La inclusión en la educación

La inclusión no pone el énfasis en las limitaciones, sino en cómo superar las barreras que impiden que todas las personas puedan relacionarse y aprender la cultura escolar.

La historia de la Humanidad ha sido una historia de exclusiones. Las diferencias de género, físicas, culturales, étnicas, religiosas, funcionales … se han visto como una amenaza o como la expresión inevitable de unos hándicaps. Estas visiones no están superadas del todo hoy en día.

Este recorrido histórico ha ido evolucionando en nuestros centros educativos, desde la exclusión escolar de una parte del alumnado, la incorporación segregada en centros específicos, la integración con distintos modelos, aulas específicas en centros ordinarios o aulas de integración, hasta llegar al modelo en el que se supone que estaríamos en la actualidad, la inclusión.

Como sabemos, excluir es no contar con alguien. Es la postura más distante posible de un encuentro entre personas.

Segregar, es conocer la existencia de alguien, pero al que se le ubica en un lugar específico y separado del resto.

Integramos, cuando metemos en el espacio común a un grupo de personas, pero el diferente siempre llevará la connotación de su hándicap, poniéndose el acento en la diferencia funcional.

La inclusión por el contrario no pone el énfasis en las limitaciones, sino en cómo superar las barreras que impiden que todas las personas puedan relacionarse y aprender la cultura escolar.

La inclusión es una relación que está vinculada a las emociones y los afectos y por tanto a la capacidad para relacionarnos y convivir aceptando las diferencias. Cuando consideramos los principios inclusivos como norma, entonces podemos hablar de equidad.

El lenguaje importa

El uso del lenguaje es muy importante, para navegar inclusivamente por los ámbitos de la diversidad. El lenguaje no es neutral. Recordemos que no hace tanto tiempo, se utilizaban de manera cotidiana palabras como, «anormal», «subnormal», «deficiente», «inválido», «minusválido», … todas ellas etiquetas segregadoras. Hubo que esperar hasta 2006, para que la Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de Dependencia, instara que en todos los textos normativos, se utilizara el término de «personas con discapacidad».

No a la talla única

Tal como dice Ángel Pérez Gómez, catedrático emérito de la universidad de Málaga, la Escuela no puede ser de una talla única. Muy al contrario, la escuela tiene que tener tantas tallas, como personas participan de los procesos educativos. No basta con que a una parte del alumnado le vaya bien esa talla única o mayoritaria. La diversidad que es lo habitual, necesita dar respuestas adecuadas a todas las diferencias e intereses. Todas las niñas y niños tienen derecho a la educación. Pero no a una educación cualquiera, sino a una educación de calidad. Sin embargo, desde las formulaciones teóricas y las normativas legales, hasta conseguir prácticas educativas inclusivas, hay una gran distancia.

Todos los seres humanos somos competentes para aprender

Siguiendo a mi amigo Miguel López Melero, también catedrático emérito de la universidad de Málaga y director del “Proyecto Roma”, la educación inclusiva debería basarse, «… en la confianza en la competencia cognitiva y cultural de todas las personas, el trabajo cooperativo y solidario, la calidad de las relaciones como calidad de vida y el valor de las diferencias»

Añade que ese es el motivo por el que no se deben distinguir diferentes categorías de alumnado en relación al aprendizaje, ya que todos los seres humanos son competentes para aprender. Para él compartir este principio requiere «… una ruptura del paradigma deficitario propio de la escuela tradicional, donde se legitiman las desigualdades humanas como algo absolutamente común, por un nuevo paradigma competencial inclusivo donde se valoran las diferencias como valor y cualidad

Superando barreras

La primera barrera para alcanzar la educación inclusiva, es la ausencia de una concienciación social generalizada. Existen leyes que recogen los fundamentos de la educación inclusiva, pero de ahí a que se lleven a las prácticas escolares cotidianas, sigue habiendo un buen trecho.

En mis numerosas visitas a las aulas como inspector, he podido comprobar cómo en las clases donde había alumnado de “necesidades educativas especiales” o de “integración” son sacados muy frecuentemente del grupo, para ser atendidos en un espacio diferente. Esto sucede sabiendo todo el mundo, que esa debería ser la excepción y no la norma.

