Susana, demonio y carne
- Susana, demonio y carne
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La extraordinaria belleza de Susana, una chica amoral y seductora, introduce la pasión en los hombres que comparten la vivienda, ponen en alerta a las mujeres y hace tambalear el orden social burgués de la familia.
Una película de 1951 del gran Buñuel en su etapa mexicana. El argumento es obra del propio director, conjuntamente con Jaime Salvador y Rodolfo Usigli, sobre una historia de Manuel Reachi, en la que el personaje central es Susana, interpretada por la magnífica actriz Rosita Quintana. La fotografía de José Ortíz Ramos, magnífica.
Una joven logra escapar del reformatorio estatal, encerrada desde hacía dos años. El motivo de su estancia se desconoce. La primera de las escenas nos muestra el traslado de Susana a una celda de castigo, sancionada por quince días, sin que tampoco sepamos el motivo del cruel castigo. La lúgubre mazmorra se encuentra ocupada por ratas, murciélagos y arañas. Una de ellas atraviesa la sombra que en forma de cruz proyectan en el suelo los barrotes de un ventanuco (3m.), mientras la infortunada adolescente implora a Dios su liberación: «¡Dios mío! Tú me creastes como soy, como los alacranes, como las ratas, ¡Dios de las cárceles!, ten piedad de mi…» Reivindica la libertad que la divinidad ha otorgado a los roedores, arácnidos y quirópteros.
Los hierros ceden corroídos tras un proceso de oxidación, y en medio de una tormenta, Susana logra huir hasta llegar a la hacienda de Don Guadalupe, cabeza de una familia tradicional y religiosa, aparentemente bien asentada.
La extraordinaria belleza de Susana, una chica amoral y seductora, introduce la pasión en los hombres que comparten la vivienda, ponen en alerta a las mujeres y hace tambalear el orden social burgués de la familia.
Seis personajes escriben este interesante relato. Doña Carmen, la ama de casa, papel interpretado por Matilde Palou, evoluciona hacia la violencia desde una inicial madre y esposa bondadosa que reclama la jefatura del personal de servicio. En una impresionante escena, propina con una fusta inacabables latigazos a la cautivadora muchacha (1h. 20m.). Momentos antes, al tiempo de darle instrucciones para que se fuera a dormir con los peones, le había dicho: «todos nos sentimos más cómodos cuando vivimos en el lugar que nos corresponde». Susana, rápida, le responde: «usted es una mujer vieja y yo soy joven y bonita y le gusto a el». La cámara retrata con perfección a una matrona enfurecida que desprende odio hacia su adversaria en su doble condición de joven atractiva y de menor condición social.
Don Guadalupe, titular de la finca y cabeza de familia, interpretado por Fernando Soler, es un patriarca y buen padre de familia que transita hacia un estado de perturbación profundo por las embestidas seductoras de Susana, hasta el punto de besar apasionadamente a su esposa (16m.) haciéndola pasar como si fuera la mismísima doncella a la que adora, tras excitarse con su presencia.
Tan fuerte es la pasión que le desata la joven, que acaba por provocarle una perturbación celopática, expulsando del hogar familiar a su esposa y a todos sus contrincantes. Un tema, por cierto, que el gran director analiza concienzudamente, más tarde, en otra cinta de su época mexicana (1953) con el título de Él.
El capataz del cortijo, Jesús, interpretado por Víctor Manuel Mendoza, es el prototipo del hombre enteramente machista. Un individuo fuerte con los débiles y débil con los fuertes. Es el encargado de trasladar e imponer a los jornaleros la voluntad del patrono. En definitiva, es el mayoral con el que sueñan todos los hacendados. También, desde el primer instante, cae bajo los embrujos de Susana, que resiste los acosos del mayoral pensando en la superior posición del patrono. Jesús (43m, 20s), le dice: «perra, pero perra de raza». Más tarde, cuando toma conciencia de que la batalla la ha perdido definitivamente, exclama: «¡no eres una perra de raza, eres una víbora!» y la delata al terrateniente.
El hijo, Alberto, interpretado por Luis López Somoza, es un joven disciplinado y estudioso del mundo de los insectos. Susana excita en su alma verdaderos estragos cuando intimidan escondidos en el fondo de un pozo (36m.). Una pasión tan intensa por Susana le conduce a enfrentarse con su progenitor y a dar la espalda a su madre, en el contexto de una feroz disputa en la que Jesús es también partícipe.
María Gentil Arcos, encarna el papel de Felisa, la sirvienta de la finca. Muy supersticiosa y aguda, se anticipa siempre a los acontecimientos. Pregona malos augurios con la ayuda del refranero castellano. En cuanto aparece Susana, en medio de la tormenta por el ventanal del aposento, exclama: «¡Ay, niña! ¡Es el diablo!», una aseveración que reitera al final, al insistir: «¡Bien dije yo que esa mujer era el demonio!». Es consciente, desde el primer momento, que la presencia de la lozana moza provocará un serio desequilibrio en el cortijo. Su mal concepto de Susana le hace decir al ama de casa, cuando aquella cambia de vestimenta: «¡Ay, niña, me late que esa no se vería recatada ni con un hábito de carmelita!».
Finalmente, el personaje central, Susana, prenderá entre los varones del rancho una pasión incontrolable, que siembra desavenencias y los lleva a comportamientos disparatados. El orden tradicional de esta familia católica, que parecía sólido, se desbarata. Al mismo tiempo, los coqueteos e insinuaciones de Susana, sirven para descubrir el verdadero perfil de todos sus miembros: la bondad de la matriarca encubre una mujer violenta; la fidelidad del padre esconde a un tipo incontinente; la obediencia del caporal tapa la infidelidad al patrono; el modoso estudiante de insectos no ha salido aún de la inmadurez y la ultracatólica y devota sirvienta encierra odio. Si pudiéramos tasar la moralidad de todos estos personajes, Susana saldría como la mejor parada, posiblemente.
De igual forma, los atributos que enarbola Susana, dibujan una jerarquía de poder entre los varones, de tal manera que el que ostenta cada uno permite prohibir el deseo de otros. El capataz prohíbe a los peones acercarse a Susana, pero este debe renunciar a poseerla por disposición del patrón, y el hijo, a su vez, no puede concurrir en el mismo deseo por la interdicción del padre.
Extraordinaria es la escena en la que la silueta de Susana se deja ver de noche, a propósito, tras los cristales de su aposento, dibujando un sugerente contorno, mientras acicala su larga cabellera. Don Guadalupe la contempla desde la planta superior (42m.), mientras se excita con el aroma que desprende su fetiche pañuelo femenino. Entonces, la cámara gira hacia la izquierda con inusitada rapidez, y aparece en diferente estancia el joven aprendiz entomólogo, quien también observa libidinoso a Susana. Finalmente, la escena registra al capataz acercándose a la habitación de esta. Los tres comparten en ese mismo instante el deseo de poseerla, especulando cada uno la forma y manera de eliminar a los competidores.
El final de la película es una alegoría sobre el olvido. Los acontecimientos se desarrollan trazando un círculo y acaban por volver al punto inicial de partida. Buñuel insiste en calificar la secuencia última como una farsa, tal vez recordando a Marx en el “18 Brumario de Luis Bonaparte”: «la historia se repite, la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa».
Sin duda, una interesantísima cinta que no debemos dejar de visionar.