente los más perentorios, en el pleno desarrollo del sindicalismo de clase y combativo y por la imprescindible y urgente lucha por la paz?
La especie humana es gregaria. No olvidemos nunca el himno oficial de la clase asalariada del mundo entero: ¡Agrupémonos todos y todas… el género humano es la Internacional!