A gran parte del profesorado le cuesta mucho trabajar de manera cooperativa dentro del aula y prefieren que el alumnado salga fuera. Esto no solo se debe a esa falta de cultura de trabajo cooperativo, sino también por el tipo de currículo cerrado que desarrollan, en donde la diversidad es vista como una rémora para el ritmo general de la clase. No tienen en cuenta que la evolución cognitiva es dinámica, sino en la cantidad de contenidos que supuestamente se tienen que saber en cada curso escolar. Es el modelo de talla única que hemos comentado anteriormente, que se afana con clasificar y etiquetar, a cuantos no encajan bien en esa talla ordinaria.

Se necesitan metodologías constructivistas y participativas

La educación inclusiva necesita currículos abiertos, que partan siempre que sea posible, de los intereses del alumnado. Sabemos que la motivación, es un elemento de gran importancia en la construcción del conocimiento. Esa motivación puede surgir desde el propio alumnado o sugerida y estimulada por los docentes, por lo que podríamos hablar de una doble motivación. A lo largo de mi práctica educativa he podido comprobar, como por ejemplo, los fundamentos de la pedagogía de Celestín Freinet, posibilitan los procesos de aprendizaje autónomo, para llegar a la inclusión escolar.

Otro elemento importante para profundizar en la inclusión, es promover la participación de todos los sectores de la comunidad educativa, con una convivencia democrática en los procesos educativos. Esta convivencia debe ser hacia dentro y hacia afuera de las aulas. Hacia dentro con unas relaciones horizontales, cooperativas y solidarias entre el alumnado y el profesorado. Hacia fuera con la inclusión de las familias y demás agentes sociales en la vida escolar.

Los docentes pieza clave

El factor más importante para alcanzar la inclusión educativa, es el profesorado. Si este no supera las barreras culturales y pedagógicas, poco se podrá hacer para lograrla. Sus creencias, actitudes y acciones, son claves para producir los cambios necesarios.

Siempre que se hace un análisis de esos cambios necesarios para la mejora de la educación, aparece la deficiente formación inicial de los docentes, como uno de ellos. Se necesitan educadores que sepan trabajar de manera cooperativa, que fomenten la creatividad, los procesos de investigación en las aulas y que cuiden de las emociones y los afectos.

Recordemos que el papel de los docentes en nuestros días, no es enseñar en aulas donde se trabaje con una sola talla, sino muy al contrario, el dar respuestas complejas y contextualizadas a grupos que son heterogéneos. En un espacio educativo así, es donde la inclusión puede felizmente crecer.

La educación pública como garantía de derechos

Finalmente quiero defender, que solo la Educación Pública puede garantizar todos los derechos fundamentales de la educación. Una de de las cualidades de la Pública, debe ser precisamente su carácter inclusivo, dando respuestas a todas las personas. Ese derecho a ser incluidos en condiciones de calidad, no lo garantizan ni la escuela privada, ni la concertada. No me detendré en la enseñanza privada, ya que ese espacio como su nombre indica, es privativo para quienes se lo pueden pagar.

Sin embargo la enseñanza concertada, es una enseñanza privada sostenida con fondos públicos. Es decir, son unas enseñanzas hechas a la medida de determinados sectores sociales, mayoritariamente confesionales, pero que pagamos entre todos. Ese carácter selectivo y elitista, salvo algunos centros que trabajan en zonas marginales y deprimidas, elude siempre que puede, matricular alumnado con desventajas sociales o con discapacidad.

Las formas de elusión son muy sutiles. En primer lugar los centros concertados se encuentran ubicados en lugares céntricos de las ciudades y grandes poblaciones. En general disponen de magníficos edificios, como resultado de antiguas donaciones de familias acaudaladas a distintas órdenes religiosas. Estas condiciones materiales y de ubicación, juegan a favor de las familias con rentas más altas a la hora de la escolarización, al aplicarse el factor de cercanía del centro a los domicilios.

Otro elemento es que la práctica totalidad de los centros concertados, cobran una serie de gastos como, transporte, uniformes, comedor, gabinetes psicopedagógicos, materiales, actividades complementarias,… que encarecen las enseñanzas. Estos gastos son planteados como voluntarios, pero en la práctica todas las familias saben que tienen que asumirlos, como pago a las enseñanzas exclusivas que han elegido. Esta estructura impide que muchas familias, aunque pudieran acceder a una plaza concertada, no se lo puedan permitir.

Hay una frase que se maneja mucho en el mundillo educativo: «Los centros concertados solo quieren buen alumnado». Planteados como negocio o formula de adoctrinamiento religioso, los centros concertados necesitan del éxito y la competencia social. Es en este contexto en el que la diversidad y el llamado fracaso escolar, pueden ser considerados un lastre. El “fracaso” no vende.

 Francisco Olvera López, ha sido Inspector de Educación.

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