Simulacros españoles o España como simulacro

Llevamos siglos preguntándonos por el ser de España, y no nos habíamos dado cuenta que la respuesta tal y como la configuran sus sectores dominantes es la de constituir y sostener un gigantesco simulacro.

Recientemente la prensa nos ilustraba con el ardid de un concejal de Valencia, que usaba la mascarilla reglamentaria para, tapando su boca, simular que hablaba en inglés, precisamente en una intervención de aquellas ciudades europeas que estaban en pugna para conseguir la capitalidad de la innovación -tremendo objetivo hoy día-. Un profesional le doblaba por completo al inglés, mientras él fingía utilizar esta lengua, que desconoce por completo.

Siguiendo con esto de la mascarilla, en el día de hoy oímos en la radio las quejas de un policía local cuyo compañero, con el que comparte ocho horas de trabajo diario, ha dado positivo en el correspondiente test, y pedía que se le realizara también a él, dado que pasa más tiempo con el otro que con su propia mujer. Se le ha contestado por la superioridad que no se le va a hacer, pues como el edil de Valencia, estaba protegido por la mascarilla.

En un centro administrativo oficial de Granada en uno de cuyas dependencias, sin comunicación ni ventilación exterior, trabajan varios funcionarios, uno de ellos ha resultado agraciado en esta pedrea del Covyd, y a sus compañeros del mismo espacio, pese a que lo han reclamado, les han dado la negativa por respuesta, dado que usan mascarilla, que impide, según los responsables del centro administrativo, la propagación del virus.

Difícil de superar el doble simulacro casi simultáneo del Sr. Aguado, Vicepresidente de la Comunidad de Madrid, que soluciona la pandemia con la colocación de los expendedores de gel hidroalcohólico en las entradas del Metro y que inaugura como si fuera la mismísima apertura del túnel del estrecho de Gibraltar. Al mismo tiempo añade que los usuarios de este medio de transporte no se contaminan porque de manera generalizada utilizan mascarillas.

Muchos somos los que nos hemos preguntado cómo era posible que las diversas administraciones públicas, durante varios meses, no se hayan preocupado por contratar los célebres rastreadores, que tenían que detectar a los positivos, ver sus contactos, localizarlos y someterlos a su vez a pruebas, confinando a todos aquellos que pese a ser incluso asintomáticos, pudieran estar contagiando el virus.

Ahora comprobamos lo inocentes que somos los ciudadanos, pues no se contratan rastreadores porque todos estamos protegidos por la mascarilla, y aparte de que tales detectives sanitarios cuestan dinero, luego habría de efectuarse efectivamente el rastreo, hacer las pruebas, más gasto, confinar a los positivos, con el consiguiente control imprescindible para asegurarse el cumplimiento de la medida. Tal vez, incluso, allegarse los llamados “nidos”, que habría que alquilar, para dar cobijo a aquellos infectados que no pudieran permanecer en sus casas, lo que supone un esfuerzo considerable… por lo que era mucho mejor no contratar a nadie, y santas pascuas. Lo arreglamos con la mascarilla.

Pero saltando a otros momentos históricos, a otros temas, me cuentan muchos compañeros del ámbito jurídico que bastantes jueces de su jurisdicción, durante los muchísimos años en que no se grababan los juicios, señalaban 10, 12 o 18 señalamientos diarios, con lo cual es fácil deducir que ni el propio Cicerón que los estuviera juzgando, pudiera recordar mínimamente sobre qué había versado cada uno de ellos, y así resolverlo en derecho. Pero aquellos seguían así, impertérritos en su esforzado hacer, motivando que los abogados manejaran un refrán sobre las sentencias que decía, «si tiene barba, San Antón, y si no, la Purísima Concepción».

Uno de aquellos Magistrados que tenía que enfrentarse a muchísimos juicios, confesó a sus allegados, cuando tuvo que hospitalizarse para ver si lo diagnosticaban y curaban, su pesimismo sobre el éxito de los facultativos con una lapidaria frase, «como estos sepan de lo suyo lo que yo de lo mío, estoy perdido».

Y ya en el ámbito de la medicina, cuenta en sus magníficas memorias Castilla del Pino, que el celebrado intelectual y médico español D. Gregorio Marañón, paradigma para el gran público del conocimiento en ese ámbito, al que acudían muchos españoles pudientes viajando a Madrid cuando los galenos locales no daban con la cura de sus males, que los sometía a “un simulacro de reconocimiento”, que conllevaba, eso sí, el cobro de muy reales honorarios, y no servía para nada.

El Sr. Abascal truena y vibra con la bandera española, luciendo innumerables símbolos del ejército, lo que considera máxima expresión de su gran patriotismo. Antes había pedido tres prórrogas al tiempo de estar en edad militar, alargando su ingreso en dicho servicio, hasta que consiguió librarse del mismo, procediendo de igual manera en sus favorables juicios sobre la actividad privada en contraposición contra el negativo respecto de las mamandurrias que obtienen los servidores públicos, mientras en realidad todos los ingresos que ha obtenido a los largo de su vida han procedido de enchufes a cargo del Estado en los que lo han colocado sus sucesivos mentores.

No digamos los títulos, másteres y honores que ilustran el curriculum del otro ilustrado líder de la derecha extrema, señor Casado, ni de las Universidades, en definitiva, que se prestan para realizar tales estafas.

Ahora, en los tiempos modernos que vivimos, la mayoría de engaños se realizan en el ámbito de internet, de la confección de los consabidos curriculums, los corta y pega, con la proliferación de palabras inglesas y anglicismos varios, mediante cuya utilización pretenden darse lustre sus confeccionadores, huérfanos en muchos casos del trabajo serio y callado que justificaría alcanzar algún objetivo razonable.

Siguiendo en el ámbito de la enseñanza, sobre todo de la privada, inflando notas, calificando como sobresalientes las relativas a la asignatura de religión, por ejemplo, confiriendo así una sustantiva ventaja a la hora de los promedios sobre los estudiantes que reciben la enseñanza en la instrucción pública.

Tenemos un Ministro del Interior que en lugar de utilizar a los policías a sus órdenes para la persecución de los delitos, los destina, con gran soltura, en cometerlos para favorecer a su partido.

Pero, en fin, en esta observación apresurada de muchos aspectos de la realidad española, en la que en lugar de lo serio aparece como muñidor de lo supuestamente realizado el concepto de engaño, si bien en un contexto diferente a los referidos en los supuestos antes reseñados, Carme Forcadell, en un escrito que presenta ante el Tribunal Supremo en el proceso penal seguido en su contra, manifiesta en su defensa que el desafío rupturista de octubre fue inocuo y que la declaración unilateral de independencia no fue más que un simulacro.

En definitiva, llevamos siglos preguntándonos por el ser de España, por su verdadera naturaleza, con don Américo Castro y don Claudio Sánchez Albornoz, de estudiosos de tan complejo tema, y no nos habíamos dado cuenta que la respuesta a esa pregunta sobre el ser de España tal y como la configuran sus sectores dominantes es, precisamente, la de constituir y sostener un gigantesco simulacro.

Esperemos que los trabajadores y las capas populares, los que cada día tienen que realizar su trabajo real y consistente, y los jóvenes, que cada día son más conscientes del enorme engaño que sobrevuela y condiciona la realidad española, pongan fin, en algún momento, a esta enorme estafa, a ese otro monumental simulacro del régimen postfranquista y abran un verdadero proceso constituyente republicano.

Alberto García

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