Como pollos sin cabeza con AstraZeneca

Desconcierto, rabia e impotencia siente la ciudadanía y el personal sanitario ante la gestión de la estrategia vacunal por unas “autoridades sanitarias” internacionales y españolas absolutamente entregadas a los intereses de las multinacionales farmacéuticas.

Aunque defendemos la necesidad de la vacunación contra la Covid y estamos convencidos de que hay más riesgo absoluto de morir por dicha enfermedad que por las vacunas, es absolutamente inaceptable el proceso desarrollado hasta ahora para su aplicación.

En primer lugar se debe demostrar que una actuación sanitaria es beneficiosa antes de generalizarla, especialmente si se trata de administrarla en la población sana. La aceleración de los tiempos de investigación, en los que se supone se notifican posibles efectos adversos a medio y largo plazo, se podría justificar en el caso de una mortalidad elevada producida por la enfermedad en cuestión cosa que no se da en el caso de la Covid cuyo índice de letalidad (razón entre el número de fallecidos y el número de afectados por la enfermedad) es considerablemente más bajo que el de otras enfermedades susceptibles de vacunación y para las que se han observado los plazos necesarios para poder determinar con seguridad que los beneficios producidos eran considerablemente más altos que los efectos secundarios.

Aprobar por vía de urgencia un fármaco tras otro y una vacuna tras otra, sin publicar los datos de los ensayos en Fase IV, a pesar de que es la población la que se arriesga, y con informaciones sobre efectividad, inmunidad y efectos adversos que cambian de un día para otro, es desconcertante. Particularmente significativo para crear dudas es que las indemnizaciones por efectos adversos de las vacunas las vayan a pagar los gobiernos ya que las multinacionales farmacéuticas han conseguido de los gobiernos de los Estados de la UE no sólo asegurarse indemnizaciones en el caso de que las empresas sean condenadas a pagar por posibles efectos secundarios de la vacuna, sino que están tratando de conseguir ser eximidas por completo de responsabilidad civil.

Con el conjunto de las vacunas, incluidas la rusa y alguna de las chinas con mayor independencia a priori de las presiones del capital, aunque no a salvo de precipitaciones, y dejando clara la ejemplaridad de la biotecnología cubana que actualmente está culminando escrupulosamente el proceso que marca la medicina basada en la ciencia, estamos asistiendo a una auténtica experimentación con la población mundial de la que se están derivando múltiples efectos indeseables entre los que AstraZeneca se lleva la palma.

Es importante volver a resaltar que las vacunas cubanas se encuentran a medio camino entre las genéticas y las de virus inactivado. Las genéticas, como las de Pfizer y Moderna, se basan en la nueva tecnología del ARN mensajero, es decir, inyectan el material genético que da las instrucciones a las células para crear las proteínas del virus que despertarán la inmunidad. El otro extremo es el de vacunas como la de AstraZeneca y Janssen que inyectan un vector viral de adenovirus producido mediante técnicas de recombinación de ADN para conseguir la acción de nuestro sistema inmunitario. Las vacunas cubanas de subunidades basadas en proteínas, en cambio, inyectan solo una proteína del virus.

AstraZeneca lanzó al mercado una vacuna muy barata (2,9 euros), así que es probable que más que los beneficios económicos interese el ensayo clínico global sobre terapias génicas, base de futuros productos innovadores y de terapias personalizadas.

Sometida a los intereses que continuamos denunciando, sus posibles graves consecuencias se han evidenciado cada día más y unas “autoridades sanitarias” que como pollos sin cabeza la indican saltando de un tramo de edad a otro, ante la acumulación estadística de casos de efectos adversos que en otros tramos aún no se han dado por no haberse administrado la vacuna en los mismos o en escasa cantidad (que conforme al valor predictivo probabilístico también se podrán dar), demuestran por un lado la enorme influencia de los grandes poderes mercantiles sobre el sistema sanitario y por el otro la ausencia de debate en nuestro Sistema Nacional de Salud, así como en las instituciones sanitarias internacionales, llámense OMS, EMA u otras.

Por tanto nos encontramos ante un escenario preocupante que requiere una gran prudencia y actuar en consecuencia, sin adhesiones inquebrantables a científicos, expertos y representantes políticos. Se precisa un replanteamiento general, descartando las vacunas más dañinas (a las que se añade ahora la de Janssen) e introducir, en todo caso, correcciones en su confección e incorporar otras que vengan avaladas por menos efectos indeseables sin dar pie a recomendaciones con escaso fundamento (como combinar dosis de diferentes vacunas, etc.).

Todo ello debe ser presidido, por la necesidad de que la OMS recupere una autoridad cientifica hoy muy mermada y por la exigencia de que las vacunas sean consideradas un bien público global, accesible a todos y todas de manera gratuita, con transparencia sobre los costes de producción, las contribuciones públicas y la efectividad y seguridad de las mismas.

Es necesario recuperar el conocimiento, los datos científicos, el debate y la discrepancia, así como combatir los poderosos intereses privados que los obstaculizan. Solo así se podrá recuperar a su vez la confianza de ciudadanía y personal sanitario además de la credibilidad de las políticas de salud.

Arturo Borges Álamo

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